La trágica vinculación entre polÃtica y biografÃa con ejemplos de notables escritores
11 ago 2019
H. C. F. Mansilla
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Primera de dos partes
La literatura tiene -o deberÃa tener- una función trascendente que la acercarÃa a la genuina religiosidad: que el olvido no tenga la última palabra, que la injusticia y la impunidad no resulten lo definitivo y que los seres humanos no sean únicamente medios para fines ulteriores. Aprendà esta hermosa enseñanza leyendo a Anna Ajmatova (1889-1966), la eximia poetisa, cuya vida fue un ejemplo trágico de la desesperanza que caracterizó a la Santa Rusia en la primera mitad del siglo XX.
Se puede preservar un sentido de la vida humana si alguien deja un testimonio fehaciente del dolor de toda una generación, como lo hizo Ajmatova al cantar lo que sucedÃa durante la noche del terror y la inhumanidad, que las crónicas oficiales tratan hasta hoy de encubrir y omitir.
La gran poetisa tuvo el valor de recordar e inmortalizar literariamente aquel tiempo del desprecio por el individuo, cuando se quebraron las "rutinas de la civilización" y cuando unas "sombras burocráticas" decidÃan arbitrariamente sobre la vida y la muerte de las personas en los oscuros e inaccesibles corredores del poder supremo.
¿O de los millones de vÃctimas de los experimentos radicales en Cambodia y en China?
Y todo ello ocurrió en nombre de un modelo que pretendÃa ser la culminación racional de toda la evolución humana, basado en la infalible interpretación racionalista de la historia universal, un modelo que deberÃa haber traÃdo la paz perpetua, el paraÃso terrenal de los trabajadores y la prosperidad general a sus habitantes.
Babel fue el soldado que no aprendió a matar y el poeta que no quiso mentir.
Pablo Neruda (1904-1973) en sus memorias (Confieso que he vivido) incurre en un infantilismo - que se repite insidiosamente a lo largo de toda la obra - al describir a los grandes lÃderes comunistas. De Mao Tse-Tung sólo señala los ojos sonrientes y los cálidos apretones de manos. De Stalin dice que era un "gran tÃmido, un hombre prisionero de sà mismo", y sin ironÃa lo compara con Jehová: impredecible, terrible, pero era la voz de la justicia histórica y divina.
Conocà y conozco a mucha gente inteligente, aún dentro de mi propia familia, que comparte esta idea. Casi todos aducen lo mismo: desconocimiento de la represión bajo Stalin y sus sucesores, el rol heroico de Stalin en la construcción y defensa del socialismo, su carácter presuntamente sobrio, bonachón y principista, su fallecimiento como suceso cósmico.
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