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Domingo 11 de agosto de 2019

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Cultural El Duende

La trágica vinculación entre política y biografía con ejemplos de notables escritores

11 ago 2019

H. C. F. Mansilla

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Primera de dos partes

La literatura tiene -o debería tener- una función trascendente que la acercaría a la genuina religiosidad: que el olvido no tenga la última palabra, que la injusticia y la impunidad no resulten lo definitivo y que los seres humanos no sean únicamente medios para fines ulteriores. Aprendí esta hermosa enseñanza leyendo a Anna Ajmatova (1889-1966), la eximia poetisa, cuya vida fue un ejemplo trágico de la desesperanza que caracterizó a la Santa Rusia en la primera mitad del siglo XX.

Ajmatova nos dice que la memoria brinda sentido al sinsentido por excelencia, que es la historia. Me impresionó mucho su Réquiem, escrito en un estilo elegante y lacónico y por ello doblemente emotivo y persuasivo. En esta obra Ajmatova relata un encuentro fugaz con otra prisionera en los sótanos de una cárcel.

Esta última, una mujer al borde de la muerte por el maltrato y las dolencias, le preguntó si podía describir esa terrible constelación y salvarla para la posteridad, es decir para evitar que el olvido eterno y las sombras de la historia eliminaran definitivamente la memoria del sufrimiento y del abandono en que se hallaba una buena parte de la población bajo el régimen stalinista.

Esta última, una mujer al borde de la muerte por el maltrato y las dolencias, le preguntó si podía describir esa terrible constelación y salvarla para la posteridad, es decir para evitar que el olvido eterno y las sombras de la historia eliminaran definitivamente la memoria del sufrimiento y del abandono en que se hallaba una buena parte de la población bajo el régimen stalinista.

Cuando Ajmatova asintió, una leve sonrisa iluminó lo que quedaba del rostro de la pobre mujer, que murió débilmente consolada.

Se puede preservar un sentido de la vida humana si alguien deja un testimonio fehaciente del dolor de toda una generación, como lo hizo Ajmatova al cantar lo que sucedía durante la noche del terror y la inhumanidad, que las crónicas oficiales tratan hasta hoy de encubrir y omitir.

La gran poetisa tuvo el valor de recordar e inmortalizar literariamente aquel tiempo del desprecio por el individuo, cuando se quebraron las "rutinas de la civilización" y cuando unas "sombras burocráticas" decidían arbitrariamente sobre la vida y la muerte de las personas en los oscuros e inaccesibles corredores del poder supremo.

En la Rusia del siglo XX Anna Ajmatova pensó que su producción poética serviría para evitar el olvido de las víctimas del stalinismo, pero creo que fue un esfuerzo vano.

¿Quién se acuerda hoy de los innumerables prisioneros obligados a trabajar en condiciones infrahumanas en el norte de Siberia?

¿O de los millones de víctimas de los experimentos radicales en Cambodia y en China?

Y todo ello ocurrió en nombre de un modelo que pretendía ser la culminación racional de toda la evolución humana, basado en la infalible interpretación racionalista de la historia universal, un modelo que debería haber traído la paz perpetua, el paraíso terrenal de los trabajadores y la prosperidad general a sus habitantes.

Pensando en las innumerables víctimas de los regímenes totalitarios me acuerdo de un pensamiento del gran novelista ruso Isaak Babel (1894-1940): para conocer bien a una persona no sólo hay que percibir los rasgos de su rostro, sino que hay que estudiar las cicatrices causadas por sus derrotas. Para comprender a los vivos hay que saber quiénes son sus muertos.

Babel fue condenado al fusilamiento por el régimen stalinista en 1940 porque nunca quiso dejar de ser él mismo, inconfundible en su ironía, leal a su melancolía, fiel al otoño de su breve vida. Creó una prosa admirable, lacónica, concentrada, pero al mismo tiempo muy expresiva y llena de un gran poder evocativo. �l creyó que el ruido de las batallas y los cantos salvajes de los vencedores no podrán sofocar del todo los susurros y las lamentaciones de la consciencia.

Babel fue el soldado que no aprendió a matar y el poeta que no quiso mentir.

Pablo Neruda (1904-1973) en sus memorias (Confieso que he vivido) incurre en un infantilismo - que se repite insidiosamente a lo largo de toda la obra - al describir a los grandes líderes comunistas. De Mao Tse-Tung sólo señala los ojos sonrientes y los cálidos apretones de manos. De Stalin dice que era un "gran tímido, un hombre prisionero de sí mismo", y sin ironía lo compara con Jehová: impredecible, terrible, pero era la voz de la justicia histórica y divina.

Y agrega: "Esta ha sido mi posición: por sobre las tinieblas, desconocidas para mí, de la época staliniana, surgía ante mis ojos el primer Stalin, un hombre principista y bonachón, sobrio como un anacoreta, defensor titánico de la revolución rusa. [�] La muerte del cíclope del Kremlin tuvo una resonancia cósmica. Se estremeció la selva humana". Y en otro lugar afirma:

"Yo había aportado mi dosis de culto a la personalidad en el caso de Stalin. Pero en aquellos tiempos Stalin se nos aparecía como el vencedor avasallante de los ejércitos de Hitler, como el salvador del humanismo mundial. La degeneración de su personalidad fue un proceso misterioso, hasta ahora enigmático para muchos de nosotros".

Anteriormente, en su celebrada Oda a Stalin, Neruda había cantado:

"Stalin es el mediodía, / la madurez del hombre y de los pueblos". [�] "Era más sabio que todos los hombres juntos". Y en el Canto general dijo: "Stalin alza, limpia, construye, fortifica, / preserva, mira, protege, alimenta, / pero también castiga. / Y esto es cuanto quería deciros, camaradas: / hace falta el castigo".

Intercalo estas citas porque las opiniones de Neruda frente al stalinismo y, en general, ante el desarrollo fáctico del socialismo en la vida cotidiana de las sociedades sometidas a su mandato, representan la posición de muchos intelectuales progresistas de América Latina (y de gran parte del mundo) con respecto a los regímenes comunistas en la realidad.

Conocí y conozco a mucha gente inteligente, aún dentro de mi propia familia, que comparte esta idea. Casi todos aducen lo mismo: desconocimiento de la represión bajo Stalin y sus sucesores, el rol heroico de Stalin en la construcción y defensa del socialismo, su carácter presuntamente sobrio, bonachón y principista, su fallecimiento como suceso cósmico.

Todos ellos sostienen lo que decía Neruda sobre la función histórica de la Unión Soviética: "una lección moral para todos los rincones de la existencia humana", la "gigantesca verdad" que se elabora bajo ese régimen para toda la humanidad y otras lindezas que llenan varias páginas de sus memorias.

Neruda, un poeta excelso, pero un espíritu bastante convencional con respecto a asuntos políticos, estaba encandilado por la retórica de tonos revolucionarios y ademanes enérgicos de Fidel Castro y Ernesto Che Guevara: los gestos autoritarios y decididos y la lógica de la acción violenta le parecían cualidades positivas que encumbraban a estos líderes por encima de los políticos rutinarios.

Continuará

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