A eso de las cinco de la tarde del 25 de agosto de 2016, la voz que todo el día clamó auxilio se calló; se calló para siempre, porque los cooperativistas mineros ya lo habían victimado al Viceministro Roberto Illanes, en Panduro. Una actitud de audacia temeraria, sin ninguna protección, lo llevó a enfrentarse a la ferocidad de los mineros. Fue en busca de diálogo y encontró la muerte a manos de sus secuestradores, en ese lugar del camino a poca distancia de Oruro.
La Policía, en afronte con los mineros, estaba cerca del lugar, pero no podía actuar sin una orden superior. En reiterados mensajes el viceministro hizo saber que su vida estaba en peligro, que era urgente instruir el repliegue de las fuerzas policiales y la liberación de detenidos en La Paz. Nadie tomó la decisión adecuada. Cuando se consumó el crimen, se les vio en una foto a las autoridades con semblante de fingida congoja. Después de su alevosa hazaña, los criminales huyeron del lugar.
El oficialismo divulgó la versión de que los cooperativistas no estaban en pos de ninguna reivindicación social; eran más bien unos conspiradores que se proponían desestabilizar el gobierno, bajo las instrucciones de la derecha y el Imperio, como otras veces. Pero ese cuento chino ya nadie cree en Bolivia. En cambio, los koyarrunas son terribles. En cierta ocasión dijeron que gracias a ellos y a las dinamitas está donde está el "hermano Evo", y no tenían por qué amilanarse con advertencias ni amenazas. Ellos también eran gobierno.
El oficialismo divulgó la versión de que los cooperativistas no estaban en pos de ninguna reivindicación social; eran más bien unos conspiradores que se proponían desestabilizar el gobierno, bajo las instrucciones de la derecha y el Imperio, como otras veces. Pero ese cuento chino ya nadie cree en Bolivia. En cambio, los koyarrunas son terribles. En cierta ocasión dijeron que gracias a ellos y a las dinamitas está donde está el "hermano Evo", y no tenían por qué amilanarse con advertencias ni amenazas. Ellos también eran gobierno.
No se han esclarecido muchas cosas. Se dispuso una "profunda investigación". Ojalá que no fuera tan profunda porque de esas nunca se sabe nada. Pero de fuentes que son habitualmente confiables, se conoce algunos indicios que denuncian y señalan con el dedo a los asesinos. Los verde- olivos, lejos de persuadir con recursos disuasivos, no cesaron de arremeter contra los bloqueadores. La muerte de la autoridad sucedió después de saberse que otro minero había fallecido. Es probable que este hecho haya sido el detonante para victimar al viceministro.
Fue en realidad un enfrentamiento entre socios. Llámese lo que se llame, lo de los cooperativistas fue una resistencia a los decretos y otras decisiones del gobierno; no encontraba éste un modo efectivo de rendir a los belicosos mineros, hasta que se produjo la muerte del viceministro. Sólo eso faltaba. Los bloqueadores desaparecieron espantados por la tragedia consumada. Y ya sin peligro de los dinamitazos, los policías procedieron a limpiar después la ruta para dejarla expedita.
Han pasado de entonces tres años. No hace mucho que la prensa publicó que los presuntos autores del crimen fueron sentenciados a cinco años de prisión. Y de los cuatro mineros muertos por impacto de bala, ni una palabra. Pero como es todavía algo que duele, la Fiscalía decidió cerrar el caso, apresuradamente, sin identificar a los verdaderos culpables. Por ahí se les ocurre sentenciar a más años de cárcel al que ni conoce el lugar de los sucesos. Todo puede suceder con la "justicia" boliviana.
*El autor es ciudadano de la república.
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