Cuando no hay moral no hay conducta digna en política

La mayor parte del comportamiento de los partidos políticos que intervendrán en las elecciones de octubre, parecería que están inmersos en un "mare-magnum" de confusión, indisciplina y desórden porque la coherencia que debía existir en las campañas está muy lejos y la desorientación se encarga de crear discordias, desacuerdos y confusión que dan lugar a posiciones de renuncias, transfugio y otros yerros que no deberían producirse.

Cuando se han formado los grupos de apoyo a uno u otro candidato se creía que habría acuerdos serios, honestos y responsables en todos sus componentes; que cada uno estaría compenetrado de lo que había que hacer y de los principios bajo los cuales estaba conformado el grupo o partido; que se tenía pleno conocimiento de lo que el país necesita y, de una u otra manera, todos los políticos de oposición al actual gobierno, y mucho más a la pretensión de candidatear por cuarta vez del Presidente y su acompañante, violando la Constitución y los resultados del referéndum de febrero de 2016.

Los políticos - con raras excepciones - demuestran conductas alejadas de las buenas intenciones que muchas veces anunciaron y, desorientados, emprenden una carrera desorbitada y contraria a los intentos originales al formar el grupo: muestran posiciones que no condicen con todo lo enunciado y menos se dan cuenta que con esa conducta crean confusión en los electores que no siempre tienen convicción de lo que quieren o persiguen dados los ejemplos que dan los personajes a los que apoyan.

Es importante que en política partidista haya coherencia y claridad en los propósitos y cada uno de los que intervienen como cabeza o caudillo tenga la moral suficiente ante su militancia, que las dudas y temores estén alejadas de su diario comportamiento, que los complejos y ambiciones estén alejados y, sobre todo, que las rivalidades sean desterradas porque así lo exige una sana moral que debe responder a virtudes que pretenden ser valores y principios.

Cuando los políticos, sean de oposición o de la candidatura oficial, no demuestran alta moralidad en sus actos, sus declaraciones, su actuar con los que serán competidores o rivales circunstanciales, lo único que aportan al proceso es un cúmulo de yerros que tienden a agrandarse conforme se desarrolla la campaña pre-electoral; hay posiciones que muestran solamente intenciones de vulnerar al posible contendor, de mansillarlo como sea y de mostrarse digno de ser apoyado por la ciudadanía. El más conflictivo y que muestra posiciones irreductibles en los campos de la ambición es la candidatura que pretende la cuarta reelección porque sus adeptos, componentes de la campaña cara y bien organizada, están dispuestos a negar todo derecho a los opositores al sentirse y hasta declararse como únicos "dignos de gobernar y manejar los negocios del Estado". Estas conductas sólo demuestran falta de moral y ausencia de principios y respeto a los derechos ajenos; en otras palabras, se pretende que los candidatos de oposición "no tienen derecho alguno por no concordar con el actual régimen".

Si realmente hay sentido democrático en los actos, los candidatos deben comportarse con decencia y altura, con respeto por los derechos ajenos y con limpieza al realizar sus campañas. Si hay seguridad en lo que se siente y quiere, nada puede hacer que se soslaye un debate, sin tapujos ni frenos de ninguna clase donde cada uno muestre y demuestre lo que es y piensa hacer; que señale, claramente, la situación del país y exprese las posibles medidas a tomarse por parte del nuevo gobierno.