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Domingo 14 de julio de 2019

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Cultural El Duende

La consagración de Zárate

14 jul 2019

Ramiro Condarco Morales

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Con el ingreso de la población indígena a la guerra civil, tres fuerzas recíprocamente contrapuestas comenzaron a oponerse sordamente en el seno de las familias revolucionarias: el sentimentalismo regional de los constitucionalistas paceños, las aspiraciones políticas de los jefes liberales y los intereses sociales y económicos de las improvisadas milicias indígenas.

El antagonismo entre las dos primeras no era aún fuente de manifestaciones de importancia. Empero, la oposición entre los propósitos específicos perseguidos por los revolucionarios y las ambiciones de emancipación social de los indígenas, comenzó a revelar ya las primeras pruebas de su existencia con los sucesos ocurridos en Corocoro en las postrimerías de enero y principios de febrero.

¿Cuál es la posición que originalmente tuvo la presencia de Zárate Willka en este conflicto?

Ya tenemos dicho, en otro parágrafo del presente trabajo, que nada se puede afirmar, con seguridad, acerca de si la autoridad de Zárate fue o no el resultado de una iniciativa puesta en ejecución por los revolucionarios paceños a instancias de sus inmediatas exigencias.

Pueda ser -dijimos en 1964- que del encuentro de los distintos propósitos de insurgentes y aborígenes haya provenido el caudillaje de Zárate Willka como un medio de transacción entre dos corrientes en pugna cuya desinteligencia era, para los revolucionarios, necesario conjurar momentáneamente mediante ese expediente y sin abrigar, de antemano, propósitos de sujetarse, llegado el momento, a los compromisos contraídos. Esta presunción fue persistente creencia popular una vez pasada la contienda.

Pueda ser -dijimos en 1964- que del encuentro de los distintos propósitos de insurgentes y aborígenes haya provenido el caudillaje de Zárate Willka como un medio de transacción entre dos corrientes en pugna cuya desinteligencia era, para los revolucionarios, necesario conjurar momentáneamente mediante ese expediente y sin abrigar, de antemano, propósitos de sujetarse, llegado el momento, a los compromisos contraídos. Esta presunción fue persistente creencia popular una vez pasada la contienda.

Una suposición de mayor probabilidad -añadimos en el referido año- es que los jefes revolucionarios, dispuestos a servirse de Zárate Willka, sin antecedente contractuales previos de ninguna naturaleza, como factor de obediencia para obtener la incondicional colaboración de los indígenas, se hayan propuesto utilizarlo solo con el propósito de conseguir el triunfo de la revolución con exclusión de todo otro ideal de importancia para sus aliados.

Sin embargo -acotamos en 1964-, como al enunciar estas ideas permanecemos aún en el terreno de los enunciados hipotéticos no es tampoco desestimable que el caudillo haya adoptado la actitud de un oficioso servidor de pronunciamiento mal llamado federalista con el oculto objeto de promover, una vez obtenidas determinadas ventajas, un vasto movimiento de liberación indígena.

En cualquiera de los tres anteriores casos -aseveramos en el citado año de 1964-, la localización de área de conflicto así como la del centro de irradiación y agitación revolucionaria contribuyeron, sin lugar a dudas, enormemente a la consagración definitiva del caudillaje de Pablo Zárate Willka.

Ahora, tenemos razones para suponer, más fundado que la autoridad de Zárate Willka resultó de un antiguo y recíproco acercamiento entre este y Pando.

Sabemos que, en la primera fase de la revolución, Sicasica fue el asiento oficial de la jefatura de la vanguardia revolucionaria, de la jefatura política de las cuatro provincias que mayor importancia estratégica tenían para las operaciones militares, y, presumiblemente, también, el centro de las primeras tareas de agitación en el agro.

En la segunda fase de la campaña, Sicasica quedó fuera de la zona de choque, a retaguardia de la línea constitucionalista, y, por consiguiente, no le cupo desempeñar, en el curso de esta, ninguna misión de excepcional importancia. El núcleo del levantamiento se trasladó, en esta segunda etapa, de Sicasica a las inmediaciones de La Paz y Viacha.

Es en la tercera etapa de la guerra civil que Sicasica, a más de recobrar la importancia que tuvo en los primeros momentos de la rebelión, adquiere definitivo puesto de privilegio en la dirección del movimiento indígena como consecuencia del desplazamiento del frente de batalla de la región comprendida entre Viacha y La Paz a la que se extiende entre Sicasica y Oruro.

La figura de Zárate Willka pasa, para nosotros, casi enteramente inadvertida en las dos primeras fases de la campaña. O no existen o no han sido localizados aún los testimonios indispensables para tener una noción cierta de su presencia en las primeras acciones bélicas desenvueltas por los combatientes indígenas contra las fuerzas constitucionalistas y, ante tal circunstancia, solo queda, dado el posterior prestigio de Zárate en la campaña, tener por supuesta la intervención del caudillo en los mencionados acontecimientos de guerra.

No sería nada extraño que el jefe indígena, a despecho de la referida conjetura, haya hecho su ingreso al escenario de la campaña solo a partir de los primeros momentos de la tercera fase de la guerra civil, pero es incuestionable que únicamente en el curso de esta etapa se afirma definitivamente el rango de suprema autoridad que llegó a tener en el posterior curso del alzamiento indígena.

Cuando el Capitán General y las fuerzas constitucionalistas se trasladaron de Viacha a la ciudad de Oruro, dice Rodolfo Soria Galvarro, cundió el levantamiento indígena en toda la altiplanicie. La propagación del alzamiento campesino no debió comprometer a la totalidad de la altiplanicie boliviana, como con frase hiperbólica, asegura Soria Galvarro, pero no es inadmisible que esa sublevación adquirió proporciones superiores a las que ella misma tuvo antes de la retirada de Fernández Alonso.

Tal vez, ese incremento se hizo sensible ya después del combate del Crucero. En los últimos días de enero, incluso antes que las fuerzas "del Capitán General tocarán Sicasica en su marcha de retorno a Oruro, gran número de indígenas, según apreciación de Blas Lanza, subprefecto de aquella provincia, se extendían, distribuidos en ´cordón´ a lo largo de las rutas andinas y vigilaban los principales caminos. Tenemos -dice Lanza con claro acento de satisfacción-, más o menos, de tres a cuatro mil indios a favor de la causa".

Es natural, que, cuando el ejército constitucional parecía dar, con su regreso a Oruro, la confirmación oficial de su derrota, poblaciones indígenas de distintos confines, alentaban su moral con esta primera demostración de ineficiencia y debilidad, hayan engrosado considerablemente las filas revolucionarias, ampliado el área de la rebelión indígena, y volcádose hacia el sur con la esperanza de caer sobre los despojos de las fuerzas regulares.

Desde entonces, mientras la ciudad insurgente se esforzaba por pacificar y alejar la amenaza indígena en la vasta región que la circunda, la sublevación campesina, se retiraba hacia el mediodía, y, según clara expresión de Rodolfo Soria Galvarro, tenía por centro, "con su famoso jefe Villca" a la cabeza, la población de Villa Aroma donde el coronel Pando instaló su cuartel general.

La centralización y establecimiento de la principal zona de conflicto entre Sicasica y Oruro, en momentos de producirse la acentuación del levantamiento indígena, acabaron por dar a Pablo Zárate Willka las más favorables condiciones para el definitivo asentamiento de su consagración y fama como supremo caudillo de las multitudes autóctonas.

De: Zárate, el "temible" Willka

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