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Domingo 14 de julio de 2019

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Revista Dominical

Apuntes literarios: Literatura juvenil

14 jul 2019

Por: Márcia Batista Ramos - Escritora, ()

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Actualmente, en nuestro país, el reconocimiento de una literatura juvenil es incuestionable, ya que muchos autores se dirigen específicamente al lector adolescente; en algunos casos como resultado de un cierto compromiso ficcional que muchos escritores asumen, dirigiéndose expresamente al lector diferenciado solamente por su edad, y en otros casos como consecuencia de criterios editoriales relacionados con la mercadotecnia, ya que, algunas veces, libros que aparecen en el mercado para el público adolescente o juvenil fueron escritos pensando en adultos, pero, infelizmente, al no ser muy brillantes, se adecuan a la perfección, para vender en los colegios.

La historia universal de la literatura, ayuda a fundamentar lo expresado anteriormente, ya que existieron ejemplos de obras escritas para los adultos que han calado en los jóvenes, pasando a ser, en poco tiempo, lecturas exclusivamente juveniles: Robinson Crusoe de Defoe, Los viajes de Gulliver de Swift, buena parte de la obra de Julio Verne; Mi planta de naranja-lima de José Mauro de Vasconcelos o Capitanes de arena de Jorge Amado.

Empero, es menester delimitar, ¿dónde empezaría y dónde acabaría lo juvenil? Por eso, debemos recordar que la adolescencia cómo una etapa vital, es de reconocimiento social reciente, ya que antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, se pasaba de la infancia a la juventud directamente, ingresando al mercado laboral muy temprano. Mientras que la Asamblea General de Naciones Unidas en 1985, definió a los jóvenes como "las personas entre los 15 y 24 años de edad"; sin embargo, contrariamente, se observa que el artículo 1 de la Convención de Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño define al niño como "persona hasta los 18 años", existiendo, por tanto, unos años (de los 15 y los 18) en que las personas son niños y jóvenes al mismo tiempo, según las normas que nos rigen; algo paradójico, por cierto.

Empero, es menester delimitar, ¿dónde empezaría y dónde acabaría lo juvenil? Por eso, debemos recordar que la adolescencia cómo una etapa vital, es de reconocimiento social reciente, ya que antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, se pasaba de la infancia a la juventud directamente, ingresando al mercado laboral muy temprano. Mientras que la Asamblea General de Naciones Unidas en 1985, definió a los jóvenes como "las personas entre los 15 y 24 años de edad"; sin embargo, contrariamente, se observa que el artículo 1 de la Convención de Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño define al niño como "persona hasta los 18 años", existiendo, por tanto, unos años (de los 15 y los 18) en que las personas son niños y jóvenes al mismo tiempo, según las normas que nos rigen; algo paradójico, por cierto.

Sin embargo, Cerrillo y Yubero dice: "que solo superada esa fase, que dura casi siempre hasta los 14 o 15 años, las personas acceden al estadio de la maduración que les permitirá el inicio de la lectura plena, ahí podríamos situar el paso de la adolescencia a la juventud, lo que en literatura sería la fase estético literaria, el completo desarrollo lector".

Es Bettelheim y Zelan quien señala: "Cuando empezamos a responder personalmente al contenido del texto y a abrirnos a su mensaje (independientemente de si la consecuencia de esto es su aceptación, modificación o rechazo) vamos más allá de una mera descodificación� y empezamos a percibir los significados (�) Nos estamos metiendo activamente en la lectura hasta que al fin somos capaces de comprender lo que el texto significa para nosotros".

La escritora Marina Colasanti refiere: "El público joven es para el escritor un blanco altamente improbable. No está, como el público de los niños, reunido en un bloque socialmente delimitado y cronológicamente similar. Sus conocimientos no pueden medirse por la edad. El adolescente es una criatura de dos cabezas, oficialmente autorizado a ser adulto y niño al mismo tiempo".

Por tal motivo, muchos teóricos, encuentran la dificultad que entraña el establecimiento de límites cronológicos inamovibles de inicio y de final de la juventud; ya que es una etapa en que, conviven una fuerte individualidad y un deseo de formar parte de algún colectivo. De ahí que, el calificativo juvenil debe referirse a quienes están formando su itinerario lector, que no necesariamente, puede coincidir con las edades a que solemos reducir esas etapas, entre otros motivos porque a la misma edad dos personas pueden ofrecer niveles de maduración o intereses diferentes, incluso, a consecuencia del entorno en que viven.

En cualquier caso, es un periodo de grandes cambios, que se suceden en un espacio de tiempo relativamente corto.

Por eso no se puede menospreciar al lector joven, al presentarle textos muy básicos (como muchos que vemos en nuestro medio). Pues hay que tener muy claro, que el lector joven tiene la posibilidad de enfrentarse a la lectura de obras más complejas, se puede exigirle una lectura de más esfuerzo, donde esté relacionado el dominio expresivo y comprensivo de la lengua con el desarrollo de su competencia lectora.

Ahí reside la controversia, vislumbrada por Cerrillo y Sánchez, sobre todo en los momentos en que se eligen los corpus escolares de lecturas para adolescentes y jóvenes, momentos en que se enfrentan dos tendencias que se sitúan en polos opuestos: el de ganar lectores o, al menos, no perderlos, eligiendo libros de fácil lectura y rápida empatía, por un lado; y el que defiende la necesidad de no renunciar a que, a esas edades, se lean los clásicos, por muy difícil que resulte su lectura.

Además, la literatura dirigida a la juventud, es bastante amplia y ofrece muchos títulos que llaman la atención del lector. A pesar de que hoy, las nuevas tecnologías están ganando el terreno a la letra impresa. Es necesario encontrar nuevas estrategias para que no se abandone la lectura y eso es tarea de todos, escritores, profesores, padres y editores ya que, en definitiva, la lectura puede servir de trampolín para la juventud enfrentarse mejor a la realidad.

Lo cierto es que los jóvenes debieran enfrentarse a la lectura de textos, de contrastada calidad literaria, dado que no existen motivos para menospreciar su capacidad cognoscitiva, comprensiva o interpretativa, de modo que la lectura resulte estimulante.

Es menester presentar textos que propongan desafíos lingüísticos (comprensivos e interpretativos), alejándose de la moralina, ya que el joven es un ser imbuido de sensu común.

Por lo mismo, en la literatura juvenil debe tener espacio para todos los temas, siempre que sean tratados con veracidad, rigor y calidad. El fiel de la balanza debe ser la necesidad interior del escritor por contar una historia con calidad artística, con alma. De nada sirven aquellos textos que intentan adoctrinar sobre un tema en concreto (feminismo, sexualidad, por ejemplo), pues al carecer de pulso literario auténtico, no logran conmover al lector.

Por lo tanto, la literatura juvenil debe huir de tabúes de cualquier tipo, dejando que el buen gusto presida la pluma artística del escritor. Todos los temas son dignos de ser parte del acervo literario; las formas de tratar estos temas son los que lo elevan al nivel de arte.

Percibo que, en nuestro medio, muchos escritores al escribir con demasiada didáctica en un leguaje muy simple, además, alejado de los códigos juveniles, tornando la literatura juvenil una literatura muy alejada de la calidad que se produce a nivel hispanoamericano la literatura juvenil. Motivo por el cual, a pesar de la gran producción nacional, la literatura juvenil no sale de las fronteras del país. Contribuyendo para mantener al país marginado en cuanto a literatura juvenil se refiere.

Como escritor, nunca hay que perder de vista al buscar la identificación con los jóvenes, que hay que aportar temas que les interesen, y sobre todo usar sus códigos, a través de textos que puedan identificarlos al despertar emociones, plantear preguntas, proponer retos intelectuales, siempre aportando nuevos conocimientos y ayudándoles a recorrer su itinerario de lectores competentes y literarios.

En cualquier caso, el escritor de literatura juvenil debe tener en cuenta que es muy importante que las primeras lecturas de la adolescencia no sean superficiales y demasiado fáciles, porque eso dificultará el paso a otras lecturas, ya no diferenciadas por la edad de sus destinatarios.

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