Jueves 04 de julio de 2019
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La semana pasada se reunió en Medellín, Colombia, la Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos. La expectativa se centró en la crisis venezolana. Un despacho de prensa afirmaba: "Venezuela divide a la OEA?". (América Economía 27.06.2019)-, en relación con el empeño de contribuir a que termine la dictadura de Nicolás Maduro.
Ciertamente, era de esperar una confrontación de la mayoría con los aliados del chavismo -Bolivia y Nicaragua- y con otros, como México ahora gobernado por el populista Andrés Manuel López Obrador,
Uruguay del Frente Amplio, y algunos países insulares del Caribe que, en el inicio de la Asamblea, objetaron la presencia del representante del Gobierno del presidente encargado de Venezuela, Juan Guaidó, reconocido en el Consejo Permanente de la organización por la mayoría de los países miembros.
El incidente parecía que sólo era un anticipo menor de la oposición al propósito mayoritario de condenar al gobierno "bolivariano", pero tuvo caracteres imprevisibles: por una parte, la curiosa actitud del representante uruguayo que se retiró de las deliberaciones, aclarando que su país no abandona la organización, pero que no participará ante una actitud mayoritaria que no comparte. Esto, por supuesto, no es un proceder democrático. En fin, una conducta que no guarda relación con la buena tradición diplomática uruguaya. Por su parte, el canciller de Bolivia llegó a afirmar que su gobierno no reconocerá las resoluciones que se adopten con relación a Venezuela. (Luego, se alejaría del temario y, nuevamente, jugó mal con la cuestión marítima de Bolivia).