Un castillo uruguayo cumple un siglo esperando el regreso de su difunto dueño
25 jul 2010
Fuente: Montevideo, 24 (EFE).-
Shaní Gerszenzon
En la rambla montevideana, el Castillo Pittamiglio lleva un siglo cautivando a vecinos y turistas con siniestras esculturas, torres desparejas y leyendas sobre su difunto dueño, un excéntrico alquimista que, aunque lo legó a la ciudad, prometió en su testamento volver a morarlo después de resucitar.
Puertas que no conducen a ninguna parte, ventanas ciegas, símbolos ocultos e inquietantes pasillos laberínticos: todo en él parece esconder un misterio, aunque el mayor de sus enigmas sigue siendo su arquitecto y morador, el ingeniero y alquimista Humberto Pittamiglio (1887-1966), hijo de emigrantes italianos.
En 1910, el joven Pittamiglio, de 23 años, compró unos terrenos en Punta Trouville, frente al Río de la Plata, para asentar su casa, su laboratorio y su templo.
Desde entonces, cientos de leyendas han rodeado al castillo, donde se llegó a decir que estuvo escondido el Santo Grial y donde, según los vecinos, se llevaban a cabo ritos satánicos y grandes orgías.
Aún hoy, flanqueado por dos anodinos edificios de apartamentos, despierta pasiones encontradas gracias a un estilo arquitectónico imposible de clasificar que asoma desde su fachada, en la que se mezclan una réplica de la escultura de La Victoria de Samotracia, muros de ladrillo y símbolos masónicos grabados en piedra.
"Su padre era zapatero y su familia, muy pobre, pero él consiguió prosperar hasta convertirse en un prestigioso arquitecto", explicó a Efe la escritora uruguaya Mercedes Vigil, autora de un libro sobre Pitamiglio titulado "El alquimista de la Rambla Wilson".
Fueron su carácter reservado, su inclinación por lo esotérico y su ferviente religiosidad los que le llevaron a abrazar el arte de la alquimia, una antigua práctica que transforma los metales en oro y que encierra una filosofía basada en la búsqueda de la inmortalidad a través de la pureza del alma.
"Los vecinos le temían, porque le veían pasear a altas horas de la madrugada con su larga capa de forro carmesí", recordó Vigil, quien como oriunda del montevideano barrio Punta Carretas, donde se ubica la edificación, oyó desde joven las historias que del lugar se contaban.
Se le achacaron cultos satánicos, pero en realidad lo que en su casa se fraguaban eran experimentos con metales, estudios de química y matemáticas, y una búsqueda constante a través de la meditación de la luz que le daría la juventud eterna.
"Era muy cristiano y llegó a ser muy amigo del Papa Pio XII, de quien se dice que le dio el Santo Grial para que lo guardara en su casa", agregó la escritora sobre uno de los mitos.
El interior de su castillo, donde en la actualidad funciona un centro cultural y en el que se realizan visitas guiadas, "despierta toda clase de emociones a quienes lo visitan", remarca la directora del centro, Patricia Olave.
A cada paso, el visitante se encuentra con símbolos ocultos, escudos camuflados e imágenes fantásticas, imposibles de descifrar y entender sin la ayuda de un experto.
El número ocho, la flor de lis, el cuadrado, el círculo y el octágono, todas ellas figuras y signos significativos para la alquimia, están a la vista en baldosas y ventanas, pero también ocultas entre los ladrillos, codificadas en los frisos y latentes en los escalones de la mansión.
"La alquimia es en sí misma un arte oculto, secreto y por eso se sabe sólo una parte de lo que hay detrás de sus símbolos", afirmó Olave a Efe.
Pittamiglio encontró que ese aspecto de la alquimia casaba también con su estilo de vida, marcado por la necesidad de esconder su homosexualidad ante una sociedad de principios de siglo XX especialmente conservadora.
De su casa Humberto logró hacer un templo donde se dedicó a buscar la paz que ansiaba, aunque para ello pasó prácticamente toda su vida ideando y construyendo en él nuevas salas, torres y patios.
"El castillo nunca se terminó, siempre se siguió construyendo, creándose nuevos ambientes y plantas", señaló la directora del centro cultural.
Tal vez por eso Pittamiglio, que diseñó su propia tumba para que una vez cerrada no se pudiera reabrir, dejó escrito en su testamento que al resucitar regresaría al edificio para vivir de nuevo entre sus paredes y, quizá, finalmente terminarlo.
Fuente: Montevideo, 24 (EFE).-
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