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Domingo 25 de julio de 2010

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Revista Dominical

Huipil, poncho y sarape: símbolos de identidad latinoamericana

25 jul 2010

Fuente: La Habana, (PL)

Por: Odalys Troya Flores

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El huipil, el poncho y el sarape son prendas de vestir cuyo origen se pierde en la historia misma de los pueblos originarios que las hicieron nacer.

A pesar del tiempo, esos atuendos no sólo siguen usándose, sino que las técnicas para su confección apenas han sufrido cambios.

Los tres, que forman parte de una amplia gama de textiles originarios, se caracterizan por la belleza en la disposición de colores y por su funcionalidad.

El huipil --que forma parte de la cultura maya-- tiene gran aceptación entre las mujeres de Guatemala.

Originalmente se usaban según la clase social, la edad, estado civil y las circunstancias.

Se siguen confeccionando a mano, en telares rústicos, y con una técnica denominada brocado en la que hilos de diferentes calibres, materiales y colores son llevados a la trama original con una decoración de acuerdo con los elementos enumerados.

Los que llevaban las de mayor realeza tenían tejidos complicados, con adornos formados con plumas, conchas o cuentas, además, figuras labradas en piedras preciosas, que los convertían en una obra de arte de gran plasticidad.

Sus ornamentos, que recrean fenómenos de la naturaleza, el sol, los puntos cardinales, el maíz, distintos animales y otros, le aportan un enorme simbolismo relacionado con la cultura y la religión del pueblo maya.

Aunque se caracterizan por el colorido variado, en un principio predominaron el rojo, el blanco, el amarillo y el negro. Ellos representaban respectivamente, la guerra, la vida, el maíz y la muerte.

Para obtener el tinte rojo los mayas utilizaban --todavía se hace-- a la cochinilla, un insecto que vive en las hojas del nopal.

Cuando han alcanzado su desarrollo se recogen con un cepillo y se colocan al sol o se secan en hornos.

El producto final se utiliza para teñir tejidos de grana y carmín.

También se utilizaban tintes extraídos de conchas marinas, del añil y de la corteza de ciertos árboles, como el campeche, el moral y el marañón.

De materiales diversos como el henequén y el algodón fueron hechos huipiles.

Después de la colonización también se hicieron con lana y seda.

Actualmente, el uso de fibras sintéticas como el rayón, la sedalina y la lustrina, le dan un toque de modernidad.

Lo cierto es que el huipil aunque no es ajeno al paso del tiempo, sigue presente en los guatemaltecos y cada región del país tiene uno que la representa.

EL SARAPE

En México, el sarape constituye una de las prendas de la indumentaria tradicional masculina que, como el huipil en Guatemala, presenta diseños recreados en las vivencias del mundo en que se hallan inmersos los tejedores.

Se dice que la palabra sarape proviene de la lengua náhuatl, nombre con el cual los aztecas designaban a las mantas hechas de algodón con diversos diseños y brillantes coloridos. Esta prenda, de uso masculino, es rectangular y puede tener o no apertura para introducir la cabeza.

Consta de dos lienzos tejidos, unidos de manera que semejan uno. Otros se hacen de una sola pieza.

Por su versatilidad sirve de abrigo, cobija en los días fríos, para proteger del sol en los desiertos y guarecer de la lluvia, así como de almohada y ornamento.

Aunque actualmente pueden confeccionarse de manera industrial por lo general se hacen en telares artesanales de cintura.

El sarape es resultado de la fusión de las tradiciones mesoamericana y europea del tejido.

Tuvo su florecimiento durante los siglos XVIII y XIX y lo usaban tanto peones, jinetes, charros, léperos y gente del pueblo, como también los ricos hacendados y caballeros. Claro, el diseño dependía de quien lo llevara.

Todavía se conservan muchos elementos tradicionales del proceso de hilado, teñido y tejido de la lana o del algodón, en las decoraciones y en los instrumentos para confeccionarlos.

Pero el sarape, más que una prenda de vestir, es un elemento que encierra en sí parte de la historia mexicana.

En la guerra contra Estados Unidos (1848), los soldados se protegieron con los sarapes los cuales sirvieron, además, como tapiz o alfombra para adornar su casa y las de su madre, hermanas y novia.

Uno de los más famosos es el de Saltillo. En ese estado norteño, proliferaron grandes latifundios ganaderos donde la materia prima para elaborarlos estaba garantizada, así como su mercado.

Allí se realizaba una de las más famosas ferias de la Nueva España durante la época colonial, en octubre de cada año, cuyos asistentes acogieron al sarape como la pieza de vestir favorita y además para el comercio.

Se afirma que el arte del tejido del sarape fue llevado a Saltillo por los tlaxcaltecas, que encabezados por Buenaventura de Paz, nieto del guerrero Xicoténcatl, llegaron hace más de 400 años para fundar San Esteban de la Nueva Tlaxcala.

Esta pieza policroma, que al igual que el traje y el amplio sombrero charro son prendas distintivas de la mexicanidad, tiene su paralelo en América del Sur: el poncho.

EL PONCHO

También resultado del mestizaje, el poncho es símbolo suramericano.

Sus valores no han escapado de la mirada de poetas y artistas.

El escritor argentino, José Hernández, lo recreó en su poema narrativo Martín Fierro, donde lo presenta como un instrumento de la astucia del gaucho:

“Me fui reculando en falso

y el poncho adelante eché

y en cuanto puso el pie

uno medio chapetón,

de pronto le di un tirón

y de espalda lo largué..."

Lo cierto es que este atavío, el cual consta de una pieza cuadrada o rectangular en cuyo centro tiene una abertura llamada boca por donde pasa la cabeza de quien lo usa de modo que la prenda queda colgando simétricamente de los hombros, tiene infinidad de usos.

Para el jinete de las grandes llanuras sirve de apero de montar y frazada, colchón y almohada, impermeable, puerta del rancho, acolchado para la cuna de su bebé y hasta como escudo defensivo.

Se dice que los indígenas del Altiplano los hacían con pelo de llama y de tal delicada textura, pese a que sus telares rudimentarios, que asombraron a los conquistadores.

Los españoles lo adoptaron desde fines del siglo XVII, como prenda de uso en campaña y hasta en las nuevas urbes.

El origen de la palabra poncho en realidad se desconoce, unos lo atribuyen a la etimología mapuche, otros dicen que es de procedencia hispana.

Estudios arqueológicos indican que en la América precolombina la presencia del poncho se limitó al noroeste argentino, parte de la región de Atacama y la costa peruana, por lo que se estima que su amplia difusión en todo este continente fue posterior a la colonización.

Hallazgos del investigador Eric Boman, indican que las momias de Sayate se encontraban envueltas en un tejido de lana de un centímetro de espesor, de forma rectangular, provista de una hendidura para pasar la cabeza, al modo de los ponchos.

El pelo de alpaca, llama, guanaco o vicuña, la lana de oveja, el algodón, la seda, fibras vegetales o sintéticas, el cuero y hasta el caucho son algunos de los materiales que se emplean en su confección.

Tras un largo proceso en el que intervienen mujeres y hombres nace el poncho.

Primero se escoge la fibra la cual pasa por una larga serie de etapas: limpieza, tisado, hilado y teñido.

De diversas plantas como la betarraga, quila, notros, maqui, boldo, nalcas, ciertos líquenes, chilcos y fucsia, se extraen los colores para teñir la fibra, pero sustancias sintéticas han ido desplazando a las tinturas naturales.

Posteriormente le sigue el urdido, ensilado y tejido, y a veces el bordado que devela la capacidad creadora de su hacedores.

De singular interés resulta el valor de los colores de los ponchos, por ejemplo, uno rojo regalado a un cacique lo consagraba como un gran guerrero.

Reciben diversas denominaciones como poncho pullo o puyo calamaco, balandrán, vichará, poncho de pobre, entre otras.

Los hay salteños, santiagueños, coyas, bolivianos, paraguayos...

Por su belleza y practicidad se le concede un espacio imprescindible entre los símbolos del continente suramericano.

El poncho, también expresión de la libertad del gaucho, trascendió al mundo al ser usado por la juventud progresista y del movimiento hippy en los años 60 del siglo XX.

El huipil, el sarape y el poncho viven a pesar del tiempo, a pesar de la transculturación, a pesar de que su simbolismo fue tratado de sepultar muchas veces por los colonizadores.

Siguen vivos, incluso, a pesar de la globalización de la moda, de la imposición de patrones que rechazan la historia y la identidad de los pueblos.

(*) La autora es periodista de la Redacción Suramérica de Prensa Latina.

Fuente: La Habana, (PL)
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