Loading...
Invitado


Domingo 16 de junio de 2019

Portada Principal
Cultural El Duende

El rol de la confusión en mi vida. Breves apuntes autobiográficos

16 jun 2019

H.C.F. Mansilla

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

Cuando era niño acariciaba grandes planes para mi futuro personal. Me gustaban las biografías de personajes notables, que yo, obviamente, tenía como modelos casi obligatorios para mi propia carrera en décadas siguientes. Algo de eso se mantuvo hasta los años de la juventud, cuando estudié ciencias políticas con la intención de aplicar esos conocimientos en la praxis posterior. Pero muy pronto me di cuenta de que yo era una persona destinada exclusivamente a la reflexión, es decir a la vida teórica, que es una forma de la existencia monacal.

Pero hay algo más que desalentó posibles actividades mías en la esfera política. El estudio en una universidad seria -como era la Universidad Libre de Berlín, mi alma mater- me inculcó un escepticismo profundo con respecto a proyectos para remodelar o sólo para mejorar la esfera pública. Precisamente una labor académica sistemática, como la realizada por mis profesores, consagrada a analizar detenidamente innumerables hechos políticos a lo largo de la historia, me condujo a desarrollar una actitud pesimista frente al género humano. Oyendo a mis catedráticos perdí poco a poco el impulso de intentar hacer algo positivo por cualquier sociedad, pues el resultado decepcionante de todo esfuerzo racional estaba a la vuelta de la esquina.

Pero hay algo más que desalentó posibles actividades mías en la esfera política. El estudio en una universidad seria -como era la Universidad Libre de Berlín, mi alma mater- me inculcó un escepticismo profundo con respecto a proyectos para remodelar o sólo para mejorar la esfera pública. Precisamente una labor académica sistemática, como la realizada por mis profesores, consagrada a analizar detenidamente innumerables hechos políticos a lo largo de la historia, me condujo a desarrollar una actitud pesimista frente al género humano. Oyendo a mis catedráticos perdí poco a poco el impulso de intentar hacer algo positivo por cualquier sociedad, pues el resultado decepcionante de todo esfuerzo racional estaba a la vuelta de la esquina.

Desde mi juventud me hallo, por lo tanto, en un estado de ánimo perplejo, y esto se trasluce hoy en la irresolución de un escritor que no sabe qué cosa interesante se puede relatar. Mis (pocos) adversarios dirán que esta teoría de la confusión es una tomadura de pelo, un artilugio mediocre para ocultar mis verdaderos designios. Ellos afirmarán que siempre tuve un programa vital claro y que desde un comienzo quise ser un escribidor al servicio de los intereses reaccionarios, pero con comodidad, sin fatigarme mucho. Admito que en mi biografía hay tantos elementos de perplejidad como factores de constancia, y también acepto que la comodidad puede ser vista como una virtud razonable, pues, entre otras cosas, no fomenta el dogmatismo ni la intolerancia. Pero nunca tuve nada que ver con partidos o gobiernos de derecha.

Casi siempre he reservado la noche para las ocupaciones importantes, que en mi caso han sido y son componer textos y leer libros valiosos. Temo que me suceda algo similar a Don Quijote, quien pasaba las noches leyendo "de claro en claro" y los días "de turbio en turbio", y así se le secó el cerebro y el juicio. A mi favor se halla el siguiente hábito. Jamás veo programas de televisión. Nunca escucho radio. Hasta hoy (2019) no poseo aparatos de esos rubros. Las horas de la noche están distribuidas cuidadosamente entre las labores preparatorias y la escritura propiamente dicha. Estas dos funciones corresponden a dos muebles escritorios distintos. Encima de ellos los libros, las revistas y los papeles están ordenados en pilas temáticas, y dentro de ellas, predomina una disposición cronológica. Como mi memoria está algo deteriorada, tengo a la mano unas hojas numeradas de papel donde anoto detenidamente las tareas de la fecha y, por las dudas, cuáles son las pilas de documentos que debo considerar para la escritura de la noche. Hay otro conjunto de papeles que no llevan indicaciones, pero que son los más importantes: las hojas sueltas que voy rellenando cuando estoy lejos de la computadora, por ejemplo durante las comidas o poco antes de dormirme o en los momentos más inesperados. A la manera de mi admirado Marcel Proust, estos retazos de papel contienen los elementos de genuina inspiración: las ocurrencias más interesantes y los temas de los próximos días.

Desde hace largas décadas tengo fama de liberal -es decir: alguien muy extraño con respecto a las tradiciones culturales bolivianas-, y por ello nunca pude aspirar a obtener un puesto permanente y medianamente pagado en el sistema universitario. Nunca llegué a ser, por ejemplo, profesor titular. De alguna manera el destino, sobre el cual yo no tengo ninguna influencia, me empujó a la ingrata república de las letras. Para consolarme pensé que pertenecer a la república literaria me permitiría superar las fronteras de las comunidades nacionales.

En el estado de permanente confusión en que me encuentro, leo las obras más disímiles entre sí. Me interesan, por ejemplo, las Confesiones de San Agustín, aunque la mayor parte del libro está ocupada por reflexiones teológicas que hoy nos resultan sumamente tediosas. Este autor nos muestra, empero, algo fundamental: nuestra alma está escindida entre el deseo de hacer el bien y el ímpetu de causar el mal, dividida entre el impulso de conocer a Dios y seguir Sus mandamientos, por un lado, y la incitación al pecado y al crimen, por otro. Y esta constelación no desaparece del todo, pero la podemos domeñar.

Leyendo simultáneamente a los moralistas franceses pienso que los pensamientos tan severos y ásperos de San Agustín tienen que pasar por el tamiz de la ironía, pues en el siglo XXI no se puede seguir con facilidad el desabrido camino de la virtud que propugnaba este gran pensador. Leyendo a un marxista, Georg Lukács, abracé la idea de que la ironía es el camino al conocimiento de uno mismo. Es la concepción elegante y sutil que las élites occidentales han cultivado acerca de sí mismas desde el Renacimiento. Y en nuestra época, de acuerdo a Lukács, la ironía sería "la libertad más alta que resulta posible en un mundo sin Dios".

En el caso boliviano mis observaciones me llevan a pensar que los líderes políticos de este país nunca han sido afectos a la autocrítica y a conocer realmente el mundo exterior. Así se podría explicar, por lo menos parcialmente, su ceguera alarmante con respecto a ellos mismos y su escaso deseo de comprender las culturas ajenas. Examinemos el caso de Don Hernán Siles Zuazo, dos veces Presidente de la República (1956-1960, 1982-1985), a quien conocí en Madrid a fines de 1980 durante su exilio antes de su triunfal retorno a Bolivia y a la presidencia. No hay duda de su valentía personal, de su extrema probidad y de sus buenas intenciones. Pero Don Hernán no mostraba ningún interés por enterarse cómo se hace política en el ancho mundo, por ver colecciones de arte y menos aún por leer libros o escuchar conferencias sobre la transición española o cualquier otro asunto que no fuese la política del día en Bolivia. Su universo mental era estrecho. En Madrid nunca aceptó una sugerencia mía para ir al cine, para asistir a alguna conferencia sobre un problema político o para visitar una galería de arte. Mi asombro, que queda claro aún hoy, al escribir estas líneas, proviene de mi ingenuidad. Recién ahora, en la ancianidad, me doy cuenta de que los políticos no son ciegos ante la realidad. Tampoco desprecian el conocimiento del mundo exterior, como yo acabo de afirmar. El problema es más profundo. Mucho después me di cuenta de que Don Hernán tenía un método relativamente razonable para utilizar el escaso tiempo de que disponía, y ese procedimiento es el más usado entre los políticos en todo el planeta. En sus cabezas tienen exclusivamente un tema: la conquista y la consolidación del poder. Es un asunto muy complejo, con muchas variables e incertidumbres que exigen reflexiones, contactos y reuniones permanentes y complicadas y, por consiguiente, dedicación exclusiva. Los políticos son especialistas en su terreno, como casi todos los seres humanos en la modernidad. Y yo, cándidamente, tratando de arrastrar a Don Hernán a una galería de arte para ver aburridas pinturas surrealistas�

Siles Zuazo siempre tenía la opinión de aquella persona con la que terminaba de conversar. Tal vez era una manera de ahorrar tiempo y esfuerzos, ya que todos los pareceres que oía eran igual de mediocres o conocidos. El último escuchado era probablemente tan malo como los otros, pero así Don Hernán se libraba de los consejeros por un momento y gozaba de tranquilidad. Pero esto también tenía su precio. Siles era, por supuesto, la víctima propicia de consejeros inescrupulosos, que abundaban en su derredor, esperando la oportunidad de obtener algún puesto bien rentado cuando Don Hernán volviese al Palacio de Gobierno en Bolivia. Así sucedió. �l presidió el gobierno de la Unidad Democrática y Popular de 1982 a 1985, uno de los periodos más deplorables de la historia Bolivia, con una inflación galopante, una corrupción desmesurada en las esferas gubernamentales, una ineficacia administrativa ilimitada y desórdenes políticos de gran escala. �l presidía una coalición de izquierda, pero los sindicatos, los intelectuales progresistas y los movimientos radicales le hicieron una guerra sin cuartel, lo que condujo a su dimisión mucho antes de terminar su periodo legal.

Observando el gobierno de Don Hernán y otros fenómenos de la vida cotidiana en Bolivia -el tráfico automotor, las aglomeraciones por cualquier asunto nimio, las hordas de usuarios maleducados en los transportes públicos-, llegué entonces a la conclusión, que mantengo hasta hoy, de que los bolivianos tienen indudablemente muchas virtudes positivas, como un carácter estoico ante las adversidades, pero que no poseen habilidades logísticas cuando se trata de combinar varios factores entre sí. Por ello su enrevesado ingreso a la modernidad.

Hugo Celso Felipe Mansilla. Doctor en Filosofía. Académico de la Lengua.

Para tus amigos: