Me apresuro a escribir esta columna antes de que una inminente ley antirracista me obligue a cambiar el color del porvenir de YPFB por otros étnicamente correctos, como oscuro, sombrío, fuliginoso o quemado. De todos modos, lo substancial es que el futuro de la empresa estatal de hidrocarburos es preocupante, a pesar de algunas recientes señales positivas.
Una de ellas es la firma de la Adenda al fracasado contrato con Enarsa, la cual se está cumpliendo religiosamente (por lo menos en cuanto a volúmenes, nada se sabe acerca de los pagos), con promedios de 5.7 MMm3/d de gas natural (GN) exportado. Consecuentemente, tenemos que alegrarnos que en el campo Margarita, principal abastecedor del mercado argentino, se instale, en un plazo de 20 meses, una planta de procesamiento de 8 MMm3/d de GN a cargo de Repsol, la cual incrementará la capacidad productiva del país hasta 50 MMm3/d. La última buena noticia es la inminente suscripción de un contrato de venta de GN al Uruguay, en cantidades pequeñas (0.3 MMm3/d), pero significativas por ampliar mercados.
Hasta acá las buenas noticias. Las malas empiezan recordando la dependencia que tiene nuestra producción de los altibajos del mercado brasileño. Una vez alcanzada la producción tope para atender los contratos externos y el mercado interno (43 MMm3/d, hoy), cualquier disminución significativa de la demanda de Petrobras (que oscila entre 19 y 30 MMm3/d) nos obligará a quemar o reinyectar el GN producido en exceso. Ni pensar en la industrialización, que ha desaparecido hasta de los sueños de YPFB.
Luego viene la competencia del gas natural líquido (LNG), vendido a precios de ganga por el exceso de oferta. Hoy el precio del GN boliviano por millar de pies cúbicos (Mpc), puesto en Buenos Aires, es casi cuatro dólares mayor que el LNG regasificado en Bahía Blanca. En estas condiciones se explica por qué Enarsa no tiene apuro para ampliar sus gasoductos. Uruguay, me temo, comprará el gas de Bolivia hasta terminar sus facilidades de regasificación que le permitan elegir el producto más económico y confiable. En cuanto al Brasil, está claro que depende siempre menos del gas de Bolivia, aunque cumplirá el vigente contrato GSA (24 MMm3/d en promedio).
No dudo que, a largo plazo, el GN tomará su revancha sobre el LNG, una vez que pase la era del precio artificial del Henry Hub, hoy inferior a 5 $/Mpc, cuando el barril de petróleo va por los 80 dólares. Pero, hasta que eso suceda, los retos para YPFB, un bebé que sigue gateando y mamando leche a sus cinco años de refundación, son titánicos.
Finalmente, de no mediar otra rescisión de contrato por el berrinche de un ministro, en agosto debería conocerse la certificación de las reservas de GN. Si son ciertas algunas indiscreciones (las reservas probadas habrían caído dramáticamente), tendríamos un panorama aún más aciago, fruto de una “nacionalización” que se parece mucho al nuevo avión presidencial: Ha costado demasiado y no despega por falta de piloto.
En todo caso, parafraseando al Presidente del Estado Plurinacional, la culpa de todo eso no la tienen los generales de nuestra política energética, sino la CIA, la DEA, Usaid y los asesores caribeños que dieron las órdenes.
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