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Domingo 02 de junio de 2019

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Cultural El Duende

Herencias de la literatura boliviana

Itinerario de José Eduardo Guerra

02 jun 2019

Por: Juan Siles Guevara

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Primera de dos partes

José Eduardo Guerra nació en La Paz, el 11 de octubre de 1893, hijo de una distinguida pero poco acomodada familia formada por Eduardo Guerra y Carmen Ballivián.

Alto, tímido, introvertido, fue un lector impenitente durante toda su vida. Conoció bien la literatura española y la francesa y, en general, la literatura de su época, deteniéndose en especial en la literatura boliviana que conoció en profundidad y de la cual escribirá la primera visión de conjunto hecha en el siglo XX con fino sentimiento crítico.

Como intelectual fue amigo de los más importantes escritores bolivianos de su época: Alcides Arguedas, Gregorio Reynolds, Antonio José de Saiz, Juan Capriles, Arturo Borda, Alberto Ostria Gutiérrez, Juan Francisco Bedregal y Rafael Ballivián, algunos de los cuales escribieron sentido obituarios después de su muerte.

Incursionó en varios campos de la literatura, publicando su primera obra en Chile en 1915. Se trata del poemario Del fondo del silencio, de marcado cuño modernista. Después, exploró la novela con El Alto de las Ánimas, publicada en 1919 en La Paz, en la Antología con: Poetas Contemporáneos de Bolivia (1919) y volvió a la poesía con su más importante obra: Estancias (1924), libro marcado por una honda angustia existencia y presidido por el tema de la muerte, ante la cual sólo es sostenido por la esperanza cristiana. Guerra, además de su profunda religiosidad, poseyó un fuerte racionalismo que a menudo lo lanzaba a la duda, envolviéndolo en una constante angustia metafísica, soberbiamente plasmada en Estancias.

Incursionó en varios campos de la literatura, publicando su primera obra en Chile en 1915. Se trata del poemario Del fondo del silencio, de marcado cuño modernista. Después, exploró la novela con El Alto de las Ánimas, publicada en 1919 en La Paz, en la Antología con: Poetas Contemporáneos de Bolivia (1919) y volvió a la poesía con su más importante obra: Estancias (1924), libro marcado por una honda angustia existencia y presidido por el tema de la muerte, ante la cual sólo es sostenido por la esperanza cristiana. Guerra, además de su profunda religiosidad, poseyó un fuerte racionalismo que a menudo lo lanzaba a la duda, envolviéndolo en una constante angustia metafísica, soberbiamente plasmada en Estancias.

Su otro libro importante: Itinerario Espiritual de Bolivia, publicado en Europa en 1933 y en 1936 es la primera historia de la literatura boliviana del siglo XX.

¿Cuál es el contenido básico de Itinerario Espiritual de Bolivia? En el prólogo, Guerra lo declara con las siguientes palabras: "He aquí algo como una geografía literaria de Bolivia. Una especie de carta geográfica en la que las provincias están delimitadas según el color que les presta el sentimiento de sus poetas y cuyas longitudes y meridianos se miden al compás de la sensibilidad de sus prosistas". El libro está dividido en tres secciones: La puna, La Selva y El Valle.

En La Puna lo fundamental se encuentra en el adusto y majestuoso paisaje, y su habitante el indio. La veta indianista, ha sido cultivada por Juan Francisco Bedregal en La máscara de estuco, por Rigoberto Paredes en Mitos, supersticiones y supervivencias populares en Bolivia, Gustavo Adolfo Otero en Figuras y carácter del indio y finalmente por Alcides Arguedas que, con su Raza de Bronce, "ha creado una imagen vigorosa de la vida de los aimaras que habitan las tierras contiguas al lago Titicaca".

De la Altiplanicie, la ciudad más representativa es Potosí, descrita desde la Colonia por Martínez y Vela, Jaime Mendoza, Luis Subieta Sagárnaga, Alberto de Villegas, Raúl Jaimes Freyre, Adolfo Costa du Rels, Julio Lucas Jaimes y Ricardo Jaimes Freyre. Para el autor "ha de ser el espíritu del Ande el que dé a nuestras letras un relieve característico, la anhelante inquietud de cumbres y la ansiedad infinita de pampa. Ese fundamental estoicismo y desdén del sufrimiento propios del indio".

La segunda parte, Guerra tituló La Selva: dividida en una lujuriosa en el norte, descrita por Reynolds, Mendoza, Salmón Ballivián, Diómedes de Pereyra, René Moreno y que acaba en Santa Cruz. Una segunda sección es el Chaco, del cual se han ocupado Costa du Rels, Raúl Otero Reiche, Eduardo Anze, Gustavo Adolfo Otero, Oscar Cerruto, Augusto Céspedes, etc.

La tercera parte se titula El Valle: "Los valle marcan la transición entre la Puna y la Selva. Son as zonas intermediarias entre la desolación de las llanuras vecinas de las nieves eternas y la exuberancia inaudita de las regiones tropicales en que reina un verano sempiterno? En los valles la vida se desliza muellemente acariciada por un clima que apenas sufre variación en el curso de las estaciones".

De la región valluna, encabezada por Cochabamba y Sucre, se ocuparon Nataniel Aguirre, Manuel María Caballero, Demetrio Canelas, Arturo Oblitas, Adela Zamudio, Man Césped, Ricardo Mujía, Claudio Peñaranda, Alberto Ostria Gutiérrez, entre otros.

La paz, finalmente, es el compendio de Bolivia. "Es la síntesis en que están representados todos los elementos que componen ese paisaje multicolor y multiforme? La Paz es hoy por hoy, el centro en que se repercuten las palpitaciones de la vida espiritual de la República y del que irradian, casi siempre, las vibraciones del pensamiento boliviano". La Paz ha sido analizada por escritores como Tamayo, Arguedas, Mendoza, Gustavo Adolfo Otero, Chirveches y Juan Francisco Bedregal.

Seis años de cátedra de literatura sirvieron para que Guerra legase a tener un conocimiento admirable de la literatura boliviana. Una frecuentación cotidiana enriquecida con la lectura de la literatura europea y americana, mejoran su perspectiva y llevan su enjuiciamiento a plasmarse en el Itinerario Espiritual de Bolivia.

José Eduardo Guerra fue, fundamentalmente, un poeta. De ahí que no deba extrañarnos que prácticamente todos los estudios que se le han dedicado a su obra se refieran a su poesía, aunque incluso una obra secundaria, como su novela, mereció un estudio de Carlos Medinaceli; en cambio, Itinerario Espiritual de Bolivia no ha merecido, hasta el momento, ningún estudio detenido; todo se ha quedado en algunas generalidades alabanciosas.

Continuará

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