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Domingo 02 de junio de 2019

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Cultural El Duende

El autor

02 jun 2019

Augusto Guzmán

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Este nuevo libro rápido y de pocas páginas dedico a los mozalbetes literarios descontentos de mi fecundidad y ligereza de pluma, recomendándoles que no lo lean.

Esto no es más que un poco de literatura urdida entre el sueño y la realidad, con un sentido constructivo.

A los tales renacuajos de la Crítica les digo yo: busquen los libros solemnes como catafalcos, porque para ustedes no ha existido la gracia volandera de la frivolidad, la travesura chispeante del humorismo ingenioso, ni el encanto de la poesía, ni la seducción del arte, mucho menos los juegos incandescentes del amor que no apaga.

Busquen los tratados serios de los catedráticos o los respetables libros de Teología. Busquen y encuentren�

Después de los puntos suspensivos la página quedó en blanco. El autor había redondeado garbosamente su pensamiento dejando al final una suspensión sugerente y peligrosa: "Busquen y encuentren�" aunque en verdad a él mismo no se le podía ocurrir qué cosa, por ejemplo, habrían de buscar y encontrar los aludidos después de los libros de Teología.

Esto comenzó a mortificarlo un poco.

Quiso borrar los puntos suspensivos sin animarse a ello porque entonces no tendría gracia alguna la terminación. "Busquen y encuentren�", se repartía sin que a su pensamiento vaciado acudiese una nueva idea, imagen o palabra del idioma castellano o de otro cualquiera que supiese ligeramente.

Su amigo íntimo, el médico, entró en el escritorio a proponerle una partida de ajedrez.

El autor le leyó la portada apartándose un poco de la mesa de escribir.

Y el médico le dijo: -Esto es un cuento, una fantasía en tu caso. Esto es meramente ociosidad. La intención es agresiva, descortés, y la expresión es falsa porque a ti nadie te ha reprochado "fecundidad y ligereza de pluma" además si esta es una presentación no sé a qué libro se refiere.

Y el médico le dijo: -Esto es un cuento, una fantasía en tu caso. Esto es meramente ociosidad. La intención es agresiva, descortés, y la expresión es falsa porque a ti nadie te ha reprochado "fecundidad y ligereza de pluma" además si esta es una presentación no sé a qué libro se refiere.

El autor no estaba ofendido.

Sus labios delgados y sus ojos penetrantes y fríos detrás de los cristales de miope sonrieron más bien benévolamente a la vez.

-Entonces tú niegas redondamente mi lista de obras. Niegas asimismo que unos cuantos jovencitos verdes me han ridiculizado en sus periódicos y en sus veladas de arte. Que allí han renegado precisamente de mi fecundidad y ligereza de pluma, atribuyéndome errores de imprenta y de concepto, mal gusto, faltas de analogías, sintaxis y ortografía.

-Pero, ¿qué faltas de publicación te van a atribuir, hombre, si tú no has publicado nada fuera de esa lista de obras de las cuales nadie ha visto nunca una sola de las librerías?

-Es que están agotadas. Lo agotado existe una vez y nunca más.

-Pero alguna biblioteca particular o pública debería guardar una de tus obras.

-Lo guardado no es agotado.

-Conozco la leyenda: obra premiada y agotada. Deberías dejarte ya de esas manías y dedicarte a tu oficio agronómico.

Por cierto que tu manía es inofensiva, pero no te queda bien.

Te pareces a esos otros autores falsos que hacen circular lista de sus obras inéditas: "en preparación en prensa a punto de salir, reserve su ejemplar". Son las paranoias de la fama literaria. En fin, chico, ya se te quitará con sólo ocuparte un poco de tu Agronomía.

-Pero ¿cómo puedo ocuparme de Agronomía si con la reforma agraria nos han quitado la finca y no nos dejan asomar al campo?

Se hizo el silencio entre ellos. En alguna parte, no muy lejos, clavaban un techo de calamina a golpes rítmicos, incesantes, que intranquilizaban al agrónomo. Le hizo bien que en ese momento lo llamaran desde otra pieza al teléfono de parte de alguna imprenta.

-Es la Editorial Eruditus -dijo al salir-. Voy arreglando la publicación de mi libro.

El médico se extrañó. ¿Cómo es que él no sabía nada de que su amigo preparaba un libro? Hasta ahora sólo se había batido con sus títulos premiados y agotados que prodigaba ingeniosamente en sus datos personales y en su correspondencia con otros que tal vez hacían lo mismo.

Algunos le mandaban sus libros con dedicatorias alusivas a los títulos. Hacía un mundo bastante extendido de la simulación literaria. Se puso a inspeccionar la mesa de roble luciente. Allí estaba el tintero monumental del David de Donatello.

El continente pastoril del héroe velado de juvenil pesadumbre le hizo recordar la frase de Fraure: "triste de haber vencido". Sobre la carpeta de paño azul oscuro con esquinas de cuero repujado había un legajo de papeles.

Se puso a curiosear.

Allí estaba en efecto el volumen de originales manuscritos, sin una sola enmendadura, al parecer; con una letra febril, nerviosa, a momentos desigual pero siempre clara, abiertamente legible, con los signos de interrogación y admiración exagerados, y sin embargo todo de una pieza, sin un solo acápite en las doscientas páginas: probablemente influido por el insufrible James Joyce en cuyos laberintos le gustaba perderse desde hace tiempo.

Después de leer unas cuantas líneas del mamotreto creyó enloquecer en segundos tratando de comprender cómo el mismo sujeto pudo haber pasado del texto confuso y deshilvanado, a la clara, ordenada y airosa presentación.

Felizmente vino a revolverse el problema estilístico con la teoría de las transiciones.

El libro era pesado como toda obra pensada a profundidad y densidad. La portada en cambio era superficial, espontánea y ligera como la espuma de unas aguas y tenebrosas. Lo uno era pensamiento en bruto, lo otro era inspiración y lucidez.

Una hoja suelta del pavoroso infolio lo hizo estremecer de pies a cabeza, como un relámpago de relevación desdichada. La hoja decía arriba, en letra muy menuda.

Carátula.

Y al centro pacientemente dibujado, letra por letra, el título del libro para el que había acabado de hacerse la portada: Ensayo sobre la manera científica de golpear los clavos de calamina con el revés del martillo en el techo de listones de madera nacional o importada sin hacer ruido en el cerebro.

El autor de aquello aún seguía ocupado con el teléfono.

El médico azorado dejó los papeles y salió del estudio al tiempo que el otro se despedía de su editor:

-Puede ser extravagante ese título, señor, pero se trata de un problema técnico y de una obra de arte, de alta literatura subjetiva, con proyecciones funcionales a lo objetivo, en un proceso de estructuración constructiva para la liberación de los esclavos despiertos en el sueño metálico de los carpinteros.

Augusto Guzmán Martínez.

Cochabamba, 1903-1994.

Novelista, historiador,

ensayista y crítico literario.

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