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Segunda y última parte
En el núcleo del pensamiento benjaminiano y en teorÃas afines se encuentra la contraposición de dos grandes fuerzas. Por un lado se halla la esfera del sentimiento religioso, de los sueños y anhelos de la sociedad y de las concepciones morales de la misma, esfera que se acerca al campo de lo divino y que por ello no puede ser comprendida -o descrita- adecuadamente sólo mediante esfuerzos racionales.
Los valores de orientación de esta esfera son "puros", en el sentido de que su vigencia no depende de mediaciones, las que siempre traen consigo un factor de distorsión y engaño, una posibilidad de falseamiento y ventajismo. De acuerdo a esta reflexión, la violencia revolucionaria tiene ese carácter de pureza y no puede ser juzgada por el mezquino cálculo de proporciones. Las revoluciones genuinas, por lo tanto, tendrÃan un derecho histórico superior frente a toda crÃtica proveniente del liberalismo racionalista.
Para Walter Benjamin hay que atribuir a la primera esfera -la de la religión, la moralidad y el altruismo - una dignidad superior por encima del campo de la institucionalidad y las intermediaciones. Este último terreno concita casi siempre un marcado sentimiento de desconfianza y desprecio, pues es considerado como el lugar privilegiado de las patologÃas sociales. Se supone que los factores asociados a la primera esfera disfrutan de las cualidades de pureza, autorreferencialidad y hasta sacralidad.
Estos aspectos no están, afortunadamente, sometidos al principio de rendimiento, eficacia y proporcionalidad; no prevalecen allà ni la racionalidad instrumental ni el detestable debate de intereses. Aquà se encuentra, en cambio, el potencial de nuevas concepciones, obviamente revolucionarias, acerca de la moral y la polÃtica.
En esta lÃnea, y apoyado en Georges Sorel, Walter Benjamin aseveró que la violencia revolucionaria y utópica es pura y autorreferencial: un fin en sà misma. De acuerdo a Benjamin, la violencia revolucionaria y utópica no puede ser juzgada desde la perspectiva de la proporcionalidad de los medios, ni desde la óptica convencional de la filosofÃa de la historia, ni, menos aún, desde un punto de vista jurÃdico convencional. Al ser una meta por derecho propio, la violencia revolucionaria se convierte en sagrada. Igual que Sorel, Benjamin experimentó un notable entusiasmo por la "heroica energÃa de las masas". El propósito de Sorel y Benjamin consistÃa en mantener el concepto de lo polÃtico en la lejanÃa más grande posible de la pugna de intereses.
Este intento de concebir la "genuina" polÃtica -aquella que se consagra exclusivamente a la consecución de la emancipación humana- en un estado de pureza prÃstina (lo anti-utilitario por excelencia) no hace justicia ni a la realidad histórica ni al núcleo de la polÃtica, que es la perenne discusión de intereses en el espacio de lo contingente y aleatorio y no algo eximido de metas y anhelos cotidianos y prosaicos, es decir eminentemente humanos.
Pero precisamente esta concepción romántica de la violencia polÃtica como algo utópico e irracional, arcaizante y, simultáneamente, proclive a un uso generoso de la misma, ha sido la más difundida en cÃrculos revolucionarios latinoamericanos.
El resultado del esfuerzo teórico de Walter Benjamin y de pensadores similares puede ser visto como un relleno quiliástico del concepto marxista de revolución. Asà la polÃtica adquirirÃa definitivamente la calidad de un fin religioso en sà mismo. Al mismo tiempo se puede afirmar que estas posiciones son básicamente conservadoras o, mejor dicho, tradicionalistas, porque regresan acrÃticamente a una posición anterior a la Ilustración y al racionalismo y hasta previa a los debates de los estoicos en la Antigüedad clásica y a todo esfuerzo para transformar la polÃtica en algo previsible y racional-argumentativo o, por lo menos, exento de las arbitrariedades más inhumanas.
Benjamin sostuvo en el mismo contexto que el "dogma de la santidad de la vida" serÃa una de las últimas confusiones de la "debilitada tradición occidental".
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