Tiempos de lucha son los que vivimos. Tenemos apostada al frente una fiera enconada; nos mira vigilante con los colmillos brillantes. "No me prediquéis la paz, que le tengo miedo; la paz es la sumisión y la mentira". ¿Quién dijo eso? Un escritor y filósofo, que también ejerció el periodismo como arma de combate. Perteneció a la "Generación del 98". Era de ese grupo al que le dolía España como una herida personal en algún flanco del alma. Miguel de Unamuno, un vasco rebelde y luchador de acerada pluma. Ya en la edad provecta se parecía mucho, en lo físico y espiritual, al caballero de la Mancha; hasta el nombre ayuda a recordar al autor del personaje, el gran ironista Miguel de Cervantes.
Cuando enrojece el horizonte, es señal de que algo anda mal; hay que velar las armas, por si acaso. Son tiempos de ansiedad y de rebelión. En ese escenario "la política ocupa el primer plano de la vida". Tenía razón al pensar así el espléndido ensayista peruano José Carlos Mariátegui. La indiferencia es casi una traición. La arremetida cotidiana tiene que tener alguna respuesta. No conviene ignorar el guante lanzado. El arrinconarse en silencio es la peor forma de perder -sin luchar- la batalla. Es cierto que hay un fondo potencial de indignación, pero aún no se ha utilizado la pluma como arma, pese a que fueron declarados enemigos los periodistas.
Cuando enrojece el horizonte, es señal de que algo anda mal; hay que velar las armas, por si acaso. Son tiempos de ansiedad y de rebelión. En ese escenario "la política ocupa el primer plano de la vida". Tenía razón al pensar así el espléndido ensayista peruano José Carlos Mariátegui. La indiferencia es casi una traición. La arremetida cotidiana tiene que tener alguna respuesta. No conviene ignorar el guante lanzado. El arrinconarse en silencio es la peor forma de perder -sin luchar- la batalla. Es cierto que hay un fondo potencial de indignación, pero aún no se ha utilizado la pluma como arma, pese a que fueron declarados enemigos los periodistas.
No tenemos luchadores de rango en Bolivia. Los más de los que debían serlo están como escondidos; tienen miedo salir a la intemperie donde truena el rayo. Miran de balcón o desde su torre de marfil la tormenta que azota en la esquina. No les duele Bolivia; no les duele nada. Son seres raros, sin sensibilidad ni conciencia. Sólo quieren vivir bien aunque sea bajo el látigo del tirano. Y bien se sabe que no sólo de pan vive el hombre. La justicia, la libertad y la democracia son también valores por los que vale la pena luchar.
Allá por los años 50 un luchador aymara, Franz Tamayo, difundió esta arenga de combate: "No basta decir la verdad, hay que defenderla, y cuando son la indiferencia y la ineptitud sus verdaderas enemigas, hay que clavarla a martillazos en las cabezas rebeldes". Eso habrá que hacer. Rige en el país una escala invertida de valores; se desconoce las reglas del juego, se actúa al margen de la ley y se escamotea la realidad para imponer a rajatabla otro octubre tramposo. "Bolivia es el dichoso país donde la ociosidad se paga y la mediocridad se premia". De siglo a siglo, parece que no hemos cambiado nada. La danza de las sombras continúa: la condecoración a los antihéroes; la corrupción incontenible; el narcotráfico en las altas cúpulas del poder.
Democracia o dictadura. Esa disyuntiva siempre hubo. Un patricio de reputación continental, decidió un día enfrentar en solitario al tirano de su país. Lo combatió sin tregua hasta derrumbarlo. Y cuando al fin la batalla se resolvió a su favor, exclamó victorioso: "Mi pluma lo mató". Hemos nombrado a Juan Montalvo, el ecuatoriano universal cuyo ejemplo heroico se renueva ahora ante otros desafíos; ante otros tiranos. Las ideas de fuego también ganan batallas.
*Es escritor
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