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Domingo 12 de mayo de 2019

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Revista Dominical

Una persona que escribe

12 may 2019

Por: Márcia Batista Ramos - Escritora. (mar_bara@yahoo.es)

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Tal vez, muchos, no sepan el significado profundo de vestir con extrema espontaneidad paños ajenos o calzar el zapato del otro; pero una persona que escribe, esa sí, comprende lo que es asumir nuevas identidades, reales o presentes en el imaginario, porque casi todos los días, ejercita el arte de escribir y toma pose de otras identidades; y cuenta como si estuviera bajo otra piel y no la propia, todo al detalle: cómo ocurrió, cuándo pasó y qué sintió mientras ocurría�

Para ella, para la persona que escribe, no existen fronteras y logra recorrer la vida y el mundo, sin coger una maleta. Normalmente es auténtica, sociable, pero, su oficio es eminentemente solitario. Siendo que el fruto de su trabajo no existe por sí solo, necesita de alguien que le dé sentido. Normalmente, a ese tipo de personas les agrada que entiendan su punto de vista, así como, darse a escuchar, porque tiene pasión por lo que hace, y va dejando la huella de sus pensamientos e ideas documentados para la posteridad.

Una persona que escribe sabe lo que queda de esa vida, del mundo, es un vestigio fugaz, entonces observa y cuenta o revive historias que no le pertenecen, pero, que las hace suyas de manera sentida, profunda, al punto de posicionarse y transformarse en voz y eco de aquellos que no podrían reverberar en el tiempo y en el espacio, simplemente, porque no tienen voz. Con todo, no está preservada de los riesgos y desgracias de la existencia, que, irónicamente, aquejan a todos.

Una persona que escribe sabe lo que queda de esa vida, del mundo, es un vestigio fugaz, entonces observa y cuenta o revive historias que no le pertenecen, pero, que las hace suyas de manera sentida, profunda, al punto de posicionarse y transformarse en voz y eco de aquellos que no podrían reverberar en el tiempo y en el espacio, simplemente, porque no tienen voz. Con todo, no está preservada de los riesgos y desgracias de la existencia, que, irónicamente, aquejan a todos.

Una persona que escribe, utiliza palabras en varios estilos y técnicas para comunicar ideas y produce material a través de una serie de géneros, para deleite de los demás, al representar libremente a sí mismo y su experiencia directa y personal de las cosas, aunque simbólicamente transpuestas, sondeando su memoria, en busca de figuras que emergen a la luz del presente.

Entretanto, estar frente a la hoja en blanco, no significa que las ideas escurran de la pluma una tras otra, con precisión de reloj suizo, plasmando el sentimiento exacto, de manera puntual. El lenguaje es muy exigente y es difícil encontrar el vocablo exacto, al momento de decir lo que se quiere. No se trata de encontrarse en un estado de gracia o un estado de trance. Como si las ideas estuviesen preconcebidas, como dijo Platón, y la pluma fuera el canal para rescatarlas del mundo de las ideas, también platónico, para entregarlas al lector y a la crítica. Porque no depende de fórmulas mágicas, sino del trabajo profundo para dar forma al material a difundir; o dar forma a la vida misma para poder entender las cosas más ininteligibles del intríngulis de la existencia humana sobre el planeta.

Pues, para estar frente a la hoja en blanco, es necesario tener voluntad de producir, con un cierto estilo; para luego pensar, repensar, tachar su escrito y algunas veces no lograr exponer con la belleza y el cuidado que inicialmente se pretendía, la idea inicial. Sumado al hecho de que, al hilvanar ideas, se suele cambiar de caminos y plasmar otra idea, distinta a la inicial. Y una persona que escribe, lo hace una y otra vez, porque ese es su arte; y en el fondo, mismo cuando no acepta, es lo que da sentido a su existencia, ya que, en su íntimo, no admite su vida sin algo de expresión lírica.

No obstante, ante la vista y paciencia del lector, ninguno de los escritos parece fruto de constricción o esfuerzo. Como siempre, resulta sencillo descomponer un aparato, por mucho que ignoremos su mecanismo; así, muchos lectores, asumen el arte de escribir como un mero y fácil ejercicio de plasmar ideas con el don recibido de los Dioses, inherente a la persona que escribe.

Entretanto, la persona que escribe, sabe que no es un iluminado y consciente está que se parece más bien al peregrino, que a veces no sabe por dónde empezar el camino, indaga, luego se decide a partir, sale en marcha hacia una meta, singlando espacios desconocidos�

Preparándose al viaje de la composición, una persona que escribe, se deja transportar por su propia escritura, interroga las palabras, deja que repliquen, que se reflejen en el eco de sí mismas, luego prueba nuevas combinaciones, para llegar a pulsar bajo otra piel o simplemente abandonar la hoja por falta de brillo y sensatez.

Muchas veces, la persona que escribe, desviste cada máscara y se dirige, al lector, sin ningún filtro: onírico, filosófico, irónico, surreal; porque, sencillamente, quiere decir lo que está diciendo, sin intenciones subyacentes maquilladas de otra cosa; tal vez, porque muchas veces, quiere ser ella misma y no el eco que deja rastro en el universo caótico que nos movemos y llamamos mundo o, el más de las veces, vida.

En una persona que escribe frecuentemente se advierte un gusto refinado por el lenguaje, porque trata de ser cuidadosa y parece divertirse manipulando el idioma a su deleite, tratando de forzar sus límites, incluso sabiendo que nunca podrá atravesarlos, sin embargo, no es así; el gusto, más que por las palabras, es por las ideas y enlazarlas, engendrando el itinerario de un discurso que a su vez se refleja, actuando, poniendo en escena, éste es el verdadero desafío nuestro de cada día.

Indubitablemente, un pájaro hornero, tiene más certeza al encajar sabiamente unas con otras las porciones de barro, al construir su nido, que un constructor del edificio del discurso filosófico, que a menudo se traduce en una reflexión personal, en algo incompleto, con carácter íntimo y fragmentario; que ni siquiera representa la expresión de la conciencia artística.

No obstante, sin incurrir en generalizaciones, siempre recordando que la persona que escribe es, un permanente investigador, un buen lector, que seguramente no le gusta el estilo de erudición que consiste en acumular lecturas en solitario; y prefiere, en una suerte de culto al soliloquio, compartir ideas y las páginas transitadas a través de sus escritos.

De tal suerte que la lectura es la lumbre que permite la diversidad de posibilidades temáticas y formales; haciendo que la originalidad sea una mezcla personal de múltiples influencias. Que nada sería sin la imaginación, que es el proceso creativo, que permite al individuo tratar información generada interiormente con el fin de crear una representación percibida por los sentidos en ausencia de estímulos del ambiente; pues es la imaginación, quien permite crear un nuevo mundo y plasmarlo en el papel, para deleite de otros.

Así, nutrida de otras literaturas la persona que escribe, también produce literatura. Como un alquimista, que mezcla ocurrencias o acontecimientos del mundo real con ideas de su mundo imaginario, en la búsqueda de su propia fórmula de la piedra filosofal literaria. Tornándose, a menudo, un eterno aprendiz de su propio oficio.

Como no podría dejar de ser, es menester puntualizar el obvio: una persona que escribe es un escritor.

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