Una persona que escribe sabe lo que queda de esa vida, del mundo, es un vestigio fugaz, entonces observa y cuenta o revive historias que no le pertenecen, pero, que las hace suyas de manera sentida, profunda, al punto de posicionarse y transformarse en voz y eco de aquellos que no podrÃan reverberar en el tiempo y en el espacio, simplemente, porque no tienen voz. Con todo, no está preservada de los riesgos y desgracias de la existencia, que, irónicamente, aquejan a todos.
Una persona que escribe sabe lo que queda de esa vida, del mundo, es un vestigio fugaz, entonces observa y cuenta o revive historias que no le pertenecen, pero, que las hace suyas de manera sentida, profunda, al punto de posicionarse y transformarse en voz y eco de aquellos que no podrÃan reverberar en el tiempo y en el espacio, simplemente, porque no tienen voz. Con todo, no está preservada de los riesgos y desgracias de la existencia, que, irónicamente, aquejan a todos.
Pues, para estar frente a la hoja en blanco, es necesario tener voluntad de producir, con un cierto estilo; para luego pensar, repensar, tachar su escrito y algunas veces no lograr exponer con la belleza y el cuidado que inicialmente se pretendÃa, la idea inicial. Sumado al hecho de que, al hilvanar ideas, se suele cambiar de caminos y plasmar otra idea, distinta a la inicial. Y una persona que escribe, lo hace una y otra vez, porque ese es su arte; y en el fondo, mismo cuando no acepta, es lo que da sentido a su existencia, ya que, en su Ãntimo, no admite su vida sin algo de expresión lÃrica.
No obstante, ante la vista y paciencia del lector, ninguno de los escritos parece fruto de constricción o esfuerzo. Como siempre, resulta sencillo descomponer un aparato, por mucho que ignoremos su mecanismo; asÃ, muchos lectores, asumen el arte de escribir como un mero y fácil ejercicio de plasmar ideas con el don recibido de los Dioses, inherente a la persona que escribe.
Entretanto, la persona que escribe, sabe que no es un iluminado y consciente está que se parece más bien al peregrino, que a veces no sabe por dónde empezar el camino, indaga, luego se decide a partir, sale en marcha hacia una meta, singlando espacios desconocidos�
Preparándose al viaje de la composición, una persona que escribe, se deja transportar por su propia escritura, interroga las palabras, deja que repliquen, que se reflejen en el eco de sà mismas, luego prueba nuevas combinaciones, para llegar a pulsar bajo otra piel o simplemente abandonar la hoja por falta de brillo y sensatez.
Muchas veces, la persona que escribe, desviste cada máscara y se dirige, al lector, sin ningún filtro: onÃrico, filosófico, irónico, surreal; porque, sencillamente, quiere decir lo que está diciendo, sin intenciones subyacentes maquilladas de otra cosa; tal vez, porque muchas veces, quiere ser ella misma y no el eco que deja rastro en el universo caótico que nos movemos y llamamos mundo o, el más de las veces, vida.
Indubitablemente, un pájaro hornero, tiene más certeza al encajar sabiamente unas con otras las porciones de barro, al construir su nido, que un constructor del edificio del discurso filosófico, que a menudo se traduce en una reflexión personal, en algo incompleto, con carácter Ãntimo y fragmentario; que ni siquiera representa la expresión de la conciencia artÃstica.
De tal suerte que la lectura es la lumbre que permite la diversidad de posibilidades temáticas y formales; haciendo que la originalidad sea una mezcla personal de múltiples influencias. Que nada serÃa sin la imaginación, que es el proceso creativo, que permite al individuo tratar información generada interiormente con el fin de crear una representación percibida por los sentidos en ausencia de estÃmulos del ambiente; pues es la imaginación, quien permite crear un nuevo mundo y plasmarlo en el papel, para deleite de otros.
Como no podrÃa dejar de ser, es menester puntualizar el obvio: una persona que escribe es un escritor.
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