Qué comemos, no sabemos

Como van las cosas, ya no podemos asegurar qué comemos, pues una gran cantidad de los alimentos que diariamente consumimos no son precisamente de producción nacional y la procedencia de una mayoría de artículos de consumo corresponde a países vecinos, especialmente el Perú y Argentina, pero también chilenos y brasileños, incluyendo varios asiáticos, chinos, coreanos y japoneses que son parte de la oferta cotidiana en los centros de abasto.

La información relacionada con la importación de alimentos hace una comparación cuyo resultado es abrumador al saber que una década atrás nuestro país importaba alimentos para consumo de la población por un valor de 124 millones de dólares anualmente y entonces se criticaba tal cifra como excesiva, pero lo sorprendente es que de acuerdo al informe de organismos que estudian ciertas condiciones sociales, se establece que el año pasado Bolivia importó alimentos nada menos que por un valor de 488,5 millones de dólares, lo que significa un aumento de casi 300 por ciento con lo registrado allá por 2007 a 2009.

Retrospectivamente se menciona que la curva de importación estatal de alimentos comenzó a posesionarse desde 2006 cuando la producción agrícola nacional se redujo considerablemente generando una escasez de productos alimenticios, quedando los mercados casi desabastecidos y reemplazando esa falta de productos con la introducción vía contrabando de variedad de alimentos, incluyendo verduras, frutas y cereales y otros importados, lo que significó el comienzo de un proceso de abandono de las zonas agrícolas, cuyos pobladores migraron a las ciudades ante una supuesta existencia de empleos bien remunerados, lo que no sucedió, pero tampoco el retorno de los agricultores a sus comunidades.

Se observó el crecimiento de una migración campo - ciudad con caracteres alarmantes, ocasionando un abandono en las tareas agrícolas a las que sólo se dedicaban los comunarios de mayor edad, pues los jóvenes ganaron las ciudades, esperanzados en promesas políticas de empleo, que no funcionaron pero alteraron la base del sector agrícola comunitario, que en la actualidad se repone paulatinamente, pero exige mayor atención oficial para recuperar las condiciones operativas y restablecer la condición de proveedores de alimentos básicos para la población.

Según revelan algunas notas de prensa, se ha llegado al extremo de tener que comprar productos como la papa, que es de comercio diario, pero además el chuño y una variedad de este producto como la tunta, (chuño blanco) que se consideran aún alimentos naturales de la región altiplánica nacional y que ahora nos llegan desde el Perú. Para colmo de sorpresas desagradables nos enteramos que también se vende en los mercados nacionales quinua peruana y hasta una variedad de quinua asiática, lo que ya llega al colmo de los colmos.

En los puestos de venta de mercados, la oferta es abierta en materia de frutas, manzanas chilenas y argentinas, mandarinas y duraznos peruanos, y en algunos casos se ofrecen paltas y tomates del mismo país vecino. Lo grave es que para mal de los pesares, esos productos resultan más baratos y hasta más agradables que los nacionales.

Por los hechos que se observan, hay un serio problema en la política nacional de seguridad alimentaria en la que debería priorizarse la atención que reclaman los agricultores, con dotación oportuna de semillas, maquinaria agrícola y seguridades de comercio interno de sus productos, ejerciendo estricto control para cortar el contrabando de los vecinos. El asunto es sumamente delicado y merece un correctivo urgente, para recuperar la actividad natural de nuestras comunidades campesinas. Sólo así sabremos que comemos productos nacionales.

Fuente: LA PATRIA