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Domingo 05 de mayo de 2019

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Cultural El Duende

Dafne Meezs

05 may 2019

Dafne Meezs Flores. Temuco, Chile, 1979. Docente de Lenguaje y Comunicación, escritora y poeta. Dueña de una escritura vigorosa donde el profundo poder sugestivo de las imágenes convoca la inquietud del lector, que alcanza a vislumbrar mundos latentes de vida en una propuesta escritural madura y digna de la más alta atención. Sus creaciones están incluidas en las antologías "Círculo de Poesía", revista "Ritmo" de UNAM y revista "Cuaderno" de la Fundación Neruda. Inédita individualmente

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Un suave y blando movimiento deglutorio

No creo en el sosiego cuando abro los ojos,

Tengo en cuenta el escenario, es otro entre nosotros.

Aunque desaparezca cuando el juego cesa

y los párpados caen, con una piel diferente

siempre se levanta.

La silueta de la cadera que se delimita al mirarla

ignora que está adherida

a la lengua de la madera del suelo en que descansa.

A los pies azules bajo la ducha

los azulejos les lamen las plantas.

No es una cadena de fondos pintados,

es la bestia que juega con su presa

antes de tragarla

Ya no creo en el sosiego

Cuando abro los ojos.

Equa

De pronto quiero

en el fondo de este vaso

encontrarme a mi caballo

empapado en su sudor

con los ojos bobos llenos de pestañas

que me pida que le frote

su pelambre casi rosa, sanguinolento

Quiero

Llamarlo desde

la vibración que aún persiste en el camino,

en sus cascos, en sus cañas, en sus tibias,

en sus vértebras caudales,

en su cruz, en su crin, en mis huesos sacros,

en su cruz, en su crin, en mis huesos sacros,

en las dos espinas curvas,

en las escápulas, en nuestros huecos óseos resonando.

Quiero que a la vez bebamos

desde arriba

desde abajo

de este mismo vaso

con la misma sed de desahogo

bruta ansiedad de desafiar despeñaderos.

Quiero

beberme en lo oscuro

este vaso de aguardiente

y que mi animal se me ilumine

como un ángel fosforescente

caído en el abrevadero,

que su vida tan corta

le urja en los tendones a precipitarse.

Quiero

escuchar en mi sangre a mi bestia

su espléndida estupidez relinchando

contra el aire

viciándolo, agotándolo, echándose a correr.

Llegué como un náufrago

Llegué como un náufrago,

maldiciendo y rogando,

con la agonía

practicándose en mi cuerpo.

Sucedieron días

y noches sin dormir,

alerta a ser devorada

por algo que respiraba y no era yo.

Miré en lo oscuro

hasta ponerme casi ciega,

no hice ruido,

no causé sobresalto a los peces

que cacé mientras dormían,

descarté las figuras sin objeto,

todo lo que había

entre el negro y el blanco,

dejé de ser el curioso

temor de los pájaros,

dejamos de sernos

raros mutuamente,

dejé de rezar de rodillas

deseando que amanezca

luego otra vez.

Aprendí el valor de

las cosas en esta isla,

me hice de mis perros,

ellos ven por mí

lo que yo no veo

y me dan las coordenadas

de eso que respira

y también busca algo de comer.

¿Qué soñé los días que estuve inconsciente?

¿Obtuve alguna explicación del oleaje,

que perdí luego, cuando

casi muerta volví, necia e iluminada?

Necesito un bosque para ocultar mi casa

Necesito un bosque para ocultar mi casa,

un río en que se hunda

y vegetación tapando las ventanas.

Necesito frío para que el corazón se me contraiga

y vacío para este quehacer de estar,

mirar, andar gateando,

buscar el fresco en el piso;

el pensar en salir y sumergirse.

Eso es todo, la vigilia, el sueño,

el desasosiego como statu quo,

alguna forma de respiración.

Poema rural, lento y condenado

Dos personas duermen próximas

la materia de sus sueños es densa.

En la cama, la trama intrincada

de la tela intenta representar

rosas y pájaros que les nacen de los estigmas,

todo conexo como en los sistemas que llaman jardines.

Ella sueña que la casa arde,

empezando por las cortinas, las sábanas,

la camisa, las ranuras de la madera.

Las ventanas estallan lentamente,

las trizas rasgan más rápido

que como lo haría el tiempo las cortinas,

licuando las flores sintéticas del visillo.

Piensa que debería correr hacia el río,

pero está atenta a que su sangre no se le caiga

y que sea mucha

y no pueda beberla y calque los rosales, sus pájaros,

sus jardines en la sábana o en la madera del suelo

o en la cabeza esa que abraza.

Ir por la calle que baja,

que avanza en el sentido de irse humedeciendo.

Afuera un pájaro se levanta,

haciendo temblar el rosal donde se posa.

Avanza velado por los árboles, desvelado por los faroles,

encandilado por las monedas, por los trozos de vidrio verde

de botellas que en el suelo brillan con la lluvia

y su sombra intermitente,

cuadro a cuadro sobre los adoquines.

Sin saber evita los rincones

con ventanas donde crepite la luz de alguna vela

donde haya quien sueñe con pájaros,

con rosales que se queman

no quiere

ver caer sus cenizas

Apenas roza la ventana de la pieza

tuerce hacia donde lo espera

la humedad del río, un común afluente.

Para tus amigos: