Dafne Meezs Flores. Temuco, Chile, 1979. Docente de Lenguaje y Comunicación, escritora y poeta. Dueña de una escritura vigorosa donde el profundo poder sugestivo de las imágenes convoca la inquietud del lector, que alcanza a vislumbrar mundos latentes de vida en una propuesta escritural madura y digna de la más alta atención. Sus creaciones están incluidas en las antologías "Círculo de Poesía", revista "Ritmo" de UNAM y revista "Cuaderno" de la Fundación Neruda. Inédita individualmente
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Un suave y blando movimiento deglutorio
No creo en el sosiego cuando abro los ojos,
Tengo en cuenta el escenario, es otro entre nosotros.
Aunque desaparezca cuando el juego cesa
y los párpados caen, con una piel diferente
siempre se levanta.
La silueta de la cadera que se delimita al mirarla
ignora que está adherida
a la lengua de la madera del suelo en que descansa.
A los pies azules bajo la ducha
los azulejos les lamen las plantas.
No es una cadena de fondos pintados,
es la bestia que juega con su presa
antes de tragarla
Ya no creo en el sosiego
Cuando abro los ojos.
Equa
De pronto quiero
en el fondo de este vaso
encontrarme a mi caballo
empapado en su sudor
con los ojos bobos llenos de pestañas
que me pida que le frote
su pelambre casi rosa, sanguinolento
Quiero
Llamarlo desde
la vibración que aún persiste en el camino,
en sus cascos, en sus cañas, en sus tibias,
en sus vértebras caudales,
en su cruz, en su crin, en mis huesos sacros,
en su cruz, en su crin, en mis huesos sacros,
en las dos espinas curvas,
en las escápulas, en nuestros huecos óseos resonando.
Quiero que a la vez bebamos
desde arriba
desde abajo
de este mismo vaso
con la misma sed de desahogo
bruta ansiedad de desafiar despeñaderos.
Quiero
beberme en lo oscuro
este vaso de aguardiente
y que mi animal se me ilumine
como un ángel fosforescente
caído en el abrevadero,
que su vida tan corta
le urja en los tendones a precipitarse.
Quiero
escuchar en mi sangre a mi bestia
su espléndida estupidez relinchando
contra el aire
viciándolo, agotándolo, echándose a correr.
Llegué como un náufrago
Llegué como un náufrago,
maldiciendo y rogando,
con la agonía
practicándose en mi cuerpo.
Sucedieron días
y noches sin dormir,
alerta a ser devorada
por algo que respiraba y no era yo.
Miré en lo oscuro
hasta ponerme casi ciega,
no hice ruido,
no causé sobresalto a los peces
que cacé mientras dormían,
descarté las figuras sin objeto,
todo lo que había
entre el negro y el blanco,
dejé de ser el curioso
temor de los pájaros,
dejamos de sernos
raros mutuamente,
dejé de rezar de rodillas
deseando que amanezca
luego otra vez.
Aprendí el valor de
las cosas en esta isla,
me hice de mis perros,
ellos ven por mí
lo que yo no veo
y me dan las coordenadas
de eso que respira
y también busca algo de comer.
¿Qué soñé los días que estuve inconsciente?
¿Obtuve alguna explicación del oleaje,
que perdí luego, cuando
casi muerta volví, necia e iluminada?
Necesito un bosque para ocultar mi casa
Necesito un bosque para ocultar mi casa,
un río en que se hunda
y vegetación tapando las ventanas.
Necesito frío para que el corazón se me contraiga
y vacío para este quehacer de estar,
mirar, andar gateando,
buscar el fresco en el piso;
el pensar en salir y sumergirse.
Eso es todo, la vigilia, el sueño,
el desasosiego como statu quo,
alguna forma de respiración.
Poema rural, lento y condenado
Dos personas duermen próximas
la materia de sus sueños es densa.
En la cama, la trama intrincada
de la tela intenta representar
rosas y pájaros que les nacen de los estigmas,
todo conexo como en los sistemas que llaman jardines.
Ella sueña que la casa arde,
empezando por las cortinas, las sábanas,
la camisa, las ranuras de la madera.
Las ventanas estallan lentamente,
las trizas rasgan más rápido
que como lo haría el tiempo las cortinas,
licuando las flores sintéticas del visillo.
Piensa que debería correr hacia el río,
pero está atenta a que su sangre no se le caiga
y que sea mucha
y no pueda beberla y calque los rosales, sus pájaros,
sus jardines en la sábana o en la madera del suelo
o en la cabeza esa que abraza.
Ir por la calle que baja,
que avanza en el sentido de irse humedeciendo.
Afuera un pájaro se levanta,
haciendo temblar el rosal donde se posa.
Avanza velado por los árboles, desvelado por los faroles,
encandilado por las monedas, por los trozos de vidrio verde
de botellas que en el suelo brillan con la lluvia
y su sombra intermitente,
cuadro a cuadro sobre los adoquines.
Sin saber evita los rincones
con ventanas donde crepite la luz de alguna vela
donde haya quien sueñe con pájaros,
con rosales que se queman
no quiere
ver caer sus cenizas
Apenas roza la ventana de la pieza
tuerce hacia donde lo espera
la humedad del río, un común afluente.
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