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Domingo 05 de mayo de 2019

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Cultural El Duende

"Unas palabritas antes de hablar"

05 may 2019

Fragmento del análisis de la obra "Paradojas de la letra" de Julio Ramos propuesta por Alejandro Moreano - Universidad Andina Simón Bolívar, Ecuador (Kipus, 1996)

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Elogio de la lengua. La noche que terminé de leer los dos primeros capítulos de Paradojas de la letra tuve una terrible pesadilla: preso en un ominoso túnel si huía hacia la derecha me encontraba con esa pantagruélica y voraz proliferación de lenguas en la boda de Felippone, aquel lenguaraz personaje de "La Lengua", cuento de Horacio Quiroga, cuyo uso indebido de la misma produce la venganza del dentista. Si, en cambio, huía hacia la izquierda me topaba con el esclavo negro Pedro Carabalí, personaje de la novela cubana Cecilia Valdés, que se muerde su propia lengua hasta cercenarla y no confesar así en la tortura a que le someten sus amos.

Apresado entre Felippone y Carabalí, entre el discurso infinito y el silencio total que sueña tanto como aquel, y ya en el filo angustiado del duermevela, recordé un artículo de un escritor ecuatoriano poco conocido, Méntor Mera, en el más puro estilo de Anatole France, "Crónica de Babasburgo". Dicho artículo pretendía ser una burla de Velasco Ibarra, quien gracias al poder de su discurso -su lengua- ganó cinco veces las elecciones presidenciales. El artículo imaginaba una gigantesca lengua que cubría todo el territorio ecuatoriano y cuyos ritmos discursivos marcaban la vida, pasión y muerte de sus habitantes.

Apresado entre Felippone y Carabalí, entre el discurso infinito y el silencio total que sueña tanto como aquel, y ya en el filo angustiado del duermevela, recordé un artículo de un escritor ecuatoriano poco conocido, Méntor Mera, en el más puro estilo de Anatole France, "Crónica de Babasburgo". Dicho artículo pretendía ser una burla de Velasco Ibarra, quien gracias al poder de su discurso -su lengua- ganó cinco veces las elecciones presidenciales. El artículo imaginaba una gigantesca lengua que cubría todo el territorio ecuatoriano y cuyos ritmos discursivos marcaban la vida, pasión y muerte de sus habitantes.

¡Qué terrible poder el de la lengua! En nuestra adolescencia radical cuestionábamos las palabras como una suerte de empalagamiento y adormecimiento de la acción -así lo confiesa Fernando Tinajero en su novela El desencuentro-, sin comprender la fuerza de la lengua una de cuyas funciones, la de proferir discursos, tiene una enorme eficacia práctica. Pero, la lengua, amén de la de proferir discursos y la de ser radiografía y discurso sintomático del cuerpo, tiene otras funciones más apetitosas: la del sabor y del gusto, una función lúdica y erótica e incluso la de ser un emblema o sucedáneo fálico.

Intelectual al fin, empero, dejo a un lado esas deliciosas posibilidades y entro al banquete del libro de Julio Ramos, bajo la imagen de la lengua como representación -o encarnación, más bien carnadura- de esa abstracción unificadora que es la lengua nacional frente a la multiplicidad heterogénea de hablas. Es decir, ingreso en el terreno simbólico de esa gigantesca lengua que cubre todo el territorio nacional.

Los discursos subalternos. Paradojas de la letra se mueve en torno a aquellos discursos subalternos o periféricos que, por un lado, amplían, despliegan, modifican, a veces deconstruyen y reconstruyen el discurso hegemónico del poder, la ley, el derecho, la producción de la verdad, el sujeto y la ciudadanía, obligándolo a torsiones y tensiones incesantes; y, por otro, lo corroen y minan desde los bordes o, en sus intersticios, se lo apropian -desde la pura mímesis hasta una toma más agresiva- para ponerlo a funcionar en direcciones distintas.

El texto despliega formas cada vez más autónomas y creativas del discurso subalterno -desde la mímesis del esclavo mulato Juan Francisco Manzano hasta las elaboraciones de la obrera anarquista Luisa Capetillo- a la vez que indaga las tensiones que sufre el discurso hegemónico y letrado -el de Andrés Bello o el de Mansilla, por ejemplo- en su proyecto de unificar la lengua, el discurso y el pensamiento dominantes y a la vez integrar la multiplicidad heterogénea de hablas y discursos subalternos.

El texto de Julio Ramos organizado a base de ensayos y ponencias escritos en épocas distintas, construye empero una gran sistemática tanto en el desarrollo histórico -desde las ficciones de los fundadores y la apelación a los no sujetos, los esclavos, hasta la emergencia de una cultura obrera alternativa- cuanto en los complejos niveles en que se mueve su análisis: la lengua, el poder, el cuerpo, la producción de la verdad jurídica, la construcción del sujeto.

La forma del análisis es el estudio cultural a partir de una múltiple metodología -el análisis literario de Bajtin, la deconstrucción derridiana, la teoría de las escrituras menores de Deleuze y Guattari, el psicoanálisis lacaniano, la crítica del derecho de Robert Cover, las teorías foucaltianas del poder y la producción de la verdad jurídica- de diversos textos literarios como la Autobiografía del esclavo mulato Juan Francisco Manzano, los testimonios en todo al caso de la esclava María Antonia Mandinga, las últimas novelas de Machado de Assis o poemas de exilio de José Martí o de Tato Laviera.

La presencia de los textos literarios no tiene una legitimidad per se. La escritura, para Ramos, no es sólo ese territorio de la dialéctica -cooptación y guerra, diálogo y ruptura- entre el discurso hegemónico y los discursos subalternos sino lugar privilegiado de construcción de la subjetividad que, en el caso de Manzano equivale a "cancelar la muerte". Más aún, según Robert Cover, la narrativa -que incluye no sólo la novela o el cuento sino testimonios y documentos- es el lugar en que se elabora la ficción de alternativas futuras que están presentes como visión imaginaria y potencial en las instituciones actuales.

Lengua, habla y el estatuto colonial. En relación con estos postulados centrales de Julio Ramos, quisiera recordar el espacio abierto por Agustín Cueva y Bolívar Echeverría, ecuatorianos ambos, que apuntan en el mismo sentido y que podrían contribuir a profundizar la explicación de la extrema tensión existente en nuestros países, entre lengua y habla, discursos hegemónicos y discursos subalternos, poder y sujetos marginales, y que Cantinflas lo expresa de manera magistral cuando en su arenga como Embajador -en la película del mismo nombre- comienza diciendo: "Permítanme unas palabritas antes de hablar".

Nos referimos a la tesis esbozada por Cueva y Echeverría, sobre la ruptura, tajante y aún brutal, que el hecho colonial impuso en la relación viva y orgánica entre el habla y la lengua; ruptura que además se expresó en la imposibilidad de una construcción social de la escritura. Así, si en la modernidad euroccidental la generalización de los intercambios comerciales, del contrato escrito avalado por el poder, y de su contrapartida, la escritura epistolar que expresaba la desesperada tentativa por mantener las relaciones personales disueltas por el comercio, gestaron una creación social de la escritura y forjaron un mecanismo de traducción automática entre habla y escritura, en nuestros países, en cambio, y como expresión del hecho colonial, la escritura surgió no como creación social sino como emanación y monopolio del poder. La jerga jurídica y los "escribidores de cartas" de las ciudades de Colombia son la expresión de la violenta discriminación cultural que impidió la formación de ese mecanismo de traducción automática.

Gran parte de la literatura ecuatoriana y latinoamericana se funda en una batalla por construir un lenguaje que traduzca en escritura el habla popular. El Gran serton: veredas es la obra maestra de esa guerra. Furiosa y desgarradora batalla. En todos los casos -de la Cuadra, Icaza o Guimaraes Rosa- se trata de una escritura terriblemente elaborada.

Curiosa paradoja: la construcción de una escritura que traduzca el habla popular deviene en una larga y desesperada empresa de elaboración del lenguaje. La escritura popular es la más compleja, difícil y "artificial" de todas las escrituras literarias.

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