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Domingo 05 de mayo de 2019

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Cultural El Duende

Del placer y la muerte por el gusto

05 may 2019

Fuente: LA PATRIA

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BUEN PROVECHO

La exactitud para detectar los sabores iba a ser su ventura y desventura. Era conocido en la ciudad como Míster Gusto, no sólo porque tenía muchas debilidades del paladar sino porque era invitado a las Ferias de las Comidas a participar del recorrido de las autoridades y del jurado calificador que premiarían a las mejores cocineras y cocineros.

Se mentaba su fama para diferenciar los diversos sabores de ajíes que acompañaban al puchero: ají amarillo auténtico, ají amarillo mezclado con color, ají amarillo a medio cocer, quemado, espesado con cebolla, recalentado, del día anterior, hecho en perol, en olla de barro con manteca, ají rojo de vaina, ají no ají, sólo color, etc., etc.

Y su fama pasaba a los arroces: muy seco, con cebolla, con pimentón, muy lavado, con mucha agua, arroz fino, sin reventar bien, medio quemado, etc., etc. Su sabiduría de los sabores nunca acababa: para runa, papa imilla, papa de este año, demasiado cocida, todavía cruda, papa amarilla, blanca, morada, rosada, fibrosa. Y así indefinidamente, con todos los sabores de las comidas criollas.

Y su fama pasaba a los arroces: muy seco, con cebolla, con pimentón, muy lavado, con mucha agua, arroz fino, sin reventar bien, medio quemado, etc., etc. Su sabiduría de los sabores nunca acababa: para runa, papa imilla, papa de este año, demasiado cocida, todavía cruda, papa amarilla, blanca, morada, rosada, fibrosa. Y así indefinidamente, con todos los sabores de las comidas criollas.

Cada vez incorporaba más conocimientos sobre comidas y sabores. Buscaba a las viejas cocineras del mercado donde pasaba horas preguntado y mirando cocinar. Su mayor obsesión era ser el mejor experto en sabores. (Sus comentarios nunca acababan y producían reacciones contrarias).

Por otro lado había ejercitado un lenguaje florido, lleno de metáforas y adjetivos precisos. Seducía a los acompañantes del recorrido por los puestos de comidas durante las ferias, por lo que llegó a adquirir el apodo de "Pico de Oro". Se gañó varios otros sobrenombres: "Caballero de los Sabores", "Lengua Dulce", hasta en quechua "Jatun Llamirina". Se hablaba de que de que iba a escribir libros de cocina que tendrían un éxito inmediato de venta.

Las cocineras del mercado "25 de Mayo", las "comideras" de la cancha, las dueñas de los bares más famosos, conocían el doble poder de su lengua: hablar y saborear. Le halagaban y temían. Míster Gusto jamás aceptaba ninguna invitación de las negociantes de comidas. Cuando llegaba con su mujer a algún restaurante, los dueños temblaban. Temían que descubriera la mezcla de una porción de la comida de hoy con la de ayer, que se diera cuenta de que el sabor del caldo venía de un poquito de carne de gato, que el caldo era recalentado, etc. Y trataban de ofrecerle lo que realmente era "de primera".

Míster Gusto celebraba también con sus amigos, sus ceremonias de cateo de bebidas, sobre todo con el vino. Acercando la copa a su nariz, mientras concitaba el interés, decía: -Envase de este año, olor a uva, a durazno, a manzana. Después de algunos segundos esperando que le miraran, al probar el vino con la punta de los labios, mantenía el misterio con un largo silencio hasta que decía: -Muy bueno. Y apuraba la copa con deleite e invitaba a hacerlo. Otras veces descubría olor a canela, a clavo, a nuez moscada de remotas regiones del Oriente, de Singapur, de Malasia. Y arribaba a la segunda cateada: por el color y por la transparencia. Iniciaba con un pequeño balanceo circular de la copa. Y al pedir que los demás lo hicieran incitaba a encontrar sabor a frutas secas, ciruelas, pasas de uva, duraznos de la abuela, membrillo y hechizaba a los amigos en la fruición de la copa.

De pronto, empezó a acumular diplomas y certificados por haber participado en calidad de jurado en el Festival del Puchero, de la Comida Criolla, del Surubí y la Trucha, etc. Le invadió una sola idea: conseguir el título de Doctor en Degustación. Su maletín empezó a ser insuficiente para los gruesos certificados. Pronto tendría que comprar un maletín especial. Así, al correr de los días, el nuevo maletín estaba reventando de papeles con membretes y fotos de comidas. Lo único que deploraba al verlos, uno por uno, mientras los esparcía sobre el escritorio y sobre las sillas, era que no se los pudiera comer.

Un día se dio cuenta de que se mujer se había ido de la casa, fatigada con las exigencias de sabores que ni las mejores cocineras contratadas la ayudaban a conseguir. Un día se dio cuenta de que no había a quién ordenar en su propia casa sobre el sabor del arroz, el condimento de la carne, el color y el sabor del vino a frutas añejas. Y que la cocina estaba vacía.

En su dormitorio le esperaba otra sorpresa: decenas de certificados y certificados esparcidos sobre la cama y una nota: "Buen provecho"

LA REINA DE LOS SABORES

Nadie supo cuándo empezó el placer de los sabores en la boca de la muchacha. Lo cierto es que se convirtió en la más renombrada cocinera del pueblo. Nadie pasaba cerca de aquella región sin visitar su negocio, "La Dueña". En principio sólo atendía los sábados y domingos: Caldos de Maní y Akha Kanka. Después apareció los jueves, el letrero de Charquekán y Asado Borracho. Como la demanda crecía fue ingeniosamente incorporando dos platos de especialidad por cada día. Así terminó acostumbrando a los parroquianos a comer lo que ella, diariamente, fijaba en su menú.

Algunos parroquianos, privilegiados también con su intimidad, decían que olía a toronjil, a verbena, a pimienta, a canela, a afrodisíacos olores. No sólo ella, sino sus sábanas, su ropa, su cuarto, como si la casa entera estuviera envuelta en olores de comidas. Hablaron de un cuarto cerrado donde en estantes, en las cuatro paredes, dormían en la oscuridad frascos con yerbas que daban infinitos y secretos sabores ya que cuando se mezclaban, desprendían poderes para recuperar comensales, para producir urgencias eróticas y hasta para lograr el amor imposible y lo más difícil, el olvido.

Un día a "La Dueña" se le ocurrió invitar a los cien y un poco más adultos que tenía el villorrio a la "Fiesta de la comida". Mandó a imprimir esquelas y también invitó a algunas amistades de los pueblos vecinos. Contrató cuatro muchachas. Preparó cinco tipos de platos, Charque, Chicharrón, Lapi, Picante Mixto, Puchero. Alguno dijo que "así como Gardel cantaba cada vez mejor, ´la Dueña´, cocinaba cada vez mejor". Ella cayó rendida por la noche, con la caja repleta de dinero.

Fue tal el éxito y el renombre que las "Fiestas de la Comida" se repitieron. Al principio cada año, después cada semestre, con la complacencia de los parroquianos.

Y simultáneamente fue creciendo la fama de las comidas que hacen sentir ardores en el pubis, que hacen retornar amores, que llevan a los borrachos a confundir esqueletos con bellas damas, que hacen soñar pecados a las niñas, que hacer ver doncellas en las viudas, que hacen el milagro de la erección en ochentones, que hacen enloquecer con sueños húmedos a los curas.

Así iba aumentando el placer de los comensales cuanto más visitaban a "La Dueña". Una especie de áurea de sabores felices rodeaba a la población y la fama del encantamiento recorrió veloz por los pueblos vecinos. Y el cuarto oscuro de las yerbas tomó cuerpo. Los ojos de los visitantes buscaban la puerta del misterio, el escondrijo de los frascos de bruja de la Circe del pueblo.

La noche en que en el pueblo vecino apareció una lucecita con un pequeño cartel que decía "La Reina de los Sabores", algo comunicó a "La Dueña" que una de sus aprendices era la autora. Saltó de su poderosa atmósfera, ingresó al cuarto oscuro de sabores y comprobó frasco a frasco, la disminución de las yerbas. Algo muy grave le revolcó el estómago. Escupió. Su esputo tenía forma de alacrán.

Al día siguiente, hallaron en el suelo el cuerpo de la muchacha. -Un alacrán -dijeron. Lo habían encontrado muy cerca de la boca, también muerto.

Gaby Vallejo Canedo.

Cochabamba, 1941.

Académica de la Lengua.

Docente de Literatura y Lenguaje.

Fuente: LA PATRIA
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