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Domingo 05 de mayo de 2019

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Cultural El Duende

El catre

05 may 2019

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Tiene cuatro patas como el común de los catres. Y veintitrés listones de ciento treinta y cinco centímetros de ancho.

La cabecera es sólida, sin duda por la rústica armazón que la sostiene.

Este catre fue construido por mí en una sola jornada nocturna, tomando como madera principal al laurel y al palo cuchara.

Una cierta claridad lo define, aunque algunas de sus zonas -las centrales y posteriores, por ejemplo-lucen un denso color apagado, por el continuo trato que mantiene con el aceite de linaza y las miradas de quienes lo ocupan noche tras noche desde hace tres meses.

En las mañanas -casi oculto entre el desorden de colchas y ponchos-, parece un objeto inerme, devuelto al mundo para que asuma una suerte de apatía o candidez fundamental. Acomodados el colchón y las sábanas de grandes flores, tendidas correctamente las frazadas que provienen del valle cochabambino (corrección significa aquí acatar notorios caprichos y emblemas de la pareja que en él reposa), el mueble despliega su carácter ancho y cordial, animándose en la sala que hace de dormitorio a pesar de su inmovilidad muda.

En las mañanas -casi oculto entre el desorden de colchas y ponchos-, parece un objeto inerme, devuelto al mundo para que asuma una suerte de apatía o candidez fundamental. Acomodados el colchón y las sábanas de grandes flores, tendidas correctamente las frazadas que provienen del valle cochabambino (corrección significa aquí acatar notorios caprichos y emblemas de la pareja que en él reposa), el mueble despliega su carácter ancho y cordial, animándose en la sala que hace de dormitorio a pesar de su inmovilidad muda.

En la noche es otra su figura. Amparado por la difusa luz que propaga la lámpara empotrada en una canasta, surge provisto de unos poderes que desconciertan al que todavía no durmió acompañado de mujer. En cambio, para el hombre experimentado en la nostalgia y la soledad, es una promesa pero también un desafío a la imaginación. Sobran las razones para esta ambigüedad.

Dadas sus dimensiones -un diseño que apeló a los avatares nocturnos de la pareja-, el hombre solitario inevitablemente sentirá, pasada la medianoche, que algo inestable lo acompaña perturbando su sueño y hasta favoreciendo la llegada de fuerzas adversas y quizás malignas. Aunque el hombre duerma profundamente habrá un litigio entre su alma y la historia que lo acredita como ciudadano anónimo de un país devastado por la incomprensión. Dormir solo en un catre de dos plazas es un acto de incomprensión, -pienso yo. No lo es, en cambio, compartir el angosto lecho con una mujer recién salida de la maraña mágica de una ciudad andina.

Sustancialmente diferente es la conducta de una pareja -incluso la de una pareja recién formada-, porque ella sabe de memoria lo que debe hacer en un espacio como el descrito. Y procede sin dubitaciones. Apaga el hombre las luces adyacentes, agobiado por la sensación de haberse olvidado algo imprescindible. La mujer se deja caer desnuda en la noche y se introduce bajo las colchas, convencida de no haber dejado nada pendiente, cosa harto discutible, porque horas más tarde pedirá fósforos o cigarrillos, tal vez un vaso de agua o un libro inexistente, un lápiz azul, finalmente una taza que alcanzó fama por carecer de oreja y estar desportillada.

Jesús Urzagasti Aguilera.

Campo Pajoso - Provincia Gran Chaco, 1941- 2013.

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