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Los ojos abiertos
II
Este andar por las calles
girando alrededor de ti misma,
este andar por las calles
para volver a desandarlas camino de tu invisible fuga
te es necesario,
como le es necesario a todo el mundo.
Y asà te chocas con la gente
saludando, saludando
o absorta en la contemplación de un punto cero
cuando pasa a tu lado alguien que no conoces.
Acaso piensas que al doblar una esquina
has de encontrar a Dios cualquiera de estos dÃas,
y por eso persistes en este caminar tan sin objeto
hoy, mañana, siempre, mientras vivas.
¡Ah eterna procesión de gestos tan dispares!
pasan las señoritas con sus trajes brillantes,
pasan los caballeros con sus frases galantes,
pasan obreros, campesinos, militares y obispos,
pasan gentes opacas y mendigos,
señoras y señores, viejos y niños;
y alrededor las casas,
como inmóviles gigantes.
Encajonados, subimos y bajamos
calles y calles.
Sin embargo, nunca estamos seguros
hasta no refrescar,
hasta no haber terminado de desandar lo andado.
Pero hace falta mezclarse con la gente,
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Pero hace falta mezclarse con la gente,
entrar en el cortejo
quizá buscando a Dios,
quizá.
Una necesidad terrible de integrarnos
siquiera de esta forma
en el latir humano,
en ese océano de pechos que respiran.
Una necesidad urgente, impostergable.
Girando alrededor de nuestro propio arcano,
Hoy, mañana, siempre, mientras vivamos.
III
No vengan a decirme
que a lo mejor es tarde,
porque en cualquier momento
nos encontramos frente a una puerta.
¿Dónde está el punto amé de cada rosa?
¿Dónde comienzo el fin� dónde concluyo?
Todo es redondo e infinito
Todo es igual pero distinto
Y vuelvo a abrir el surco abandonado;
aunque hoy en otra tierra,
vuelvo a sembrar mi trigo.
Hay payasos aquÃ, y allà hay sepultureros.
Una farmacia, al frente un restaurant.
Todo cabe en un sitio,
donde esta vez le corresponde.
No es necesario que apresures tus palabras
ni que prolongues demasiado tus silencios;
pero tampoco creas en la monotonÃa
de las cosas perfectas.
Para un poco de agua
igual es un caso de barro
que un vaso de esmeralda.
Vengo andando sin prisa
con un poco de pena y un poco de alegrÃa.
Si han cerrado la puerta,
me he de quedar a contemplar la noche,
al fin y al cabo, volverán a abrirla ¡siempre!
después de que amanezca.
IV
Las calles traen y llevan
taciturnos cortejos.
Ha muerto un hombre;
cada dÃa alguien muere.
SÃ, pero nosotros
mientras no nos toque la muerte,
viviremos seguros
detrás de nuestras puertas.
Ha muerto un hombre.
Acaso muchas veces lo rozamos
en el diario trajÃn
acaso algunas veces compartimos
con él una sonrisa�
Pero esta tarde
no vamos para casa
hambrientos y cansados,
felices y reunirnos a la mesa
y olvidar lo que ocurre, taciturno,
detrás de nuestras puertas.
Las calles se han manchado de dolientes augurios
por largas horas.
Después, volverán a oÃrse las risas de los niños
jugando en las esquinas
y asà se irá borrando lentamente
la sensación horrible de esta muerte tan próxima.
Y allá en su cuarto
su cama empezará a olvidar desde esta noche
el calor repetido de su cuerpo
ese peso acostumbrado
que la hundÃa hasta un determinado sitio.
Y los zapatos
que caminaron con él por tantas partes
que dormÃan debajo de su cama
en descuidadas posturas,
quedarán arrumbados y vacÃos.
Y nosotros
mientras la muerte no nos toque,
seguiremos viviendo nuestra propia aventura,
sin preocuparnos mucho
de lo que ocurra, taciturno,
detrás de nuestras puertas.