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Domingo 21 de abril de 2019

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Cultural El Duende

Nuevas reflexiones sobre Mariano Baptista Gumucio

21 abr 2019

H. C. F. Mansilla

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Unas líneas sobre Mariano Baptista Gumucio ("El mago") me parecen indispensables por dos razones diferentes: (1) Mantenemos una sólida amistad a partir de 1970, que dura hasta hoy; y (2) su labor me parece extraordinariamente importante para la cultura boliviana. En tierras latinoamericanas es relativamente difícil que una amistad entre intelectuales -seres egocéntricos y engreídos- dure algo más que unos pocos años. En cuanto al segundo motivo es de justicia resaltar una actividad generosa e incansable, como la de Mariano, consagrada a la valoración y difusión de las creaciones literarias, artísticas y filosóficas que han surgido en el país, y que sin la labor de Mariano estarían olvidadas, por lo menos parcialmente. Una tarea similar realiza un amigo común de ambos, Luis Urquieta Molleda, a través de su fundación cultural y del suplemento EL DUENDE (publicado junto al periódico LA PATRIA de Oruro), que ya ha pasado de 600 ediciones.

En este momento Baptista, a sus 85 años, goza de una salud envidiable y despliega una actividad variada y múltiple, llena de viajes y desplazamientos por todo el país -lo que en Bolivia significa terribles cambios de altura y de presión barométrica- para mostrar luego sus hallazgos e impresiones en un programa televisivo que se emite semanalmente los domingos desde hace muchos años ("Magia e identidad de Bolivia"). Nunca hubo una interrupción del mismo. En dos oportunidades me entrevistó para este programa con mucha solvencia y amplitud (cada una de ellas con una hora de duración), excelente preparación y preguntas muy atinadas, aunque difíciles. Le estoy inmensamente agradecido. Mariano da la impresión de estar siempre muy apurado, de no tener tiempo, pese a que ya tiene una obra de grandes dimensiones (más de 115 libros, si la memoria no me falla). Fernando Molina dice que la impaciencia de Mariano es el "complemento positivo" de su generosidad: siempre está inquieto por compartir sus últimos conocimientos y las múltiples adquisiciones de sus viajes y de sus indagaciones culturales. Por otra parte, afirma Molina, nuestro amigo es un "hombre calmado y como hecho a las desazones de la vida", pues su larga experiencia vital lo ha vacunado contra todo optimismo mal fundamentado.

En este momento Baptista, a sus 85 años, goza de una salud envidiable y despliega una actividad variada y múltiple, llena de viajes y desplazamientos por todo el país -lo que en Bolivia significa terribles cambios de altura y de presión barométrica- para mostrar luego sus hallazgos e impresiones en un programa televisivo que se emite semanalmente los domingos desde hace muchos años ("Magia e identidad de Bolivia"). Nunca hubo una interrupción del mismo. En dos oportunidades me entrevistó para este programa con mucha solvencia y amplitud (cada una de ellas con una hora de duración), excelente preparación y preguntas muy atinadas, aunque difíciles. Le estoy inmensamente agradecido. Mariano da la impresión de estar siempre muy apurado, de no tener tiempo, pese a que ya tiene una obra de grandes dimensiones (más de 115 libros, si la memoria no me falla). Fernando Molina dice que la impaciencia de Mariano es el "complemento positivo" de su generosidad: siempre está inquieto por compartir sus últimos conocimientos y las múltiples adquisiciones de sus viajes y de sus indagaciones culturales. Por otra parte, afirma Molina, nuestro amigo es un "hombre calmado y como hecho a las desazones de la vida", pues su larga experiencia vital lo ha vacunado contra todo optimismo mal fundamentado.

El conjunto de la obra de Baptista Gumucio es una excelente contribución para comprender los grandes temas bolivianos, lo que explica por qué leí sus libros con suma atención y porqué sostengo que son indispensables para comprender la diversidad y las ambivalencias culturales de este país. En otro ensayo he mencionado la relevancia de sus compilaciones críticas en torno a Franz Tamayo, Alcides Arguedas y Carlos Medinaceli, sus estudios sobre temas pedagógicos, su serie sobre las nueve capitales departamentales y sus dos tempranas obras sobre la ecología y la burocracia en Bolivia, obras pioneras en todo sentido. En Baptista el interés por los estudios sociales e históricos tiene que ver con el gran anhelo racionalista de esclarecimiento: hay que llegar al fondo de las cosas, a la verdad -si es que hay algo tan inasible como la verdad- y así realizar un acto de pedagogía colectiva, una especie de catarsis social con la intención de conocernos mejor a nosotros mismos. Es decir entre otras cosas: examinar nuestros errores y aprender de los mismos.

Menciono con cariño y hasta emoción a Mariano Baptista porque su impulso primordial es el de comprender algo oscuro, que ha permanecido en la bruma de las leyendas y los mitos sociales. Su labor es desenredar las hebras de la historia y la cultura latinoamericanas, que son muy complejas y enmarañadas. Y lo hace sin claudicar cuando las explicaciones convencionales y rutinarias sólo generan más confusión. Entre los escritos de mi amigo se halla, por ejemplo, una primera crítica de los mitos fundacionales de Bolivia. (Una labor similar realizó Guillermo Francovich, aunque este último sólo alcanzó a esbozar los lineamientos histórico-filosóficos de las leyendas profundas de Bolivia.) Muchas veces los mitos fundadores de una comunidad se revelan como los malentendidos fortuitos, las casualidades históricas, a las cuales posteriormente se les atribuye virtudes mágicas. A veces las tradiciones básicas de una sociedad resultan ser acontecimientos triviales, elevados mucho después a la calidad de hechos heroicos en la lucha perenne contra las potencias imperialistas. Esta inclinación a la fabricación de las leyendas colectivas es ahora santificada por la labor de intelectuales progresistas en el propio país y por profesores románticos en las universidades de los países del Norte. Mediante teorías aparentemente eruditas, como los llamados estudios postcoloniales, muchos investigadores de Europa y Estados Unidos alientan el estudio sesgado de los mitos fundacionales y de las ideologías artificiosas (como el indianismo en sus muchas variantes), que, en el fondo, sólo representan los prejuicios colectivos de la sociedad. En innumerables casos estos mismos investigadores dejan entrever que no los impulsa ninguna curiosidad genuina con respecto a los asuntos latinoamericanos, sino que vienen a estas tierras sólo para ver confirmados sus prejuicios.

Si alguien me preguntara: ¿Por qué y para qué escribimos Baptista y yo?, esbozaría una respuesta que a primera vista parece anacrónica: queremos contribuir con un grano de arena al mejoramiento del mundo. Cuando Mariano y yo éramos jóvenes, queríamos ser pensadores racionalistas en un mundo dominado por los fanáticos y los mediocres. Muchas décadas más tarde, acariciábamos todavía la altiva pretensión de componer un fresco socio-histórico de nuestro tiempo, un cuadro de costumbres latinoamericanas o, por lo menos, bolivianas, considerándonos como los humildes cronistas de una evolución criticable. Dentro de este plan el humilde cronista debía seguir, entre otras, una estrategia prefigurada por Michel de Montaigne: analizándonos a nosotros mismos podríamos llegar a comprender la sociedad. Pero nos dimos cuenta de que el conocimiento del mundo a través del conocimiento del propio yo representa un acto de gran arrogancia, que nos conduce a la concepción luciferiana de que uno constituye el centro del universo. Por ello Baptista y yo nos dedicamos a la historia de las ideas en Bolivia, a escudriñar lo que otros pensadores han producido en este campo, en el cual Bolivia se perfila a nivel continental como el país que ha generado notables pensadores críticos.

Como coleccionista de arte y cronista del desarrollo artístico del país, Mariano ha hecho un aporte notable a la estética nacional y al rescate de valores artísticos y literarios que de otra manera hubieran pasado inadvertidos. Arrogantemente digo: el mérito que tenemos Mariano y yo es haber vinculado consideraciones estéticas con preocupaciones éticas. Es imposible consagrarse a mejorar el mundo si uno no tiene respeto por la vida, el medio ambiente y el ornato público. En tiempos premodernos el goce estético de la naturaleza presuponía la admiración de la armonía del cosmos y una vocación de servicio a la comunidad, y ahora exige un genuino cuidado de los ecosistemas. Los grandes usuarios y depredadores de nuestro medio ambiente -desde los muy exitosos empresarios de la madera hasta los humildes campesinos que expanden la frontera agraria- no practican una ética de este tipo ni se imaginan remotamente que esta última podría existir.

Toda esta compleja temática no ha concitado hasta ahora (2019) la atención de los grupos dirigentes ni de los segmentos intelectuales de la nación. Durante siglos el pueblo vivió en medio de la fealdad y la suciedad de los asentamientos humanos, y esto no produjo hasta hoy un sentimiento masivo de repulsa y de necesidad de cambio. No creo que varíe mucho en las próximas generaciones. La falta de la estética pública tiene directamente que ver con una imitación apresurada de una modernidad de segunda clase, que la mayoría de los bolivianos la considera como la obtención exitosa de los más notables modelos del progreso universal y hasta como una adaptación transformadora de los mismos con rasgos originales. También los izquierdistas más recalcitrantes están impacientes por adquirir el último cachivache técnico que viene del odiado y envidiado Norte. Ante esta tecnofilia generalizada poco se puede hacer. Pero hay que intentarlo. Mariano lo hace mediante un esfuerzo -sus obras- que dará frutos en las próximas generaciones.

Mi interés por la estética y la ecología se desarrollaron conjuntamente, y de la manera más curiosa. Probablemente la publicación que menciono a continuación también inspiró a Mariano. Me acuerdo con claridad que durante la infancia todos en la familia esperábamos ansiosamente la llegada de Life en Español, una subsidiaria de la revista norteamericana Life, famosa, entre otras cosas, por la calidad de su material gráfico. Entre 1953 y 1955 se publicó allí la serie El mundo en que vivimos, que mostraba mediante hermosas fotografías e ilustraciones el medio físico que rodea al hombre: el mar, la tierra, la atmósfera, la evolución de la vida, los paisajes y las regiones del espacio. El capítulo que más me gustó era el referido a los bosques tropicales, que apareció en octubre de 1954. Menciono este dato insignificante porque desde entonces he visto la selva con ojos de admiración y respeto. Además de las espléndidas imágenes de plantas y animales, aquella entrega de Life en Español incluía un texto de Lincoln Barnett, en el cual este autor explicaba algunos aspectos que sólo mucho más tarde fueron objeto de la atención pública: el carácter muy precario del bosque tropical, disimulado por la frondosidad y magnificencia del mismo, la amenaza fatal que representa la expansión de la modernidad, la probabilidad de que las selvas tropicales -que tardaron milenios en formarse- sean destruidas en "pocas décadas" por motivos comerciales y económicos, y la incapacidad del ser humano ("el agente de la mortandad") de apreciar la belleza intrínseca de estos bosques. Estas reflexiones no contenían aún los conceptos de ecología y medio ambiente, que surgieron años después, pero ya señalaban una temprana consciencia de la problemática.

Entre esta opinión crítica de 1954 y el sentido común prevaleciente en el Tercer Mundo en 2019 hay una enorme brecha, que es también lo que preocupa a Baptista. Ahí radica una de las causas principales de nuestro pesimismo. En estos países no existe, en términos efectivos y duraderos, una consciencia de largo plazo en torno al futuro del planeta. En ningún claustro universitario y en ningún órgano de prensa se ha comentado hasta hoy el libro pionero de Mariano, El país erial. Salvo grupos muy minoritarios, sin ninguna influencia educativa y menos aún política, nadie aprecia el valor intrínseco y la belleza estética de la selva. En Indonesia y en Brasil una hectárea de suelo tropical, en la cual se ha eliminado todo el manto vegetal para el uso agro-industrial de la misma, es mucho más cara y apreciada que una hectárea de bosque virgen. La destrucción ecológica de la selva tropical no es vista como un desastre, sino como una oportunidad de desarrollo y progreso. Pensando en Lincoln Barnett y en Mariano Baptista Gumucio creo que es reconfortante percibir que siempre han existido mentes lúcidas que prevén lo que puede ocurrir si los seres humanos proseguimos con actividades que nos parecen útiles e indispensables para el desarrollo, pero que podrían ocasionar daños irreversibles a largo plazo.

* Hugo Celso Felipe Mansilla.

Doctor en Filosofía. Académico de la Lengua.

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