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Domingo 07 de abril de 2019

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Cultural El Duende

Fabio Morábito

07 abr 2019

Fabio Morábito. Alejandría, Egipto, 21 de febrero de 1955. Poeta, ensayista y narrador. Es autor de los poemarios: Lotes baldíos (1985), Del lunes todo el año (1992), Alguien de lava (2002), El verde más oculto (2002), La ola que regresa (2006), Delante de un prado una vaca (2013), Un náufrago jamás se seca (2011), Ventanas encendidas (2012).

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Los columpios

Los columpios no son noticia,

son simples como un hueso

o como un horizonte,

funcionan con un cuerpo

y su manutención estriba

en una mano de pintura

cada tanto,

cada generación los pinta

de un color distinto

(para realzar su infancia)

pero los deja como son,

no se investigan nuevas formas

de columpios,

no hay competencias de columpios,

no se dan clases de columpio,

nadie se roba los columpios,

la radio no transmite rechinidos

de columpios,

cada generación los pinta

de un color distinto

para acordarse de ellos,

ellos que inician a los niños

en los paréntesis,

en la melancolía,

en la inutilidad de los esfuerzos

para ser distintos,

donde los niños queman

sus reservas de imposible,

sus últimas metamorfosis,

hasta que un día, sin una gota

de humedad, se bajan

del columpio

hacia sí mismos,

hacia su nombre propio

y verdadero, hacia

su muerte todavía lejana.

Mudanza

A fuerza de mudarme

he aprendido a no pegar

los muebles a los muros,

a no clavar muy hondo,

a no clavar muy hondo,

a atornillar sólo lo justo.

He aprendido a respetar las huellas

de los viejos inquilinos:

un clavo, una moldura,

una pequeña ménsula,

que dejó en su lugar

aunque me estorben.

Algunas manchas las heredo

sin limpiarlas,

entro en la nueva casa

tratando de entender,

es más,

viendo por dónde habré de irme.

Dejo que la mudanza

se disuelva como una fiebre,

como una costra que se cae,

no quiero hacer ruido.

Porque los viejos inquilinos

nunca mueren.

Cuando nos vamos,

cuando dejamos otra vez

los muros como los tuvimos,

siempre queda algún clavo de ellos

en un rincón

o un estropicio

que no supimos resolver.

Pelambre

Qué hermoso debe ser

tener una pelambre,

ser homogéneos contra el frío,

sentir

como una cualidad intrínseca,

y no como tarea, la vida.

Sentir por la abundancia

de los pelos

que se está vivo para algo.

Qué hermosa una pelambre

espesa,

un corazón inalcanzable,

un corazón que está juntando

muerte,

un corazón que está alcanzándose,

una verdad que se abre paso.

Qué hermosa debe ser la muerte

de los osos,

puntual e inevitable.

En las cadenas de montañas

que cruzan a lo largo de su vida.

Hay siempre una montaña

que es la última,

una pendiente que no espera solución,

algo pendiente que se va con uno.

Para tus amigos: