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En algún momento de 1983 conocà al poeta y novelista Jaime Saenz (1921-1986), que hasta hoy es considerado por los cÃrculos progresistas como el literato más ilustre que ha dado la nación boliviana. TenÃa en su derredor un grupo de acólitos y discÃpulos que luego conformaron una escuela muy distinguida e influyente de la literatura boliviana, en la que brilló sobre todo la notable poeta Blanca Wiethüchter. Estos seguidores se ocupaban permanentemente de alabarlo y distraerlo. Me llevaron a la casa de Saenz en Miraflores como una especie de favor excepcional, un honor rara vez concedido fuera del cÃrculo de los iniciados. Seguramente los desilusioné, porque no me sumé a ellos ni Saenz me pareció tan genial.
Era una noche frÃa y lúgubre, como le gustaba al poeta. Saenz nos recibió en un recinto oscuro y algo maloliente, lleno de un denso humo de cigarrillo, que él denominaba "los talleres Krupp", mostrando asà su admiración por una Alemania disciplinada, laboriosa, estoica y severa, que ya no existÃa en la realidad y que él habÃa creÃdo conocer en BerlÃn alrededor de 1938-1939 como huésped de las Juventudes Hitlerianas. Una de las paredes, la que quedaba por mala suerte frente a mi asiento, estaba cubierta por una bandera alemana del periodo 1933-1945: un enorme lienzo rojo con una cruz gamada en el centro. Ante mi ligero asombro uno de los discÃpulos se apresuró a explicarme que el color rojo del estandarte querÃa demostrar la solidaridad con los pobres y los desposeÃdos y que la esvástica ya no significaba nada. Además, me dijo, el movimiento de Hitler -un nacional-socialismo, subrayó- tendrÃa que ser interpretado hoy como un rechazo a las formas "burguesas" de hacer cultura y polÃtica y como una crÃtica, loable y temprana, a los excesos de la modernidad occidental. Digo que mi sorpresa fue limitada porque conocÃa a aquellos intelectuales latinoamericanos que en un instante daban la impresión de ser firmes revolucionarios de la izquierda y al siguiente de ser partidarios de la derecha recalcitrante. Con mi acostumbrada arrogancia yo vislumbraba que ambas posiciones son habituales en una sola mente irreflexiva y que esto está muy expandido en los paÃses de tradición autoritaria. Los acólitos de Saenz despreciaban los progresos de la institucionalidad, los procedimientos de la democracia moderna, el espÃritu crÃtico y la modernidad en general. Estaban fascinados por un orden social en el fondo tradicional, como el cubano, donde prevalecÃan el consenso compulsivo, el verticalismo en las relaciones polÃticas y sociales y las estructuras rÃgidas y piramidales. Era simplemente muy divertido escuchar cómo los seguidores de Saenz, sin conocer ningún dato empÃrico sobre la isla, celebraban como hechos heroicos y hazañas culturales la publicación de los discursos del máximo lÃder o las poesÃas de algún funcionario subalterno que la historia ha olvidado. Tuve la impresión que no querÃan saber nada concreto sobre aquel régimen.
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Era una noche frÃa y lúgubre, como le gustaba al poeta. Saenz nos recibió en un recinto oscuro y algo maloliente, lleno de un denso humo de cigarrillo, que él denominaba "los talleres Krupp", mostrando asà su admiración por una Alemania disciplinada, laboriosa, estoica y severa, que ya no existÃa en la realidad y que él habÃa creÃdo conocer en BerlÃn alrededor de 1938-1939 como huésped de las Juventudes Hitlerianas. Una de las paredes, la que quedaba por mala suerte frente a mi asiento, estaba cubierta por una bandera alemana del periodo 1933-1945: un enorme lienzo rojo con una cruz gamada en el centro. Ante mi ligero asombro uno de los discÃpulos se apresuró a explicarme que el color rojo del estandarte querÃa demostrar la solidaridad con los pobres y los desposeÃdos y que la esvástica ya no significaba nada. Además, me dijo, el movimiento de Hitler -un nacional-socialismo, subrayó- tendrÃa que ser interpretado hoy como un rechazo a las formas "burguesas" de hacer cultura y polÃtica y como una crÃtica, loable y temprana, a los excesos de la modernidad occidental. Digo que mi sorpresa fue limitada porque conocÃa a aquellos intelectuales latinoamericanos que en un instante daban la impresión de ser firmes revolucionarios de la izquierda y al siguiente de ser partidarios de la derecha recalcitrante. Con mi acostumbrada arrogancia yo vislumbraba que ambas posiciones son habituales en una sola mente irreflexiva y que esto está muy expandido en los paÃses de tradición autoritaria. Los acólitos de Saenz despreciaban los progresos de la institucionalidad, los procedimientos de la democracia moderna, el espÃritu crÃtico y la modernidad en general. Estaban fascinados por un orden social en el fondo tradicional, como el cubano, donde prevalecÃan el consenso compulsivo, el verticalismo en las relaciones polÃticas y sociales y las estructuras rÃgidas y piramidales. Era simplemente muy divertido escuchar cómo los seguidores de Saenz, sin conocer ningún dato empÃrico sobre la isla, celebraban como hechos heroicos y hazañas culturales la publicación de los discursos del máximo lÃder o las poesÃas de algún funcionario subalterno que la historia ha olvidado. Tuve la impresión que no querÃan saber nada concreto sobre aquel régimen.
La velada fue francamente aburrida. Sólo se habló de cuestiones polÃticas y culturales al comienzo, cuando las mentes estaban aún claras. Mi única intervención fue para defender a escritores "burgueses" del paÃs, como Adolfo Costa du Rels y Guillermo Francovich, que los tertulianos condenaban sin misericordia, aunque todos confesaron que no los habÃan leÃdo. Reitero: nadie conocÃa la obra de los escritores incriminados. A esto Saenz exclamó: "De noche todos los gatos son pardos". Antes de caer en el sopor de la penumbra, durante media hora los asistentes se apresuraron a ensalzar esta frase excelsa, única, clarificadora y definitiva del maestro, que según ellos querÃa decir: en la oscuridad del ámbito burgués todos los poetas y novelistas son igualmente mentecatos, con la excepción de los creadores revolucionarios, por supuesto. En las sombras de la reacción ningún escritor derechista merece un minuto de atención porque pertenece a la mediocridad y anonimidad de los gatos pardos.
Se consumió una cantidad notable de licores fuertes y baratos, que eran elogiados con mucha precisión y cariño. No creo que los libros hubieran inspirado un interés similar. Lamento decir esta cosa tan dura y tal vez inesperada, pero estas actitudes sucedÃan y suceden en las veladas literarias. No habÃa nada similar a un buen oporto o un jerez. En el momento culminante de la noche emergió un pequeño recipiente de plata que algunos parecÃan esperar ansiosamente: el "azufre", como decÃa Saenz, o la "blanquita", como la llamaban los otros. Yo me negué terminantemente al consumo de cocaÃna, exhibiendo asà mi carácter burgués, anacrónico, convencional, miedoso y anclado en el pasado. El nivel del debate decayó rápidamente, y lo único que se notaba eran las lenguas espesas, las miradas vidriosas y la falta de ventilación. Era una sesión habitual de la bohemia de artistas y literatos, como debe ser en el mundo entero: el aire enrarecido por el humo del tabaco, el consumo vigoroso de alcoholes y drogas, la noche que a primera vista parecÃa misteriosa y atractiva, la recitación enfática de unos pocos versos ya muy conocidos y la creencia, jamás turbada por una palabra crÃtica, de que todo lo dicho o farfullado por el maestro resultaba profundo, muy profundo. En suma: no pasó nada memorable. Este es el punto central de mi modesto texto y no un reproche al maestro Jaime Saenz.
Con el tiempo los discÃpulos de Saenz han elaborado dilatadas interpretaciones y exégesis llenas de amor y admiración en torno a todas las expresiones del maestro. Pese a que esas tertulias no se distinguÃan por ningún aspecto que pudiera ser calificado de notable, los acólitos de Saenz convirtieron su recuerdo en un espectáculo revolucionario, izquierdista, antiburgués y futurista, en un verdadero mito, que hoy, con los años, se ha consolidado y extendido con envidiable éxito, transformándose en una verdad indubitable del desarrollo cultural boliviano. A Jaime Saenz le faltó el elemento trágico y la inclinación crÃtica que tuvieron, por ejemplo, los poetas malditos rusos en la época de la Revolución de Octubre, a quienes la vida les deparó situaciones y dilemas realmente serios. En la conformación de la leyenda actual Saenz toma el papel del gran visionario y romántico que se adelantó a su época; toda crÃtica a este personaje es descalificada como un testimonio de conservadurismo e incomprensión. La entrada de Wikipedia que se refiere a Saenz, formulada probablemente por sus fieles seguidores, afirma que las tertulias en los Talleres Krupp constituÃan "un espacio marginal y rebelde de rico intercambio cultural". Décadas después todos los discÃpulos de Saenz cultivan posiciones postmodernistas en contenido y forma. Nadie quiere acordarse del pasado fascista del gran maestro, o mejor dicho, ese pasado es visto ahora como el lado "mágico y mÃstico" del nazismo, el cual sale asà purificado de toda conexión con los campos de concentración o con cualquier aspecto del totalitarismo. La escenificación artÃstica de los regÃmenes fascistas es considerada como la fuente de lo mágico y misterioso, la mixtura de lo tenebroso con lo maravilloso, que sigue seduciendo a los poetas andinos. El nazismo, en cuanto origen de lo esotérico, se encuentra expurgado de todo factor negativo. Y en tiempos postmodernos lo esotérico es pensado como una posibilidad de conocimiento, como un método gnoseológico entre otros. ¿Qué dirÃan las vÃctimas de Auschwitz ante esta conversión del fascismo en un inocente camino del saber?
Mi colega en la Academia de la Lengua, Alfonso Prudencio, aseveró que Saenz habÃa creado un "mundo mágico y surrealista, oscuro y a la vez iluminado". Es también una apreciación paradójica, de aquellas que gustan tanto a los literatos postmodernistas y a los pocos lectores genuinos que han quedado en la actualidad. Prudencio fue más allá y atribuyó a Saenz un "alma de niño en un poeta maldito, ángel caÃdo, echado de este infierno terrenal y habitante de paraÃsos artificiales". En una palabra: un hombre "de ternura desbordante", que vive en un mundo de "ensueños y pesadillas". No hay duda de que Saenz, el poeta del misterio, el alcohol y la muerte, es un personaje central de la versión andina de la postmodernidad, pues practicó, entre otras cosas -algunas notables, lo reconozco-, el arte de hablar mucho y decir poco, como se puede constatar en su novela Felipe Delgado, que muchos comienzan, pero que pocos terminan. Asà experimenté las rutinas y las convenciones de los literatos, que no tienen nada de renovador. Como dijo Ernesto Sábato: No hay nada más conservador que un revolucionario en el poder.
* Hugo Celso Felipe Mansilla.
Doctor en FilosofÃa.
Académico de la Lengua.