Dado que la paternidad humana, como reflejo de la paternidad de Dios, fue establecida para ser el pilar de la familia, la desaparición del amor a los padres y la paternidad, ha llevado al colapso de ese pilar y, por lo tanto, a la desintegración de la familia. Si la familia es la unidad fundamental de la sociedad, la desintegración de la familia conduce inexorablemente a la desintegración de la sociedad misma.
El entonces cardenal Joseph Ratzinger posteriormente Papa Benedicto XVI, abordó este hecho social en su libro «El Dios de Jesucristo»: «La crisis de la paternidad que estamos viviendo hoy en dÃa es un aspecto básico de la crisis que amenaza a la humanidad en su conjunto».
El mismo cardenal Joseph Ratzinger, en el primer volumen de su estudio sobre Jesús de Nazaret donde analiza el Padrenuestro, enfatiza de la siguiente manera: «Es cierto, por supuesto, que los hombres y mujeres contemporáneos tienen dificultad para experimentar el gran consuelo de la palabra padre de inmediato, ya que la experiencia del padre está, en muchos casos, ya sea totalmente ausente, u oscurecida por ejemplos inadecuados de la paternidad».
La devaluación de la paternidad, ha producido una generación que no disfruta de su padre, por ausencia paterna, falta de cariño o exceso de televisión, videojuegos, etc., por lo que no pueden experimentar completamente lo que significa tener un padre.
Es urgente recuperar la función paterna, «que permite al niño resolver el "complejo de Edipo", diferenciarse de la madre, recibir la masculinidad y, en definitiva, aceptar la realidad y crecer como un hombre libre».
Por último, una de las peores cosas que puede hacer un padre con sus hijos es dejarlos que se hagan caprichosos y testarudos. Es de la máxima importancia en la educación de los hijos la formación de la voluntad. «Quien sabe amar, sabe corregir, negar, conceder y premiar. El amor que consiste sólo en dar gustos, tolerar caprichos, y dejar sin sanción las culpas, es un amor equivocado» (Ayala S.I., P. Ãngel, Formación de selectos, I, 3, 7).
El padre no es amigo de sus hijos. Los hijos necesitan, dÃgase una vez más, tener un modelo que les proporcione seguridad y establezca reglas: «Los padres no pueden ser amigos de sus hijos porque no son capaces de establecer dos aspectos fundamentales en la educación: poner lÃmites y decir que no» (Psicóloga Alicia Banderas).
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