Anti-paternidad

El 19 de marzo, fiesta de San José, esposo de la Virgen María y padre nutricio de Nuestro Señor Jesucristo, se celebra el «Día del Padre».

No podría haber fecha más adecuada para celebrar a los padres de familia, ya que, en medio de la crisis de paternidad actual, debemos mirar a San José, ícono del Padre Dios, por eso se lo llama «Umbra Patris», «la sombra del Padre». San José encarna las virtudes universales de la paternidad, él es el modelo que Dios nos dio para imitar su paternidad.

Hoy se difunde un espíritu anti-paternidad. Así, vemos tristemente que la noción de la paternidad, así como de la maternidad, en gran parte de la decadente sociedad actual, se reduce al hecho biológico. La auténtica paternidad es rechazada principalmente por el feminismo militante.

Y así escuchamos cada vez con más frecuencia que la sociedad debe «despatriarcalizarse». Como ha ocurrido ya en tantos países occidentales, el rol del padre como jefe de la familia, quiere ser eliminado del mundo entero. En este caso, la ideología prima sobre la realidad natural. Aberración que estriba en el hecho de que la dictadura de la «ideología de género» boyante, decreta que las leyes de la biología están mal porque no permiten que dos mujeres engendren un bebé. El mundo camina hacia la destrucción de la familia, y consecuentemente del rol del padre como figura y elemento central en la crianza de los hijos.

Dado que la paternidad humana, como reflejo de la paternidad de Dios, fue establecida para ser el pilar de la familia, la desaparición del amor a los padres y la paternidad, ha llevado al colapso de ese pilar y, por lo tanto, a la desintegración de la familia. Si la familia es la unidad fundamental de la sociedad, la desintegración de la familia conduce inexorablemente a la desintegración de la sociedad misma.

El entonces cardenal Joseph Ratzinger posteriormente Papa Benedicto XVI, abordó este hecho social en su libro «El Dios de Jesucristo»: «La crisis de la paternidad que estamos viviendo hoy en día es un aspecto básico de la crisis que amenaza a la humanidad en su conjunto».

Ergo, la crisis de la familia ha ido de la mano con la pérdida de la devoción a San José. La crisis de paternidad actual, tiene su origen en el rechazo de la paternidad de Dios, rechazo que inevitablemente ha puesto en marcha una reacción en cadena de consecuencias que afectan a la paternidad en todos los aspectos.

«Dado que, sin matrimonio, el niño tiende a quedarse con sólo la madre, la idea del padre es débil en la mente del niño, e incluso puede ser una causa de amargura y tristeza. Esto, a su vez, hace que sea muy difícil acercarse a Dios como padre. Por otra parte, en esta situación los chicos no tienen modelo a seguir, y, así, no tienen la menor idea de lo que significa ser un hombre. Fue necesario entonces que Jesús fuera recibido en un matrimonio, no sólo para que reciba los beneficios de tener dos padres para cuidarlo, sino también para dar el testimonio más fuerte a la vida familiar en el Plan Divino» (P. Dominic De Dominico, OP, «La Verdadera Devoción a San José y la Iglesia»).

El mismo cardenal Joseph Ratzinger, en el primer volumen de su estudio sobre Jesús de Nazaret donde analiza el Padrenuestro, enfatiza de la siguiente manera: «Es cierto, por supuesto, que los hombres y mujeres contemporáneos tienen dificultad para experimentar el gran consuelo de la palabra padre de inmediato, ya que la experiencia del padre está, en muchos casos, ya sea totalmente ausente, u oscurecida por ejemplos inadecuados de la paternidad».

La devaluación de la paternidad, ha producido una generación que no disfruta de su padre, por ausencia paterna, falta de cariño o exceso de televisión, videojuegos, etc., por lo que no pueden experimentar completamente lo que significa tener un padre.

Es urgente recuperar la función paterna, «que permite al niño resolver el "complejo de Edipo", diferenciarse de la madre, recibir la masculinidad y, en definitiva, aceptar la realidad y crecer como un hombre libre».

Hoy en día nos encontramos también con la postura errónea de que sea el Estado quien decida el tipo de educación que deben recibir los hijos. «Los padres son los primeros educadores, y son ellos quienes deben decidir, y no el Estado, el tipo de educación que crean mejor para sus hijos» (Tapies, Antonio, Nuestra salvación, 1ª, I, 23).

Por último, una de las peores cosas que puede hacer un padre con sus hijos es dejarlos que se hagan caprichosos y testarudos. Es de la máxima importancia en la educación de los hijos la formación de la voluntad. «Quien sabe amar, sabe corregir, negar, conceder y premiar. El amor que consiste sólo en dar gustos, tolerar caprichos, y dejar sin sanción las culpas, es un amor equivocado» (Ayala S.I., P. Ángel, Formación de selectos, I, 3, 7).

El padre no es amigo de sus hijos. Los hijos necesitan, dígase una vez más, tener un modelo que les proporcione seguridad y establezca reglas: «Los padres no pueden ser amigos de sus hijos porque no son capaces de establecer dos aspectos fundamentales en la educación: poner límites y decir que no» (Psicóloga Alicia Banderas).

San José da cinco lecciones a los padres: 1. Dar ejemplo a través de las acciones. 2. Amar a la esposa. «Eso es muy importante para los hombres, porque la ruptura de la familia comienza con la ruptura del matrimonio» recuerda el P. Paul McDonnell 3. Mantener las prioridades en orden. El Obispo Charles Pope recuerda que «San José puso su vocación de esposo y padre antes que su carrera». 4. Hacer la voluntad de Dios, enseñando a los hijos la importancia de la obediencia de manera amorosa, y, 5. Ser humilde. «San José hizo lo que Dios quería y era el hombre que Dios quería que fuera. En última instancia, se convirtió en un increíble modelo de la auténtica y la verdadera hombría para la vida».