Nacà en el seno de mi madre, una gran ola marÃtima, crecÃ, fui fortaleciéndome dÃa a dÃa, aprendà a reÃr, a vivir mil travesuras, mi vida, transcurrÃa tranquila, hasta que en algunas oportunidades, todo se convulsionaba y podÃamos vernos atrapadas en grandes olas, que formaban los fatÃdicos maremotos, entonces todas nosotras (con mis hermanas, las otras gotas de agua) nos tomábamos de las manos y juntas adquirÃamos fuerza impresionante, los hombres nos tenÃan miedo, temblaban ante la fuerza impetuosa que puede adquirir el mar, gocé y jugué con los playistas que dicharacheros corren de aquà para allá, junto a un balón, me sumergà con ellos y gocé cada una de sus travesuras, en noches tranquilas pude ver escenas muy románticas en las que las parejas se juraban amor eterno, luego vi partir enamorados, que nunca volvÃan a encontrarse, yo contemplé la triste carita de novias abandonadas por marineros que después de haberles jurado que nunca las abandonarÃan, jamás volvieron a buscarlas, vi barcos, estos eran monstruos construidos en madera y fierro, que recorrÃan altivos entre nosotros, llevándose a nuestras hermanas.
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Nacà en el seno de mi madre, una gran ola marÃtima, crecÃ, fui fortaleciéndome dÃa a dÃa, aprendà a reÃr, a vivir mil travesuras, mi vida, transcurrÃa tranquila, hasta que en algunas oportunidades, todo se convulsionaba y podÃamos vernos atrapadas en grandes olas, que formaban los fatÃdicos maremotos, entonces todas nosotras (con mis hermanas, las otras gotas de agua) nos tomábamos de las manos y juntas adquirÃamos fuerza impresionante, los hombres nos tenÃan miedo, temblaban ante la fuerza impetuosa que puede adquirir el mar, gocé y jugué con los playistas que dicharacheros corren de aquà para allá, junto a un balón, me sumergà con ellos y gocé cada una de sus travesuras, en noches tranquilas pude ver escenas muy románticas en las que las parejas se juraban amor eterno, luego vi partir enamorados, que nunca volvÃan a encontrarse, yo contemplé la triste carita de novias abandonadas por marineros que después de haberles jurado que nunca las abandonarÃan, jamás volvieron a buscarlas, vi barcos, estos eran monstruos construidos en madera y fierro, que recorrÃan altivos entre nosotros, llevándose a nuestras hermanas.
También alguna noche, desoyendo los consejos de mi madre, salà junto a mis hermanas, para ver a las sirenas, extraños seres que habitan en el mar y que aprovechando la fragilidad de los hombres, les llaman cantándoles dulces canciones de amor, que los enloquecen de amor.
Hasta que un dÃa me vi envuelta en una gran ola, que nunca entendà por qué razón adquirió tal fuerza y se encrespó bravÃa, lanzándonos lejos, muy lejos, corrÃ, salté, grité para que mis hermanas me esperaran y asà volver juntas, como siempre habÃamos vivido en el seno de nuestra madre, la gran ola, pero vanos fueron mis intentos, tan lejos habÃa caÃdo, que no pude reencontrarme con mis hermanas, lloré mucho, habÃa quedado sola, empecé un largo y penoso recorrido, fui por rocosas montañas, allà me encontré con mis hermanas mayores, de quienes siempre habÃa oÃdo hablar, aquellas que viven eternamente heladas, en la corona de los cerros nevados, que incólumes, permanecÃan año tras año, conservando su juventud eterna, rodé, jocosa y juguetona por entre las rocas, uniéndome en determinados momentos entre los filones argentos de aquel metal que tanto deslumbró a los conquistadores (eso lo habÃa escuchado muchas veces y me gustaba repetirlo), también pude unirme a otras gotas y correr por verdes campos, donde crece verde vegetación, que posteriormente se transforma en alimento cotidiano de todos los seres humanos y también de hermosos animales a los que podÃa contemplar.
A veces sin que se dieran cuenta, pude calmar la sed de hombres y mujeres que retornaban agotados, después de una dura jornada de trabajo y también aliviar el dolor de una herida, a aquellos que habÃan retornado de la guerra, sangrando y con heridas lacerantes, que bueno poder ser útil en esos momentos o sentir el alivio que experimentaban aquellos jóvenes, después de una larga noche de festivos afanes, cuando al sentir nuestro contacto entre sus labios, calmaban, no sólo la sed del cuerpo, si no también aquella que se produce en el alma.
También calmé el llanto convulsivo de aquellos seres, que han perdido a otros o experimentan grandes pérdidas materiales. Pero la más hermosa sensación que pude experimentar, fue la de encontrarme en manos de los niños, los cuales traviesos y juguetones, me recordaban los dÃas que yo habÃa vivido, junto a mi madre, cuando ante alguna travesura, ella, me tomaba de la mano, para sumergirme en el mar y lavarme la carita, hoy mi tarea, también era esa, rozar la carita tersa de los niños, para lavarles y quitarles todas las marcas de los juegos, helados, golosinas, chocolates y asà ver que nuevamente se tornaban sonrosadas, que alegrÃa, la que pude sentir.
Pero un dÃa encontré un rio, que brioso, corrÃa, cuyo cause estaba predeterminado, él sabÃa cuál era su destino y deseaba fervientemente llegar al mar, me unà alegre, intuà el final, !cuanta alegrÃa sentirÃa mi madre al volver a verme!, saber que yo habÃa sido útil, que todo lo que ella siempre me habÃa hablado, lo habÃa aprendido y no sólo eso, sino que también lo habÃa practicado, que ilusión la que experimentaba, el rÃo seguÃa su rumbo impetuoso, cada vez más bravo, a su paso escuchaba la protesta de varios pueblos que se unÃan en coro y decÃan el mar es de todos, usarlo es un derecho de los pueblos y nadie puede privar a un hermano de ese derecho.
A esas voces también me sumé, me parecÃa injusto que un pueblo estuviera privado de aquello, entonces hable con mis hermanas las otras gotas y también con las hermanas de mi madre, las otras olas, todas decidieron juntar sus voces y gritando, avanzábamos impetuosas hacia aquel paÃs vecino, que no querÃa reconocer un derecho de los pueblos y decidimos que si un pueblo caprichoso, no es capaz de oÃr el clamor de su hermano, nosotras poseÃdas por la gran fuerza de los elementos, si podÃamos llegar hasta ellos.