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Domingo 18 de julio de 2010

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Revista Dominical

Autorretrato con Frida

18 jul 2010

Fuente: LA PATRIA

Por: Ana Rosa López Villegas

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A Frida le dio la gana de nacer tres años después de la fecha en la que su madre la parió. No era el ánimo superfluo y banal de las mozas que le añaden destiempo a su vida y al inexorable paso de los días en su piel. A Frida le movía el vendaval revolucionario de principios del siglo XX, el halo sangriento y señero --a penas romántico-- de las luchas liberadoras y de reivindicación patriótica nacionalista de 1910 en contra del “Porfiriato”, el régimen dictatorial que el General Porfirio Díaz iniciara en México en el año 1876.

Hasta el último de sus días y desde el primero en el que tuvo conciencia de la Revolución Mexicana de 1910, Frida decidió que su nacimiento tuvo lugar en el año de 1910, el 6 de julio de 1910; así se hizo hija adoptiva de la recién nacida madre revolución y mamó de ella las mieles de la rebeldía y la liberación que, en su caso, la acompañaron en cada pincelada que la muerte le permitió deslizar sobre el pálido lienzo de sus dolores, de sus horrorosos sufrimientos y de sus amargos desamores. En respeto a su revolucionaria voluntad de nacimiento, este homenaje co-biográfico a los 100 años que hubiese cumplido en estos días de no haber sido por los trágicos accidentes que tanto el amor como el tráfico mexicano le obsequiaron durante su juventud.

Autorretrato con Frida o la senda que Frida me permitió y todavía me permite recorrer a su lado, admirándola y descubriéndola cada vez un poco más, reencontrándola, reviviéndola, resucitándola… como amiga, como amante, como Frida, la paloma a la que los colores de su vida nunca la defraudaron para poder volar.

1997, principios de junio y de mi última vacación como estudiante universitaria, estaba a punto de partir al Chaco boliviano para llevar a cabo mi trabajo de campo para mi tesis de grado. Durante una de mis caminatas citadinas, casualmente encontré un aviso de papel pegado en alguna pared informativa y abandonada de La Paz. Se anunciaba el inicio de un Taller de Expresión Literaria dirigido por un uruguayo, al que puedo llamar con confianza Pipo y cuyo nombre verdadero es Washington Estellano. Las inscripciones estaban abiertas y el día de inicio era, precisamente, aquél al que le quedaban unas cuantas horas para expirar. No lo pensé dos veces. Me puse en camino en busca del lugar en cuestión. Para mi suerte, el Espacio Cultural Creativo donde tendría lugar el taller, se encontraba en Sopocachi --un entrañable pedazo paceño--, tierra de mis dominios durante aquellos años. Toqué el timbre y tras la reja que hacía de puerta de entrada, se extendió ante mis ojos un largo y angosto pasillo de cemento a través del cual vi salir la diligente y amable figura de Pipo. Le dije que allí estaba para hacer el taller, me invitó a pasar y así empecé mi primer y único taller de expresión literaria al que he asistido hasta la fecha. El grupo era básicamente femenino, todas mujeres, muchas bohemias, algunas un poco locas, otras medio raras, un puñado de geniales. Mi memoria me traiciona con los nombres, pero no con las caras, casi estoy segura de que si las volviera a ver, las reconocería en seguida.

El taller era mi terapia, un escape acogedor y maravilloso en el que podía hacer lo que más me gusta: escribir. En la segunda o tercera sesión, tertulia podría llamarle también, Pipo nos había hablado de la obra de Elena Poniatowska, la escritora mexicana, de nacimiento parisina y de convicción periodista. Interesada por conocer más de Elena, le pedí a Pipo que me prestara alguno de sus libros. El único disponible era una biografía de Frida Kahlo --un nombre para mí desconocido hasta ese entonces-- escrita por Poniatowska. ¿Frida Kahlo? Sin tener un ápice de idea comencé a leer su biografía cuyas páginas devoré en sólo unos cuantos días, todavía me recuerdo con el libro cerrado y apretado contra mi pecho, llorando sin consuelo y con amargura, tendida sobre el cubrecama de flores que yacía silencioso y cómplice sobre mí lecho. La última página de aquella primera biografía significó el adiós a la Poniatowska y el inicio de mi segunda religión… Frida.

Así te conocí, Frida, Friducha, mucho antes de la parafernalia inaudita que los medios y los hombres han hecho de tu nombre, de tu dolor y de tus sueños. Así… sigilosa y serena, pero también cual furibundo enigma que me sacudió todas las fibras. Así aprendí a reconocerte, tan hembra como criatura, la niña Frida, la furia Frida, Frida… así, tan llena de esa fortaleza sobrehumana a la que muchas veces acudo en acto de contrición por el rosario de quejas que las minucias de la vida me obligan a espetar.

A partir de 1997 inicié una verdadera persecución bibliográfica de Frida, la busqué en librerías, en suplementos culturales de periódicos, en alguna que otra actividad cultural. La Internet me era por entonces, una herramienta todavía lejana a la que no le tenía mucha confianza. Cada vez que pensaba en ella, me parecía imposible que una mujer de esas magnitudes hubiese existido de verdad. En sueños me imaginaba el timbre de su voz, la espesura de sus cejas interminables y que a ella le gustaba dibujar como una gaviota oscura y malagüera circundándole los ojos; sus coloridos trajes de tehuana, sus trenzas oscuras y recogidas en amarros que coronaban su cabeza. En sueños visitaba su Casa Azul ubicada en Coyoacán, México; todavía se me pone la carne de gallina nada más pensar en posarme de frente a uno solo de sus autorretratos. Este sueño lo es aún, pero ya me he prometido acabar con él a punta de de ese viaje imprescindible que algún día será.

2001, principios del mentado siglo XXI, tuve la oportunidad de vivir en Madrid y allí volví a encontrarla. En una de las librerías más grandes de España adquirí buena parte de los libros de mi colección: biografías, tratados breves de crítica plástica sobre su obra y la relación con sus conflictos interiores, recopilación de imágenes y fotos de su vida: padres, hermanas, amigos, novios, exposiciones, viajes, hospitalizaciones, terapias, etc., y apologías femeninas que recuperan a la mujer Frida, antes que a la artista entre otros. Uno de los que más añoro es la reproducción a colores de su diario íntimo: puño y letra de Frida.

En Madrid asistí dos veces a una obra de teatro sobre su vida, “Frida”, una puesta en escena rústica y sentida que me dejó en el mismo estado en el que concluí la lectura de la primera biografía. La volví a ver en las tablas del dramaturgo Humberto Robles en una obra bellísima titulada “Frida Kahlo: Viva la Vida”, un despliegue escénico mayor y mucho más elaborado que el primero que aprecié y sin embargo un tanto menos emotivo para la devoción de mis lacrimales.

En España fui además, desgarrado testigo de la severa y premonitoria sentencia que la dramaturga mexicana, Jesusa Rodríguez expresara hace algunos años atrás: “La globalización ha convertido a la pintora Frida Kahlo en la Barbie del Tercer Mundo, ha ´fridatizado´ su imagen porque se vende en llaveros, postales y camisetas…”, en tazas como la que me sirve para desayunar; en agendas, como la que conservo sin usar; en replicas de sus cuadros, como la que todavía espera un lugar de privilegio entre las cuatro paredes de mi hogar; en pendientes, como el que cuelga de mi cuello en día especial. “Fridomanía”, ¡qué tristeza!, siento además un poco de rabia, otro tanto de impotencia, celos y un pellizco de vergüenza, sobre todo porque en uno de los caudalosos desbordes de mi niñez que me resisto a embovedar, la Barbie ocupa un lugar.

2002… la herejía continuó. Salma Hayek --actriz mexicana, una de las tantas Barbies a la Hollywood-- se hizo de Frida en una película que desvanece sin compasión la esencia de su vida y la magnitud de su obra, un guión que en nada merece llevar el nombre de Frida, que la hace ver como a una mujer embadurnada de desesperos amorosos y lésbicos, que nada muestra de su íntima relación con la muerte, del grotesco exorcismo de sus dolores a través de sus autorretratos. Me resistí a verla --con fiereza-- durante los primeros meses después del rimbombante estreno de la película en las salas de Madrid. Me negaba rotundamente a escuchar comentarios sobre el film, hasta que las primeras aberraciones terminaron por hartarme y decidí ir a verla --sola-- para destilar a mis anchas el veneno que me producía ver las insultantes curvas de la Hayek en un descolorido y fracasado intento de Frida.

Todavía habitando la incansable Madrid, el cantautor español, Pedro Guerra me endulzó el mal sabor de la película con su canción “El elefante y la paloma”, he aquí las estrofas que más a ella me saben:

A Frida le duelen los huesos

y mirándose al espejo pinta todo su dolor

A Frida le duele la vida

y aprendiendo de su herida llena todo de color

Frida miró al elefante y empezó a desdibujarse,

pero nada le importó

Diego miró a la paloma y la amó entre tantas cosas,

entre el lienzo y la pasión

Frida descansa en el lecho y se pinta hasta en el pecho

con tal de sobrevivir

Joaquín Sabina, otro cantautor español también le añadió a mi recién recuperada dulzura, otra pizca de Frida a través de su “Boulevar de los sueños rotos”:

Por el boulevar de los sueños rotos

pasan de largo los terremotos

y hay un tequila por cada duda.

Cuando Agustín se sienta al piano

Diego Rivera lápiz en mano,

dibuja a Frida Kahlo desnuda.

2004, durante los primeros aprestos de la primavera europea volví a saber de ella. Esta vez en mi segundo destino de autoexilio: Alemania. Partí de Karlsruhe en dirección a una de las ciudades más llamativas y visitadas del sur de Alemania, Heidelberg, cuya renombrada universidad auspició la exposición “Frida - Mi vida” de la pintora alemana Renate Reicherts. La exposición no me disgustó, la consideré como un acercamiento diferente a Frida, un recorrido a través de un puente, un contacto con intérprete. La obra de Reicherts plasmaba con técnicas mixtas y en formato breve (23x29cm.), diferentes composiciones de un mismo cuadro: Las dos Fridas, que Frida pintó en el año 1939 y que de alguna manera recuerda a la amiga imaginaria que la escuincla Kahlo frecuentaba en su fantasía durante los primeros años de su niñez y cuando por entonces el dolor era para ella una dimensión absurda y sin sentido. Las dos Fridas son el testimonio de una de sus tantas crisis de escisión provocadas sobre todo, por Diego Rivera, su Diego, su niño, su yo.

Antes de que el 2004 se terminara de ir, la mitad de noviembre me susurró otra vez su nombre. Como ya me había ocurrido en otras ocasiones, me enteré un día antes de que ya fuera demasiado tarde, del concierto que iba a dar Lila Downs en el Tollhaus, un centro de actividades culturales de Karlsruhe. Lo pensé dos veces, se trata de la cantante mexicano-estadounidense que interpretó --entre otras-- la famosa canción “La Llorona” en la película de Frida, quizás el único detalle que aprecié positivamente de aquel rodaje para olvidar. Mi instinto me advirtió que debía dejarle a la duda su lugar y no se equivocó, ¡no se equivocó! Lila Downs me trajo de nuevo a mi Frida, aquí en la fría latitud del amargado individualismo y la soledad patológica. Después de aquel concierto inolvidable, tuve la oportunidad de entrevistarme con Lila y de cobijarme con la sencillez de su cálida personalidad, no era Frida, pero sí alguien que me hacía sentirla con sólo hablar. Repetí la experiencia musical en el verano del 2008, esta vez sin entrevista, pero con el mismo embeleso y la emoción de estarle transmitiendo a mi segundo hijo --anudado todavía en mi vientre-- mi pasión por Frida y de alguna caprichosa manera, mi gusto por la música de Lila quien se ha sumado ya a mi lista de mujeres indelebles e imprescindibles que secundan --de bien lejos-- a Frida.

2006, mediados del otoño en Alemania… finales de noviembre en el calendario. Mientras disfrutaba de mis primeras lides de maternidad con mi primogénito, se apareció el azar para mandarme a un viaje inesperado. Empujando el cochecito de mi niño comencé a conocer la pequeña y remota ciudad de Pforzheim en el Sur de Alemania, allí donde naciera en 1871el padre de Frida, Wilhelm Kahlo, “Aguillermado” a la mexicana, ante la dificultad que les ofrecía a los lugareños la pronunciación de su gracia. Otra vez me desplegué pensando en ella, en el origen alemán de su nombre: Frieden que en castellano significa paz y que Guillermo Kahlo tuvo que cambiar por Frieda ante la negativa de la autoridad civil mexicana de registrar con ese nombre a una niña. Pforzheim…pienso en Frieda que terminó por ser Frida, en la disciplina heredada de su padre, en el gusto que gracias a él adquirió por la fotografía, en su apellido y en ese Pforzheim tan opaco e insignificante que súbitamente se ilumina y me ilumina, que guarda un pedacito de su semilla y de su existencia, aquí en la latitud de lo que ya se sabe.

2010, tengo casi una treintena de libros --que amenazan con multiplicarse-- repartidos en dos continentes, escritos en dos idiomas y con un único sentido: Frida. La mayoría de ellos están dedicados a su singular obra pictórica y los menos a su pluma, porque Frida, la paloma, también fue --a su manera-- una exquisita escritora de epístolas, de prosa y de verso. Frida escribía con palabra cariñosa y acogedora… tan como ella, sin expresión rebuscada ni frase compleja, nada comparado con la letra de su pintura… que para eso había tenido suficiente con el laberinto imposible y caprichoso de su vida, de su cuerpo atravesado, de su columna partida, de su maternidad abortada y de su rotundo amor por Diego, ese espantoso elefante.

13 de julio de 2010, 56 años han pasado desde que la Pelona te recogió de tu Casa Azul y te llevó para siempre, Frida. Y un poco más de dos sexenios desde que me convertí a tu vida. Gracias, Frieden por los 44 años que a ti te dieron la gana de tener a la hora de tu muerte, por tu pasión por la vida, por tu valiente entrega al amor y de tus desafíos irreverentes al dolor… Donde quiera que vueles ¡gracias!

(*) Escritora boliviana (Oruro, 1975). Licenciada en Ciencias de la Comunicación Social por la Universidad Católica Boliviana (1998). Desde los años 90 se dedica al periodismo y a la literatura de manera independiente. Ha vivido y estudiado en Madrid (España) y en Karlsruhe (Alemania), donde obtuvo dos títulos de maestría: en acción política y participación ciudadana, y en planificación regional. Escribe los blogs: http://mivozmipalabra.blogspot.com/ y http://laletralate.blogspot.com/.

Fuente: LA PATRIA
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