Feminismo desviado

«Feminismo es aquella cualidad de la mujer por la cual ella se hace atractiva y agradable, y hace agradable y atractivo todo cuanto la rodea» (Enrique Mª Huelin S.J., María en la voz de la Iglesia).

Hay una corriente defensora de los derechos de la mujer llamada «feminismo», luego, por «feminismo» se entiende al movimiento social y político que postula la igualdad de los derechos de las mujeres y los hombres.

Un feminismo que reivindica los mismos derechos para la mujer que para el hombre ante la ley, es justa y sana, pues hombre y mujer tienen la misma dignidad como persona humana.

La celebración del «Día Internacional de la Mujer» tiene sus orígenes en los movimientos feministas de las trabajadoras de Norteamérica y Europa, que comenzó a finales del siglo XIX y principios del XX, reclamando una misma educación escolar y universitaria, el derecho al voto universal, la igualdad de salarios respecto a los hombres, reducción de la jornada de trabajo.

El 8 de marzo de 1857 mujeres que trabajaban en la industria textil de Nueva York «realizaron una protesta contra los bajos salarios y las malas condiciones de trabajo en las que se desempeñaban. Dos años después organizaron un sindicato para proteger sus derechos. En esa misma fecha, pero de 1908, un grupo de mujeres salió a las calles de Nueva York para pugnar por un ajuste al horario laboral, un salario mejor, derecho a votar y terminar con el trabajo infantil».

En 1910 la Internacional Socialista reunida en Copenhague, Dinamarca, «proclamó el día internacional para apoyar los derechos de la mujer».

Pero esa justa y sana causa feminista fue tornándose en otra, así, en los años 1960 las feministas, que dicen representar a todas las mujeres del mundo, comenzaron su brutal ataque al matrimonio. Dicho feminismo odia la institución del matrimonio y la familia, porque afirma que las esclaviza. La liberación sexual debía extenderse a todas las partes que lo consienten.

Este feminismo torcido hizo todo lo posible para quitar el prestigio y la estima de la institución familiar, de tal forma que se puso de moda para las parejas simplemente vivir juntas. Los resultados son bien conocidos. La institución del matrimonio ha sufrido inmensos daños. Vemos las consecuencias del amor libre en la proliferación de hogares monoparentales, el divorcio sin culpa, el aborto, la anticoncepción, las enfermedades de transmisión sexual y los estilos de vida sexuales desviados de todo tipo.

«El feminismo de los años setenta tendía a la negación de la maternidad y a la imitación de los hombres. Esto ha impedido, de hecho, todo desarrollo de las cualidades y de las contribuciones femeninas, así como la aplicación de políticas capaces de ayudar verdaderamente a las mujeres».

A lo largo de la historia, los revolucionarios tienden a radicalizarse como un medio para energizar su base. Lo hacen revelando parte de su agenda oculta que a menudo escandaliza a aquellos que son más moderados. Así, las feministas que durante mucho tiempo han limitado su discurso a los derechos de las mujeres y otras cuestiones, ahora se revelan en sincronía con todas las causas más radicales, incluido el Islam.

La igualdad de derechos de la mujer y el hombre tiene aspectos muy razonables. Como se ha dicho la igualdad de derechos del hombre y de la mujer ante la ley es de justicia; pero otra cosa es que la mujer se ponga a imitar en todo al hombre, perdiendo sus características femeninas que tanto la enriquecen. Se postula ya no un auténtico feminismo, sino un «marimachismo» que busca la masculinización de la mujer.

La mujer debe ser femenina, y el hombre masculino. Cada uno tiene su tarea en la vida, en la reproducción humana y en el servicio a la sociedad.

Tal feminismo busca una sociedad dominada por las mujeres. Pero esta sociedad tendría los mismos defectos, o más, que la dominada por los hombres. Pues todo hombre bien nacido siente respeto por la mujer, mientras que las feministas, frecuentemente, muestran desprecio por los hombres, como lo expresan sus grafitis, panfletos y declaraciones.

Sin embargo, aquel feminismo que atacó despiadadamente la institución del matrimonio y la familia según la Ley Natural, parecería que ha olvidado su virulento y venenoso ataque, ya que su agenda actual promueve las uniones del mismo sexo, a las que llaman «matrimonio». Las mismas personas que llamaron esclavitud al matrimonio hoy insisten en su «derecho a casarse», es decir que ahora buscan la destrucción de la institución matrimonial no desde fuera, sino desde dentro. Buscan arrancar los lazos de exclusividad que hacen que el matrimonio sea lo que es. Esa exclusividad que marcó el matrimonio como una unión fructífera y permanente de un hombre y una mujer que ahora la quieren convertir en inclusiva y estéril.

Janne Haaland Matlary, a la sazón secretaria de Estado para Asuntos Exteriores de Noruega participó en 1995 como miembro de la delegación de la Santa Sede en las Conferencias organizadas por las Naciones Unidas en Copenhague (sobre el desarrollo social) y en Pekín (sobre la mujer) y ha publicado un libro: «Tiempo de florecer. Por un nuevo feminismo», un auténtico manifiesto feminista, en el que declara que ha llegado la hora de que florezcan «las cualidades femeninas» en todos los campos de la vida personal y social y «en todo rincón de la tierra». Propugna que hay que ir a las raíces, de la cuestión, es decir, «reconocer que los hombres y las mujeres son muy diferentes, tienen talentos diferentes. Además, la mayoría de las mujeres son madres o quieren serlo. El desafío consiste en crear una igualdad que tenga en cuenta estas diferencias».