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Domingo 10 de marzo de 2019

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Cultural El Duende

Un tango es el grito que se levanta airado

10 mar 2019

Enrique Santos Discépolo

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Tuve una infancia triste. No hallé atractivo en jugar a la bolita o a cualquiera de los demás juegos infantiles. Vivía aislado y taciturno. Por desgracia no era sin motivo. A los cinco años quedé huérfano de padre y antes de cumplir los nueve perdí también a mi madre. Entonces mi timidez se volvió miedo y tristeza, desventura. En la escuela secundaria empecé por hacerme la rabona. En vez de ir al normal, me iba a una librería que había enfrente del colegio. Yo llevaba el mate y bollos para convidar al librero y él me prestaba libros de teatro, de cuentos. Y así seguí unos meses hasta que le dije a mi hermano Armando -yo vivía en la casa de él- que no quería ser maestro de escuela sino actor. Desde entonces, lo que perdí en el colegio lo recuperé en la calle, en la vida. Tal vez allí, en ese tiempo tan lejano y tan hermoso, tal vez allí haya empezado a masticar las letras de mis canciones.

Tuve una infancia triste. No hallé atractivo en jugar a la bolita o a cualquiera de los demás juegos infantiles. Vivía aislado y taciturno. Por desgracia no era sin motivo. A los cinco años quedé huérfano de padre y antes de cumplir los nueve perdí también a mi madre. Entonces mi timidez se volvió miedo y tristeza, desventura. En la escuela secundaria empecé por hacerme la rabona. En vez de ir al normal, me iba a una librería que había enfrente del colegio. Yo llevaba el mate y bollos para convidar al librero y él me prestaba libros de teatro, de cuentos. Y así seguí unos meses hasta que le dije a mi hermano Armando -yo vivía en la casa de él- que no quería ser maestro de escuela sino actor. Desde entonces, lo que perdí en el colegio lo recuperé en la calle, en la vida. Tal vez allí, en ese tiempo tan lejano y tan hermoso, tal vez allí haya empezado a masticar las letras de mis canciones.

Una canción es un pedazo de vida, un traje que anda buscando un cuerpo que le ande bien. Cuantos más cuerpos existan para ese traje mayor será el éxito de la canción, porque si la cantan todos es señal de que todos la viven, la sienten, les queda bien. Por eso un tango puede escribirse con un dedo pero necesariamente se escribirá con el alma porque un tango es la intimidad que se esconde y es el grito que se levanta airado, desnudo.

El drama no es invento mío. Acepto que se me culpe del perfil sombrío de mis personajes, por aceptar algo nomás pero la vida es la única responsable de ese dolor. Yo, honradamente, no he vivido las letras de todas mis canciones porque eso sería materialmente imposible, inhumano. Pero las he sentido todas, eso sí. Me he metido en la piel de otros y las he sentido en la sangre y en la carne. Brutalmente. Dolorosamente. Dicen por ahí que soy un hipersensible y aunque la palabrita no me gusta algo debe de haber porque vivo los problemas ajenos con una intensidad martirizante. El hombre se llena de obligaciones que lo empequeñecen para la lucha y lo entristecen para la ambición, y se va deshaciendo, enfriando. La vida del hombre moderno, hermosa y trágica, es un juego de ilusión y de agonía que desgasta la esperanza, lo sabido, lo deseado, lo querido.

A los 15 años hice versos de amor, muy malos. A los 20, henchido de fervor humanista, creí que todos los hombres eran mis hermanos� A los 30� ¡hum! A los 30 eran apenas primos. Ahora, estafado y querido, golpeado y acariciado, creo que los hombres se dividen en dos grandes grupos: los que muerden y los que se dejan morder. Hay un hambre que es tan grande como la del pan y es la de la injusticia, la de la incomprensión. Y la producen las grandes ciudades donde uno lucha solo entre millones de seres indiferentes al dolor que uno grita y ellos no oyen. Todas las grandes ciudades deben ser iguales. Grises. Y no por crueldad preconcebida sino porque en el fárrago ruidoso de su destino gigante los hombres de las grandes ciudades no tienen tiempo para mirar el cielo. El hombre de las grandes ciudades caza mariposas, de chico. De grande, no. Las pisa. No las ve. No lo conmueven. Por eso Buenos Aires es una hermosa ciudad� para salir en gira.

CAMBALACHE

Que el mundo fue y será una porquería,

ya lo sé�

En el quinientos seis

y en el dos mil, también.

Que siempre ha habido chorros

maquiavelos y estafaos

contentos y amargaos

valores y dublé.

Pero que el siglo veinte

es un despliegue

de maldad insolente

ya no hay quien lo niegue,

vivimos revolcaos en un merengue

y en el mismo lodo

todos manoseaos.

Hoy resulta que es lo mismo

ser derecho que traidor

ignorante, sabio o chorro

generoso o estafador

¡Todo es igual! ¡Nada es mejor!

Lo mismo un burro

que un gran profesor,

no hay aplazaos ni escalafón

los inmorales nos han igualao

Si uno vive en la impostura

y otro roba en su ambición

da lo mismo que sea cura

colchonero, rey de bastos

caradura o polizón.

¡Qué falta de respeto

qué atropello a la razón!

Cualquiera es un señor

cualquiera es un ladrón

Mezclao con Stavisky va Don Bosco

y "La Mignón"

Don Chicho y Napoleón,

Carnera y San Martín�

Igual que en la vidriera irrespetuosa

de los cambalaches

se ha mezclao la vida,

y herida por un sable sin remaches

ves llorar la Biblia

contra un calefón�

Siglo veinte, cambalache

problemático y febril

El que no llora no mama

y el que no afana es un gil

¡Dale, nomás! ¡Dale, que va!

¡Que allá en el horno

nos vamo´ a encontrar!

No pienses más, sentate a un lao

que a nadie importa si naciste honrao.

Hoy es lo mismo el que labura

noche y día como un buey

que el que vive de los otros

que el que mata, que el que cura

o está fuera de la ley.

Enrique Santos Discépolo. (Discepolín).

Argentina, 1901-1951. Compositor, músico, dramaturgo y cineasta.

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