Cuentan que hace muchÃsimos años se reunieron algunos sentimientos y algunas cualidades del ser humano. Cuando el Aburrimiento bostezaba por tercera vez, la Locura propuso:
-Vamos a jugar al escondite.
La Intriga se levantó extrañada, y la Curiosidad, sin poder contenerse, preguntó:
El Entusiasmo bailó jubiloso y la AlegrÃa dio saltos, con lo que terminaron por convencer a la Duda, e incluso a la Indiferencia, a la que nunca le interesaba nada.
La Soberbia pensó que era un juego muy tonto. En el fondo lo que le molestaba era que la idea no se le habÃa ocurrido a ella. Y la CobardÃa prefirió no arriesgarse.
La Locura rápidamente comenzó a contar.
La Locura rápidamente comenzó a contar.
La primera en esconderse fue la Pereza que, como siempre, se dejó caer en la primera piedra que encontró. La Envidia se fue detrás del Triunfo, quien por su propio esfuerzo habÃa logrado subir a la copa del árbol más alto.
A la Generosidad le costó trabajo esconderse. Cada sitio le parecÃa maravilloso para alguno de sus amigos: el lago cristalino para la Belleza, la hendija de un árbol para la Timidez, una ráfaga de viento para la Libertad.
La Mentira se escondió detrás del arco iris. Y la Pasión y el Deseo se escondieron entre los volcanes.
Cuando la Locura ya casi terminaba de contar, el Amor aún no habÃa encontrado un sitio para esconderse, pues todo estaba ocupado. Hasta que al fin vio un rosal y decidió esconderse entre sus flores.
-¡Un millón! -dijo la Locura.
Y comenzó a buscar. La primera en aparecer fue la Pereza, que estaba a sólo tres pasos.
El Talento estaba entre la hierba fresca. La Angustia, en una oscura cueva. La Mentira, detrás del arco iris.
Y hasta encontró al Olvido, que se habÃa olvidado de que estaba jugando al escondite.
Solamente el Amor no aparecÃa por ningún lado.
La Locura buscó detrás de cada árbol, debajo de cada arroyo de la tierra y en las cumbres de las montañas. Cuando ya estaba considerando darse por vencida, vio el rosal. Tomó un pequeño palo y comenzó a mover las ramas. De pronto, escuchó un doloroso grito. Las espinas habÃan herido los ojos del Amor.
La Locura no hallaba cómo disculparse. Lloró, rogó, imploró, pidió perdón y hasta prometió acompañarlo para siempre.
Desde entonces el Amor es ciego y la Locura siempre lo acompaña.
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