Verdades, certezas y noticias falsas

Quizás es prudente iniciar esta columna con una reflexión plasmada en un axioma: "de la confusión entre verdad y certeza, han nacido los mayores conflictos de la historia".

El término verdad representa una síntesis de nociones complicadas de comprender sin disociarlas y, frecuentemente, se confunden la verdad y la certeza y se debe, creo yo, acentuar sobre su diferencia: la certeza debe emplearse solo para designar el estado del espíritu que se cree en posesión de la verdad; no debe hablarse de la certeza de una proposición, y sí a la verdad o la evidencia debe referirse que la certeza es un estado mental, y que es la convicción que ostenta el espíritu de que los objetos son como él los concibe.

Entonces, debe aclararse que la simple certeza es una creencia; la verdad es un conocimiento; las verdades son impersonales, demostrables por la experiencia e independientes de toda creencia.

Los propios diccionarios descubren las divergencias y sus definiciones se limitan a considerar que: "la verdad es la cualidad por la cual las cosas aparecen tales como ellas son", o "es la conformidad del pensamiento con la realidad", y ante ello los propios prologuistas de los diccionarios afirman que éstos ganarían en exactitud y claridad si llamaran simplemente verdad, a la idea que nos formamos de las cosas.

Se suscitan naturalmente muchas hipótesis sobre el tema, en los diferentes campos de la ciencia y la técnica, pero no es intención en esta columna analizarlas sino afirmar que si los humanos no se hubiesen cobijado en las hipótesis permaneceríamos todavía sumidos en la barbarie, debido a que los que orientaron en su camino incierto y les permitieron encontrar verdades a su medida, lo que significa verdades en relación con su mentalidad, las virtudes y raza; esta era de hipótesis quiméricas preparó el terreno a la edad de la razón.

La propagación de las falsas noticias, que causan un ostensible e irreparable daño moral, aunque se puedan resarcir civilmente si se prueban, es un ejercicio perverso cuando se acumulan deseos incontenibles de estigmatizar a una persona, partido político, organización y otros.

Este fenómeno cuyo origen de desborde es la facilidad de las comunicaciones electrónicas, su demencial evolución y acceso irrestringido, está cada vez más en cuestionamiento debido a que sobrepujan las virtudes individuales y colectivas de una población.

Cuando se quiere entender la moral, es altamente prescriptivo separar la moral individual de la colectiva; esta distinción fundamental usualmente ignorada genera errores, aunque esta diferencia no es diáfanamente notoria debido a que la moral individual está impregnada irremisiblemente por las influencias colectivas, de las cuales, un individuo solo con una voluntad firme y plena de convicción, puede sustraerse.

Aquéllas obligan, aun al individuo más egotista, calificativo más grave que el egoísta, a sacrificarse, aunque sea un poco, por los intereses generales.

Solo una sociedad suficientemente consistente para imponer el interés general por medio de los códigos y sus penas, además de prescripciones que suponen una molestia, violencia, transgresión y una traba para las actitudes positivas, libres de intencionalidad preserva del desconocimiento del valor jurídico de la persona y de las instituciones.

Las leyes ante este fenómeno de las noticias falsas, aunque impotentes de castigar estas subjetividades, pueden, no obstante, intervenir cuando determinadas opiniones falsas y sin fundamento tienden a hacerse generales, pero no lo son.

Se infiere, como colorario, que la penetración y la propagación, siendo el objetivo inequívoco del autor anónimo, de las noticias falsas en la psique del ciudadano, depende de la fortaleza de su estructura moral, su consideración y solidaridad con el prójimo y la virtud como disposición interna a no causar daño.

(*) es abogado corporativo, posgrados en Conciliación y Arbitraje, Filosofía y Ciencia Política, Alta Gerencia para abogados, Interculturalidad y Educación Superior, Derecho Aeronáutico, Docencia en Educación Superior, doctor honoris causa con tesis aprobada.