Miercoles 13 de febrero de 2019

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A fines del siglo veinte una encuesta realizada en los Estados Unidos demostró que tanto católicos como protestantes estaban abandonando la práctica de la oración familiar. Citando razones tales como los trajines de la vida moderna y el desencanto y la desilusión, la encuesta concluyó: «Ya no se ora en los hogares tanto como antes.»
En ese mismo contexto, la encuesta dio a conocer que se preferÃa el concepto horizontal de la religión al concepto vertical. HabÃa ganado terreno la preocupación social, es decir, cómo ofrecerles al prójimo, a la comunidad y a la familia los beneficios de la fe. De ahà que el evangelio debÃa extenderse horizontalmente, teniendo al hombre y a la sociedad como el objetivo principal de sus esfuerzos.
Quedaron en la minorÃa los que insistÃan en aferrarse al concepto vertical, es decir, los que creÃan que lo más importante es la comunión con Dios. Ã?stos preferÃan una relación vertical, de abajo arriba y de arriba abajo, en la que el ser humano recibe de Dios su alimento espiritual y le expresa a Ã?l, antes que a nadie, lo que siente en el alma.
A estos dos conceptos de la religión podemos añadirles un tercero, el concepto integral. Ã?ste se basa en la cruz, que es el sÃmbolo perfecto de la obra de Cristo. Y la cruz se compone de dos maderos, el uno horizontal y el otro vertical. El madero vertical nos indica el camino al cielo y nos dice que debemos comunicarnos con Dios; el horizontal nos indica el camino al prójimo y nos dice que debemos preocuparnos por sus necesidades fÃsicas, sociales y espirituales. De modo que en la cruz el concepto horizontal y el concepto vertical se funden en uno solo.
Para mantener una relación personal con Dios necesitamos cultivar a diario la oración. Si Jesucristo mismo, el Hijo de Dios, lo juzgó necesario cuando vivió en esta tierra, ¡cuánto más no lo necesitaremos nosotros! Por eso Jesús afirmó que el mandamiento más importante es: «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente.»1 Pero al mismo tiempo debemos preocuparnos por los demás. El segundo mandamiento en importancia -continuó Cristo- es: «Ama a tu prójimo como a ti mismo».2 Lo cierto es que nuestro prójimo en todo el mundo necesita escuchar la buena noticia de Jesucristo.