Los investigadores suelen asociar la práctica de la democracia con varios factores. Uno de ellos y que parece gravitar significativamente, es el desarrollo de la inteligencia en general. Dicen los expertos que hay cierta relación de coherencia entre el nivel medio cultural de un país y la práctica democrática. El mal ejercicio de Esta revelaría, según esa hipótesis, un deficiente desarrollo mental. En otros términos, habrá democracia sólo donde hay un cierto grado de capacidad intelectiva. A la inversa, allí donde se observa deficiencia en dicho desarrollo, el ejercicio de la democracia tendría dificultades.
A esta cuenta, y si la hipótesis se confirmara, los tiranuelos, los dictadores y todos los que se parecen a ellos, serían seres poco o nada inteligentes; por eso recurren a la fuerza bruta para imponerse; desdeñan la democracia o simplemente simulan ejercerla, pero en el fondo se atienen más al poder beligerante de las masas. Rehúyen la confrontación de ideas, porque no las tienen; y a veces precisamente por eso ven con susceptibilidad a la persona que piensa, porque representa para ellos un peligro; son enemigos de la libertad de expresión y de otras libertades. Y la mayor dificultad no es que no quieran ser demócratas, sino que no pueden; porque no entienden, porque les es muy difícil entenderla.
A esta cuenta, y si la hipótesis se confirmara, los tiranuelos, los dictadores y todos los que se parecen a ellos, serían seres poco o nada inteligentes; por eso recurren a la fuerza bruta para imponerse; desdeñan la democracia o simplemente simulan ejercerla, pero en el fondo se atienen más al poder beligerante de las masas. Rehúyen la confrontación de ideas, porque no las tienen; y a veces precisamente por eso ven con susceptibilidad a la persona que piensa, porque representa para ellos un peligro; son enemigos de la libertad de expresión y de otras libertades. Y la mayor dificultad no es que no quieran ser demócratas, sino que no pueden; porque no entienden, porque les es muy difícil entenderla.
Otras investigaciones revelan que también existe relación entre la salud de la democracia y el nivel de la corrupción. En los pasados días, varios medios de prensa se refirieron precisamente al tema. Los Tiempos tituló: "Informe de corrupción pone al país a nivel de un régimen autoritario". Según la percepción de Transparencia Internacional (TI), cuyos datos corresponden a ese informe, Bolivia cayó en 2018 veinte puntos en el ranking, ubicándose en el lugar 132 entre 180 países. Así mismo advirtió que "la corrupción puede socavar los pilares básicos de la democracia. Y es evidente que en democracias débiles la corrupción abunda".
La lucha contra la corrupción es un desafío al que pocos países han logrado dar una respuesta adecuada; no para erradicarla sino cuando menos para controlar dentro de márgenes tolerables. Su peligroso incremento en algunos países de la región motivó que la VIII Cumbre de las Américas, realizada en abril del año pasado en Perú, incluyera en su agenda la corrupción como tema principal. Los mandatarios participantes aprobaron el compromiso de Lima denominado gobernabilidad democrática frente a la corrupción. Y Bolivia, junto a Cuba y Venezuela, fue el país disidente que no firmó dicho compromiso. Los caudillos populistas son reacios a reconocer la vigencia permanente y universal de los valores humanos, por encima de las diferencias ideológicas.
En Bolivia hay algunos hechos que parecen más bien incentivar ese mal, como los siguientes: los cuatro poderes del Estado bajo un solo mando; la desinstitucionalización, la anomia social, el desprecio por lo profesional, las contrataciones directas, sin licitación; la maniobra artera, la mentira y la impunidad, son, entre otros, los que ciertamente generan ese perfil. Se añade a ello las baladronadas retóricas, como el decir "corrupción cero".
No nos regocija el penoso diagnóstico que se desprende del análisis efectuado por Transparencia Internacional; al contrario, nos avergüenza, nos indigna y nos duele. Pero el fanatismo patriotero o ideológico no puede suplantar la verdad. Y no porque no se pueda ver, deja de existir la realidad. La corrupción nos está ahogando; eso lo sabe todo el mundo.
(*) Escritor, miembro del PEN Bolivia
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