La Revolución cubana ingresó en la historia con letras grandes, con un hálito vivificador lleno de profunda esperanza en el futuro de la Humanidad. Era otra época: la de las revoluciones sociales nacientes, la de una oleada teórica y política de transformación profunda que alborotaba a los pueblos hasta el punto del enfrentamiento radical con los regímenes que gobernaban bajo la égida de los poderosos Estados Unidos de América y sus aliados. Pero hoy, la situación en Cuba es lamentable. Los cubanos celebraron tibiamente sus 60 años del proceso sin Fidel Castro, muerto a finales de 2016, en una isla socialista que por la vía de las reformas busca evitar el naufragio económico y, peor todavía, social.
Y se lo debe decir con claridad, las revoluciones no poseen un combustible social primigenio y poderoso que les dé la chance de reproducirse sin esfuerzo, y constantemente, en su realidad cotidiana. Ellas deben, necesariamente, empoderarse cada rato. No deben vivir de sus glorias pasadas, a lo sumo recordarlas con amor. Y el socialismo se construye, de acuerdo a los postulados de sus fundadores, para que la gente viva mejor. Su única posibilidad de sobrevivencia es demostrar su calidad superior con respecto al capitalismo.
Y se lo debe decir con claridad, las revoluciones no poseen un combustible social primigenio y poderoso que les dé la chance de reproducirse sin esfuerzo, y constantemente, en su realidad cotidiana. Ellas deben, necesariamente, empoderarse cada rato. No deben vivir de sus glorias pasadas, a lo sumo recordarlas con amor. Y el socialismo se construye, de acuerdo a los postulados de sus fundadores, para que la gente viva mejor. Su única posibilidad de sobrevivencia es demostrar su calidad superior con respecto al capitalismo.
Fidel y el Che Guevara nunca estuvieron identificados plenamente en su concepción. El líder cubano era un hombre de miras limitadas, solamente reducidas a su territorio, más nacionalista que comunista. Dar pan no es necesariamente revolucionario, acaso lo puede ser limitadamente. Le bastaba con entregar trabajo, salud y educación de precaria categoría y de baja sostenibilidad, sin considerar que el ser humano casi siempre aspira a lo mejor, y en esto radicó su idea igualitaria, en una concepción pobre del marxismo. Para mal de muchos, Cuba se fue hundiendo progresivamente en su nostalgia revolucionaria, en el recuerdo de mejores épocas, cuando gran parte de la Humanidad rebelde la apoyaba.
No obstante, los apoyos no pueden ser estructurales, se establecen en logros reales paulatinos, lo que Fidel pudo demostrar en sus primeros años. Después estuvo lejos de los desafíos actuales y se perdió en su discurso desfasado. La nostalgia de los 59-62´s ya no va más. Y el problema no es que el Líder cubano se haya aferrado a sus principios revolucionarios, era hasta legítimo y ético. ¡Tuvo todo el derecho positivo que le respalda! Fue un revolucionario, aunque con luces y sombras, ya que transformó radicalmente una parte de nuestra América, para bien o para mal. Pero, sus luces se apagaron en las lumbres caducas de la ex-URSS. Una pregunta se le hizo y no contestó: ¿Por qué permitió que el Che llegara a Bolivia a ser enterrado en una fosa común de Vallegrande? Porque le incomodaba con su pensamiento no ortodoxo, especialmente en el tema de la economía política. ?l, Fidel, sabía perfectamente que los comunistas bolivianos no eran confiables e igual envió a su mayor teórico a la muerte.
Hablar de las contradicciones que existieron entre Fidel Castro y el Che Guevara es adentrarse en un terreno plagado de incógnitas. En realidad, se trata de dos figuras históricas que han calado hondo en la memoria latinoamericana y mundial. No obstante, siempre es posible realizar un análisis en base a la información visible, y llegar a conclusiones que no pierden su esencia provisional porque las certezas históricas son subjetivas per se en tanto construcciones humanas. Ahora se puede realizar un análisis objetivo. El Che murió en su gloria y Fidel en el desamparo orgánico.
Ahora, por primera vez desde 1976, Cuba tiene un presidente sin apellido Castro: Miguel Díaz-Canel, de 58 años, que repite "somos continuidad", y que dijo sin calor: "la revolución cubana es invencible, crece, perdura". Son palabras fáciles, pero sin relevancia histórica. El legado de la Revolución Cubana aparece muy deslucido, tanto desde el punto de vista político como económico. La nueva Constitución cubana ratifica al comunismo como meta social, pero reconoce el papel del mercado, la propiedad privada y la inversión extranjera, y asegura que Cuba "jamás" retornará al capitalismo. Los revolucionarios nos damos perfecta cuenta de un proceso que no acabará bien. Para volver a las ideas comunistas es necesario que Cuba, aunque nos duela, vuelva al capitalismo, al igual que Corea del Norte. Las banderas rojas revolucionarias serán nuevamente izadas aunque no pronto.
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