Las dictaduras

Nicolás Maduro «asumió» un nuevo período presidencial en Venezuela que finalizaría en 2025, ante el repudio de la comunidad internacional, en medio de una crisis generalizada de ese país, y tras varias maniobras ya características del chavismo, como el desconocimiento de la Asamblea Nacional -declarada en desacato por el Supremo en 2016 pocas semanas después de que la oposición ganara la mayoría de los escaños-, la creación de una Asamblea Constituyente fraudulenta, -que se instauró sin un referendo previo de aprobación como indica la Constitución-, la postergación de elecciones regionales y el adelantamiento de las presidenciales, decretadas por la Asamblea Constituyente títere del chavismo.

Este reciente 11 de enero, el Presidente de la Asamblea Nacional venezolana, el opositor Juan Guaidó, de 35 años, pidió el apoyo de los ciudadanos, los militares y la comunidad internacional para asumir el mando del Ejecutivo, según los artículos 333, 350 y 233, de la Constitución venezolana.

La Organización de Estados Americanos, mediante su Secretario General Luis Almagro saludó: «la asunción de Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela conforme al artículo 233 de la Constitución Política. Tiene nuestro apoyo, el de la comunidad internacional y del Pueblo de Venezuela». Guaidó ha convocado «a todo el pueblo a la calle (para) una gran movilización en todos los rincones de Venezuela» para el 23 de enero próximo.

Maduro, exponente eximio del llamado «Socialismo del Siglo XXI», se ha convertido en «dictador» en una pseudo democracia demagógica, corrompida y corruptora, que encarcela a los disidentes y que sólo busca perpetuarse de cualquier forma en el poder.

El concepto de dictadura envuelve dos elementos diferentes: omnipotencia del Estado y concentración del poder estatal en una sola persona.

Don Plinio Correa de Oliveira nos dice que «la dictadura revolucionaria tiende a eternizarse, viola los derechos auténticos y penetra en todas las esferas de la sociedad para aniquilarlas, desarticulando la vida de familia, perjudicando a las élites genuinas, subvirtiendo la jerarquía social, alimentando de utopías y de aspiraciones desordenadas a la multitud, extinguiendo la vida real de los grupos sociales, y sujetando todo al Estado: en una palabra, favoreciendo la obra de la Revolución».

La Revolución usa, pues, la metamorfosis no sólo para avanzar, sino también para practicar los retrocesos tácticos que tan frecuentemente le han sido necesarios, en un proceso compuesto de etapas, o como dice Correa de Oliveira, mediante «las tres profundidades de la Revolución»: en las tendencias, en las ideas, en los hechos.

«La primera, la más profunda, consiste en una crisis en las tendencias. Esas tendencias desordenadas por su propia naturaleza luchan por realizarse, no conformándose ya con todo un orden de cosas que les es contrario; comienzan por modificar las mentalidades, los modos de ser, las expresiones artísticas y las costumbres, sin tocar al principio, de modo directo -habitualmente, por lo menos- en las ideas.

De esas camadas profundas, la crisis pasa al terreno ideológico. Así, inspiradas por el desarreglo de las tendencias profundas, irrumpen nuevas doctrinas. Ellas procuran a veces, al principio, un modus vivendi con las antiguas, y se expresan de tal manera que mantienen con éstas un simulacro de armonía, el cual habitualmente no tarda en romperse en lucha declarada.

Esa transformación de las ideas se extiende, a su vez, al terreno de los hechos, donde pasa a operar, por medios cruentos o incruentos, la transformación de las instituciones, de las leyes y de las costumbres, tanto en la esfera religiosa cuanto en la sociedad temporal, ya enteramente en el orden de los hechos» (Cf.: Plinio Correa de Oliveira, Revolución y Contra-Revolución).

Los totalitarismos son esenciales a las ideologías, principalmente porque «los ideólogos se sienten dueños de la vida total de los individuos, que en realidad no son sino una materia amorfa que deben moldear». La ideología, como todos los fenómenos sociales, no ha aparecido de golpe en la sociedad. Para un marxista, la historia es la historia de las revoluciones.

Así hoy podemos ver la tiranía de la democracia con los que se oponen a sus principios y decisiones y su creciente invasión en la vida privada de las familias y ciudadanos.

«En este caso, de descomposición social. Este deterioro se va produciendo en todos los campos que afectan la conducta humana: filosófico, educativo, político, artístico, etc. En unos la corrupción es más bien intelectual, en otros es la docilidad para el mal y la incapacidad de reacción. En el todo social, una pérdida de hábitos que hace posible la aparición del hombre masa, el hombre sin principios de vida, ni articulación, ni virtudes. El hombre amorfo capaz de someterse a toda clase de directivas sin reacción y hasta con un cierto gusto. En realidad, entre las promesas de los profetas de la ideología con su lenguaje pseudo-religioso y la docilidad del hombre sin forma hay una profunda sintonía. Son los "maestros conformes a sus pasiones" (2 Tim 4, 3)» (P. Ramiro Sáenz, De la soberbia a la ideología).

La dictadura revolucionaria es fundamentalmente anticatólica, aunque a veces aparezca como tolerante, respetuosa de la Religión: «una actitud meramente política, que se transforma en persecución franca o velada tan pronto como la autoridad eclesiástica comience a detener el paso a la Revolución».

La Revolución, radical en la meta pero gradual en su estrategia, inicialmente se sirve de la Religión para llegar al poder, así el caso del castrismo en Cuba, el sandinismo en Nicaragua y antes en tantos otros países.

Santo Tomás de Aquino, el máxime teólogo católico dice que «Los tiranos y los gobernantes violentos, que persiguen a la Iglesia serían los "representantes" (quasi figura) del Anticristo», que instalará un falso orden, sostenido por un abuso del poder político. A ese pseudo-orden pertenece el engaño y la mentira del Ángel de luz, un engaño exitoso, tal vez saludado como una «liberación».

german_mazuelo_leyton@yahoo.com