Muchas personas de diversas clases sociales acudÃan al llamado de Juan y recibÃan el baño o bautismo del agua. Quedaban reconfortados con la confianza de que Dios les perdonaba sus pecados. Asà evitaban el terrible castigo ante la inminente llegada del MesÃas, el Ungido por Dios (Mt 3, 11-15). Sorprendentemente, Jesús, que no habÃa cometido ningún pecado, quiso pasar por pecador, cargando con los pecados de la humanidad. Pidió a Juan ser sumergido en las aguas del rÃo Jordán.
Con su bautismo Jesús inició la revelación de su propia identidad divina como Hijo de Dios Padre y de la Rúaj Madre. Esta generación eterna de algún modo se reprodujo en la historia, cuando el Hijo de Dios se encarnó en el seno de la Virgen MarÃa por obra y gracia de la Familia Divina Trinitaria (Jn 1, 14). Este misterio inefable sólo puede ser comprendido gracias a la inspiración divina.
El bautismo, instituido por Jesús, nos ofrece a todos los hombres la posibilidad de renacer con una nueva filiación divina más allá de los parentescos de la carne. Debemos, pues, vivir y profundizar este gran misterio. Ojalá aprovechemos esa oportunidad que el Señor nos da para comprender y vivir el infinito amor de la Familia Trinitaria, manifestado en la Sagrada Familia de Nazaret y renovado en la Familia de la Iglesia que nace de la unión de los Corazones de Jesús y de MarÃa.
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