Jesús renació al ser bautizado en el río Jordán

Dentro del calendario de la Iglesia Católica el ciclo de la Navidad se cierra con la fiesta del Bautismo de Jesús. La Iglesia quiere mostrar la relación profunda que hay entre la fiesta de la Navidad y el Bautismo de Jesús y que no siempre conocemos. Hoy nos causa sorpresa saber que Jesús cuando nació no fue bautizado, sino únicamente sometido a la circuncisión o corte del prepucio, tal como se hacía a todos los niños varones según la Ley de Moisés. Jesús recibió el bautismo teniendo ya unos treinta años. Tal como se narra en el "Protoevangelio de Santiago", documento importante en la Iglesia de los primeros siglos, aunque no plenamente reconocido, Jesús vivía en la casa familiar de Nazaret con su madre virginal María y su padre adoptivo José y otros parientes, hasta que éste murió.

Poco después María le comunicó a Jesús que Juan, hijo de su prima Isabel, estaba predicando e impartiendo un bautismo de penitencia en el río Jordán, Al mismo tiempo le sugirió a Jesús que él también debería ir para ser bautizado. Aunque Jesús, en un primer momento se resistió por no tener conciencia de pecado, luego reflexionó y cumplió la sugerencia de su madre. Marchó al río Jordán, donde estaba bautizando Juan, conocido por el sobrenombre del Bautista. Allí escuchó a Juan que predicaba a la gente que era necesario arrepentirse de los pecados para evitar el inminente castigo divino. Muchas personas acudían a él y le escuchaban con atención, pidiendo perdón públicamente por sus pecados. Luego Juan invitaba a cada uno de ellos a entrar con él en el río Jordán. Allí, agarrando al penitente por la cabeza, le sumergía de espaldas en las aguas, simbolizando así su muerte por ser pecador. Después de unos instantes lo sacaba para que pudiese respirar de nuevo.

Muchas personas de diversas clases sociales acudían al llamado de Juan y recibían el baño o bautismo del agua. Quedaban reconfortados con la confianza de que Dios les perdonaba sus pecados. Así evitaban el terrible castigo ante la inminente llegada del Mesías, el Ungido por Dios (Mt 3, 11-15). Sorprendentemente, Jesús, que no había cometido ningún pecado, quiso pasar por pecador, cargando con los pecados de la humanidad. Pidió a Juan ser sumergido en las aguas del río Jordán.

En un primer momento, Juan se negó a bautizar a Jesús, pero éste se lo ordenó con esta enigmática frase: "Conviene que cumplamos con toda justicia". Juan obedeció esa orden y sumergió a Jesús en las aguas del Jordán, sacándole al cabo de un rato. Al ser levantado, Jesús seguía orando. En ese momento el cielo se abrió y la Rúaj Santa (Espíritu Santo) descendió sobre él en forma visible, como una paloma. Al mismo tiempo una voz de lo alto se oyó: "Tú eres mi Hijo amado a quien he elegido" (Lc 3, 21-22). En ese acto gesto supremo de humildad y solidaridad, fue revelada la identidad, hasta ese momento oculta, de Jesús, como el Hijo de Dios, Padre y Madre. A partir de ese momento Jesús empezó también a predicar el bautismo de conversión.

Poco tiempo después, Jesús reveló al magistrado judío Nicodemo el gran misterio del bautismo al declararle: "Quien no renazca de agua y de Rúaj no puede entrar en el Reino de Dios". Torpemente Nicodemo entendió que era necesario entrar de nuevo en el seno de la madre para volver a nacer. Pero Jesús no se refería al nacimiento natural, sino al renacer sobrenatural de la Rúaj Divina, en el nuevo sacramento del bautismo, adquiriendo así filiación divina. Se trata de un misterio profundo que no se puede entender sin la iluminación de la misma Sabiduría Divina que sopla donde quiere y cómo quiere (Jn 3, 5-8).

Con su bautismo Jesús inició la revelación de su propia identidad divina como Hijo de Dios Padre y de la Rúaj Madre. Esta generación eterna de algún modo se reprodujo en la historia, cuando el Hijo de Dios se encarnó en el seno de la Virgen María por obra y gracia de la Familia Divina Trinitaria (Jn 1, 14). Este misterio inefable sólo puede ser comprendido gracias a la inspiración divina.

Jesús, muerto y resucitado, antes de volver a la casa del Padre, encargó a sus discípulos bautizar a los nuevos creyentes para incorporarlos como hijos de Dios a la comunidad de la Iglesia. En los primeros tiempos del cristianismo el bautismo se realizaba por inmersión en algún río y luego en una piscina en una iglesia, Más tarde luego se simplificó mediante el derramamiento del agua en la cabeza del nuevo creyente y bautizando también a los niños pequeños, acompañados por sus padres y padrinos. Pero hoy también en algunas iglesias y en las comunidades neocatecumenales se sigue practicando el rito de inmersión.

El bautismo, instituido por Jesús, nos ofrece a todos los hombres la posibilidad de renacer con una nueva filiación divina más allá de los parentescos de la carne. Debemos, pues, vivir y profundizar este gran misterio. Ojalá aprovechemos esa oportunidad que el Señor nos da para comprender y vivir el infinito amor de la Familia Trinitaria, manifestado en la Sagrada Familia de Nazaret y renovado en la Familia de la Iglesia que nace de la unión de los Corazones de Jesús y de María.