TenÃan las manos atadas, o esposadas, y sin embargo los dedos danzaban, volaban, dibujaban palabras. Los presos estaban encapuchados; pero inclinándose alcanzaban a ver algo, alguito, por abajo. Aunque hablar estaba prohibido, ellos conversaban con las manos.
Pinio Ungerfeld me enseñó el alfabeto de los dedos, que en prisión aprendió sin profesor:
-Algunos tenÃamos mala letra -me dijo-. Otros eran unos artistas de la caligrafÃa.
La dictadura uruguaya querÃa que cada uno fuera nada más que uno, que cada uno fuera nadie: en cárceles y cuarteles, y en todo el paÃs, la comunicación era delito.
Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea. Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada.
El miedo seca la boca, moja las manos y mutila. El miedo de saber nos condena a la ignorancia: el miedo de hacer nos condena a la impotencia. La dictadura militar, miedo de escuchar, miedo de decir, nos convirtió en sordomudos. Ahora la democracia tiene miedo de recordar. Enfermos de amnesia, repetimos la historia en lugar de cambiarla. El miedo, miedo de vivir, miedo de ser, miedo de perder, es el más jodido de los hijos numerosos de la muerte.
Eduardo Galeano.
Uruguay, 1940-2015.
Escritor y periodista.
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