Se intenta inveteradamente lo perfectible para estructurar la definición más veraz de Filosofía que pueda darse y suficientemente más consistente en contenido de lo que parece, pues a veces asume la fisonomía de no expresar casi nada; esta intención sería de carácter cronológico: la Filosofía es una ocupación a que el humano del Occidente se sintió impelido desde el siglo VI antes de Jesucristo y que con insondable continuidad ejercita en la actualidad.
Importante es insistir en el hecho inapelable que, para que la filosofía nazca es preciso que su existencia se dilucide en forma pura y la tradición se haya esfumado o volatilizado, que el humano haya dejado de creer en la fe de sus padres. Sólo así queda la persona libre o suelta, con la esencia de su ser al aire, desarraigada y no le queda otra alternativa que buscar por esfuerzo propio para adquirir seguridad, es decir, tierra firme donde hincarse, si esto no acaece no habrá filosofía.
Esto último no es una diversión o un placer sino una de las reacciones a que obliga al hecho irremediable que el humano creyente es pasto de la duda; personalmente como catedrático siempre aconsejo a mis estudiantes de pregrado y posgrado que duden constantemente sobre los conocimientos que se apropian en el aula; esa reacción los erigirá en notables investigadores y, un profesional investigador impenitente, será uno exitoso y dotado de innumerables recursos del saber hacer.
Cuando se marcha la fe flotamos en un mar de dudas y surge el desafío trascendental en la persona de investigar; esto significa que la tradición o la fe de los padres era el sustituto de los instintos desvanecidos; entonces se erige infranqueable la filosofía como un sustituto de la tradición rota.
No debe inferirse que la filosofía va contra la tradición, no hay tal, porque las tradiciones murieron o se debilitaron y no tuvo más remedio la filosofía que intentar, más bien que mal, sustituirlas. Ahora bien, la pérdida de la fe no conduce forzosamente a la filosofía. El humano puede no hallar un modo de sostenerse en el mar de dudas en que cayó y, en efecto, cayó hasta el fondo. El fondo es la desesperación. Existe una cultura de la desesperación constituida por lo que el humano hace cuando se estanca el ella.
La filosofía nacida de la desesperación, no se queda sin más estancada en ella; la filosofía cree haber encontrado en el terrible e impasible mar de dudas una vía; aquí precisamente nacen los métodos (odos, methodos), que se repiten recurrentemente en los primeros filósofos como Parménides o Heráclito. Lo cual afirma que la filosofía es también una fe y consiste en creer que el hombre posee una facultad: la razón; que le permite descubrir la auténtica realidad y acomodarse en ella.
La desesperación está siempre calificada por algo que se desespera y cuando la fe muere se produce una cierta forma de desesperación que conduce a otra forma de conocimiento. Igualmente hay una desesperación del conocimiento que suele conducir a una nueva época de fe. Cicerón expresó esta casi inextricable situación de él y sus afines colegas diciendo que "estamos poseídos por la desesperación de no poder conocer". La brecha que esta desesperación representaba le facilitó al cristianismo su entrada en la historia".
(*) Abogado, posgrados en Filosofía y Ciencia Política, Interculturalidad y Educación Superior, Alta Gerencia para abogados, Arbitraje y Conciliación, Derecho Aeronáutico, doctor honoris causa
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