Pronto se desarrollarÃa allà una vida aldeana, porque sus habitantes construyeron pequeños establos y cobertizos para ganado menor, dejaron a las gallinas escarbar en el lodo, y pronto transformaron la callejuela en una especie de alcantarilla.
Las condiciones sólo mejoraron en el siglo XIX cuando la callejuela fue adquiriendo poco a poco su aspecto actual. Presionados por la administración del castillo, los últimos moradores tuvieron que abandonar la callejuela en los años 50 de siglo XX.
A este pintoresco lugar se acercó Kafka a mediados de 1916 con su hermana, buscando un retiro donde poder escribir:
"En el verano fui una vez con Ottla a buscar habitación, ya no pensaba en la posibilidad de una calma real, no obstante fui a buscar.
Vimos algunos sitios en la Kleinseite, yo no dejaba de pensar en la posibilidad de encontrar algún viejo palacete, en un rincón, un agujero tranquilo, para poder estar a gusto y en paz.
Tan pequeña, tan sucia, tan inhabitable, con todos los defectos posibles. Pero ella insistió y cuando se marchó la gran familia que la habitaba, la hizo pintar, compró unos muebles de cañas (no conozco sillones más cómodos), y lo mantuvo, y lo sigue manteniendo, como un secreto frente al resto de la familia. (�)
TenÃa muchas deficiencias iniciales, no me da el tiempo para contar la evolución de las cosas. Hoy es el mejor lugar para mÃ.
En suma, el hermoso camino de subida, el silencio que allà reina. De uno de los vecinos sólo me separa una pared delgada, pero el vecino es bastante silencioso. Me subo la cena y suelo estar despierto hasta medianoche. Por otro lado está la ventaja del camino a casa, no tengo que pensar en ello, durante el camino tomo el aire que me refresca las ideas.
Y la vida allà es algo especial, implica tener casa propia, cerrar al mundo, no la puerta de cuarto, no la de a vivienda, sino la de toda la casa; salir por la puerta de entrada directamente a la nieve de la silenciosa callejuela.
Todo por veinte coronas al mes, mi hermana me suministraba todo lo necesario y la joven florista se ocupa de los detalles más pequeños. Asà todo está en orden y resulta precioso".
Es imposible imaginarse un lugar más adecuado para escribir: un cuartito de lago de más de quince metros cuadrados, con una ventanita que daba al Hirschgraben (El Foso de los Ciervos). Entre la puerta de la casa y la puerta del cuarto, un minúsculo vestÃbulo con el espacio justo para dos escaleras: una hacia el altillo y otra de piedra hacia la bodega.
Ottla lo preparaba todo para su hermano cuando este querÃa ir por la tarde a la callejuela, subÃa al mediodÃa, quitaba la ceniza de la estufa, la encendÃa y dejaba un tiempo abierta una ventana para orear, porque la estufa humeaba un poco cada vez que se encendÃa. El fuego no siempre se mantenÃa:
Rara vez venÃan amigos a visitarlos, aunque en alguna ocasión se acercó por allà Oscar Baum o, en febrero de 1917, Max Brod, quien luego anotó en su diario:
"Donde Kafka en la Alchymistengasse. Lee bien en voz alta. La celda monacal de un verdadero poeta."
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