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Domingo 30 de diciembre de 2018

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Cultural El Duende

La casita de la callejuela del Oro

30 dic 2018

Por Harald Salfellner

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El lugar de Praga relacionado con Kafka más conocido es sin duda la casita de la callejuela del Oro nº 22 en el Castillo de Praga. Esta callejuela, sin salida en sus extremos también llamada de los Alquimistas de los Orfebres, se trazó a finales del siglo XVI. En 1594, el Emperador Rodolfo II autorizó a veinticuatro "arcabuceros de las puertas del Castillo de Praga", asentarse en los nichos del muro norte de la fortificación.

Pronto se desarrollaría allí una vida aldeana, porque sus habitantes construyeron pequeños establos y cobertizos para ganado menor, dejaron a las gallinas escarbar en el lodo, y pronto transformaron la callejuela en una especie de alcantarilla.

Las condiciones sólo mejoraron en el siglo XIX cuando la callejuela fue adquiriendo poco a poco su aspecto actual. Presionados por la administración del castillo, los últimos moradores tuvieron que abandonar la callejuela en los años 50 de siglo XX.

A este pintoresco lugar se acercó Kafka a mediados de 1916 con su hermana, buscando un retiro donde poder escribir:

"En el verano fui una vez con Ottla a buscar habitación, ya no pensaba en la posibilidad de una calma real, no obstante fui a buscar.

Vimos algunos sitios en la Kleinseite, yo no dejaba de pensar en la posibilidad de encontrar algún viejo palacete, en un rincón, un agujero tranquilo, para poder estar a gusto y en paz.

Nada, realmente no encontramos nada. Casi de broma, preguntamos en la callejuela. Sí, habría una casita para alquilar en noviembre. Ottla, que también a su manera busca la tranquilidad, se enamoró de la idea de alquilar la casa. Con mi debilidad congénita, le aconsejé que no lo hiciera. Casi no pensé en que yo también podría quedarme allí.

Tan pequeña, tan sucia, tan inhabitable, con todos los defectos posibles. Pero ella insistió y cuando se marchó la gran familia que la habitaba, la hizo pintar, compró unos muebles de cañas (no conozco sillones más cómodos), y lo mantuvo, y lo sigue manteniendo, como un secreto frente al resto de la familia. (�)

Tenía muchas deficiencias iniciales, no me da el tiempo para contar la evolución de las cosas. Hoy es el mejor lugar para mí.

En suma, el hermoso camino de subida, el silencio que allí reina. De uno de los vecinos sólo me separa una pared delgada, pero el vecino es bastante silencioso. Me subo la cena y suelo estar despierto hasta medianoche. Por otro lado está la ventaja del camino a casa, no tengo que pensar en ello, durante el camino tomo el aire que me refresca las ideas.

Y la vida allí es algo especial, implica tener casa propia, cerrar al mundo, no la puerta de cuarto, no la de a vivienda, sino la de toda la casa; salir por la puerta de entrada directamente a la nieve de la silenciosa callejuela.

Todo por veinte coronas al mes, mi hermana me suministraba todo lo necesario y la joven florista se ocupa de los detalles más pequeños. Así todo está en orden y resulta precioso".

Es imposible imaginarse un lugar más adecuado para escribir: un cuartito de lago de más de quince metros cuadrados, con una ventanita que daba al Hirschgraben (El Foso de los Ciervos). Entre la puerta de la casa y la puerta del cuarto, un minúsculo vestíbulo con el espacio justo para dos escaleras: una hacia el altillo y otra de piedra hacia la bodega.

La administración del castillo había instalado allí abajo, en los años cincuenta, una muestra que representaba un laboratorio de alquimistas, con un fogón, pipetas, matraces de vidrio y objetos por el estilo, después de que su dueña anterior, Anezka Michlová, lavandera y asistente de cocina del Palais Lobkowicz, se viera obligada a vender aquel pequeño inmueble que por entonces ya tenía bastante valor.

Originalmente sólo le pertenecía la casita nº 20, pero cuando durante la guerra mundial se casó con un tal Bohumil Michl, también entró en posesión de la casita nº 20, que fue la que alquiló a Ottla. El matrimonio Michl vivió desde mayo de 1917 en la casita Nº 20, siendo pues los vecinos directos de Kafka.

Todavía hoy se siente frío en la casita, a pesar de la electricidad y los radiadores eléctricos que luchan contra las corrientes de aire invernales. Cuánto más incómodo tuvo que ser durante el invierno de 1916-1917, durante la guerra, cuando escaseaba combustible mirando hacia afuera, hacia el Hirschgraben.

Ottla lo preparaba todo para su hermano cuando este quería ir por la tarde a la callejuela, subía al mediodía, quitaba la ceniza de la estufa, la encendía y dejaba un tiempo abierta una ventana para orear, porque la estufa humeaba un poco cada vez que se encendía. El fuego no siempre se mantenía:

"Después de que te fueras, sopló un fuerte viento en el Hirschgraben, quizás casual, quizás intencionada.

Ayer me quedé dormido en el Palais, cuando subí a la casita, el fuego ya estaba apagado y hacía mucho frío.

Ajá, pensé, la primera tarde sin ella y ya estoy perdido. Pero luego usé todos los periódicos y también manuscritos hasta que después de un tiempo conseguí hacer un buen fuego. Cuando hoy se lo conté a Ruzenka, dijo que mi error fue no cortar astillas de madera, pues sólo así se consigue hacer fuego con rapidez.

A eso yo, con mala intención, le repliqué: ´Pero si allí no hay cuchillos´. Ella, inocente, me respondió: ´Yo siempre uso el cuchillo del plato´. Por eso está tan sucio y está tan mellado, pero que sí hay que hacer astillas, al menos eso ya lo ha prendido."

Kafka solía pasar las horas del anochecer en la minúscula casita, después de haber hecho los trabajos de la jornada y de haber cenado. Pero no podía quedarse por la noche en aquel pequeño cuarto pobremente equipado.

Generalmente se iba en las primeras horas de la madrugada o hacia "medianoche bajando a la ciudad por la vieja escalinata del castillo", para llegar a su casa de la calle Larga, cruzando el aún entonces nuevo puente del Archiduque Franz Ferdinand (después de 1918, Mánesbruke) y la calle de las Carpas.

Rara vez venían amigos a visitarlos, aunque en alguna ocasión se acercó por allí Oscar Baum o, en febrero de 1917, Max Brod, quien luego anotó en su diario:

"Donde Kafka en la Alchymistengasse. Lee bien en voz alta. La celda monacal de un verdadero poeta."

En la solitaria Tusculum de Kafka casi reinaba el silencio, sólo se oía el cantar de los pájaros en el Hirschagraben. En aquellos días también está interrumpido casi todo el contacto con Felice. Kafka vivía en la casita completamente aislado del mundo.

Harald Salfellner.

De: "Franz Kafka y Praga" 2007

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