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Domingo 30 de diciembre de 2018

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Cultural El Duende

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30 dic 2018

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A don Anselmo su mujer le llama Elmi. Anselmo le sonaba a nombre pasado de moda, a ungüento y, más de una vez, le dijo:

-Elmi, qué pena que no te hubieran puesto al nacer Luis Anselmo a algo así. Es más moderno, suena mejor�

A don Anselmo hacía ya décadas que su mujer le parecía una cosita con muslos de pollo y pelo escarolado muy de peluquería y, como le ocurría con la escarola, notaba siempre en ella algo ligeramente amargo. Cuando la conoció, se llamaba Candelaria.

A Candela, Elmi le parecía un oso de su propiedad, porque tenía panza y ella, algunas noches, se la acariciaba para demostrar que no le tenía miedo, aunque le hubiera encantado que el oso Elmi la hubiera sorprendido de pronto con un buen zarpazo o un mordisco y la dejara manca.

Don Anselmo había sido un joven estudioso y algo ingenuo al que muchas páginas de muchos libros le impelían a un paroxismo de entusiasmo comunicativo que él transmitió luego a algunos jóvenes que aprendieron con él, pero nunca a su mujer, a la que él llamaba, para sus adentros, el papel secante.

A Candela le parecía que era perder el tiempo y no le daba ni frío ni calor saber que el galgo de la vecina, que había nacido en Madrid, fuera de origen francés y se hubiera llamado en tiempos canis gallicus o que, sin muchos siglos de Historia, nunca hubiera heredado palabras -voces o vocablos los llamaba Elmi- que usaba casi todos los días, como trapo, escalón, drama, alcoba o tomate.

Don Anselmo se pasaba horas trabajando en su cuarto, sin acordarse, a veces, de aflojarse la chalina o desembarazarse del chaleco o la americana. Disfrutaba así, y desde hacía unos días, le venía fastidiando la cercanía de su cumpleaños, que Candela se empeñaba siempre en celebrar con la idea interesada y errónea de divertirse. En fin, pasaría por eso, por el día perdido, la tarta y sus velas, las sandeces de los parientes de turno, los regalos innecesarios, las sonrisas nadie sabía por qué y las copas de champán berreadas con la majadería del "cumpleaños feliz". �l sabía que la felicidad, si existía, era otra cosa, y no ese gatuperio de una fiesta insincera y traducida, más que vernácula.

Miró a su alrededor y vio sus papeles sobre una butaca, en la mesa, en carpetas, en orden y en desorden; sus archivadores con documentos y cartas, sus libros en anaqueles o en el suelo formando torres de Babel. Iba a cumplir sesenta y ocho años y, cuando se fuera de este mundo, Candela llamaría a alguno de sus viejos discípulos, el más galán o el menos inteligente, para que diera sentido a todo lo que encerraba ese cuarto o vendería los libros a un librero anticuario o de viejo y el papel lo iría tirando al cubo de la basura o lo vendería al peso.

Sintió una oleada de calor y, por un momento, su corpachón desfondado respiró con cierta dificultad. "Disnea", se dijo, y añadió: "del griego dyspnoia", y sonrió.

Oyó la llave en la puerta del piso. Candela volvía de hacer compras, del cine, de la peluquería, de ver a una amiga o de ver a un amante real o imaginario. Daba igual. La llamó. Bajo los lentes empañados le brillaban los ojos.

-Siéntate -le dijo.

Ella se sentó:

-¿Es que estás pensando en algo para tu cumpleaños?

-No.

Hubo un silencio y él esbozó una sonrisa:

-Imagínate que estoy muerto�

-¿Y a qué viene eso? ¿Te has vuelto loco?

-No. Esas cosas pasan, ¿o no pasan�? Imagínatelo.

-Bueno, de acuerdo� Estás muerto.

-Ahora yo me aparezco y te digoÂ?

-¿Después de muerto? ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Aquí, en tu despacho�? ¡Uf!

-Sí� Me aparezco y te digo: Petra, ¿me amas?

-Y yo, ni contestarte, porque ese no es mi nombre y no sé quién es Petra�

-Lo sé�, pero contéstame, por favor, ¿te cuesta tanto hacerlo�?

-Ah, vamos� ¡Se trata de un juego!

-Algo así� Petra, ¿me amas?

-Sí, Elmi, sí� Te amo� Te quiero mucho�

Don Anselmo hizo un ademán y señaló sus libros, sus papeles.

-Pues apacienta mis corderosÂ?

-¡Válgame Dios! Ahora hay corderos en casa�

Don Anselmo insistió:

-Petra, ¿me amas?

-¿Otra vez? ¿No te he dicho que sí, que te amo? ¿Qué más quieres?

Don Anselmo extendió un brazo, abarcó con un gesto lo que le rodeaba en el cuarto y dijo:

-Cuida de mis ovejasÂ?

A Candela le temblaron los labios:

-¿A dónde vas a parar? ¡Dilo ya de una vez! ¡Llámame ignorante! ¡Llámame rústica! ¡Llámame paleta! ¡Anda�! ¿Es eso�?

Tenía lágrimas en los ojos y, bruscamente, se levantó y salió del cuarto dando un portazo.

Don Anselmo suspiró y se quedó allí mucho tiempo sin saber qué hacer, pensativo, como si no encontrara la última palabra de un crucigrama.

Medardo Fraile. España, 1925-2013.

Dramaturgo, narrador y crítico literario.

De: "En Madrid también se vive en Oruro", 2007.

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