Viernes 28 de diciembre de 2018

ver hoy











































Constituye una verdad infranqueable que nosotros como individuos encontramos a la filosofía en la sociedad, es decir, como uso público o institución; por tanto libre de individuos determinados.
Se comprende mejor lo anterior cuando nos situamos o imaginamos la eventualidad que no existiese, en el momento de leer esta columna, ningún auténtico filósofo y por decantación ninguna auténtica filosofía; ésta seguiría siendo, en este preciso momento, una realidad social: las cátedras existirían, los libros de sedicente filosofía se venderían, entendida como un título o nombre del que carece en realidad, y no se interrumpiría esa evolución.
Ello es característica de toda vigencia social que son los usos, las costumbres que se transforman en leyes etc., así se actúa con independencia de todo individuo determinado y mejora nuestro entendimiento observar que el hecho social consiste en lo que hacemos simplemente porque se hace.
Naturalmente sentimos la presión impersonal de la colectividad en derredor nuestro que nos impele o fuerza, indistintamente con fuerza física o con moral coacción a ejecutar ciertos actos y, lo más llamativo, es que no identificamos un nexo racional entre lo que hacemos y el porqué; ejemplificando: el profesor de filosofía no posee a lo mejor nada de auténtico filósofo pues enseña filosofía para sobrevivir económicamente o, muy posible, para sobresalir socialmente; el estudiante, estudia filosofía porque no le queda alternativa o remedio.