Los que saben de fútbol aconsejan no cantar victoria antes de que termine el partido. El segundo tiempo te resultó bastante bueno; porque fue famélico el rival que encontraste en la cancha. Pero no siempre se gana porque uno es superior; a veces sucede que el otro es débil, y por eso fue fácil derrotarlo. Con audacia y astucia avanzaste mucho; sin embargo, la última batalla, la de las urnas, recién viene. Como en la víspera del 21F, sueñas con adjudicarte el 70% de los votos, pese a que el yatiri que te vaticina los triunfos no es confiable.
Ese pueblo al que tanto nombras en tus discursos, hace rato que te volcó la espalda. Teniendo tanta cosa en contra, no se puede ganar todas las veces; el soberano también sabe enojarse. Era mejor vencer la calle saliendo por la puerta grande y no por otra menos digna. Además, todo se gasta y se acaba en la vida; los dictadores, también. ¿Cómo no se han de acabar los favorecidos por la diosa fortuna? La historia ilustra el caso con varios ejemplos.
Tampoco es bueno cargarse de tanta ventaja ni suponer que todos son unos idiotas. Les faltará acaso valor como observó la embajadora yanqui, pero les sobra la inteligencia pasiva, la del que mira de palco las cosas. Y cuando se encrespa esa agua mansa, su fuerza es terrible. No necesitas más que ordenar y la Asamblea funciona. La ley será la ley, pero la norma ética también cuenta. Dijiste que si perdías te irías a tu chaco. No se miente así nomás al soberano; algún día te pasará la factura.
Siempre impresionan mal los botarates. La plata que gastas con tanta largueza no es tuya; es del pueblo al que tanto invocas al hablar. Mientras ese pueblo llora en las calles su pobreza o gime de impotencia por no encontrar quien mitigue sus dolencias, tú te ufanas de orlar con elefantes blancos tu camino. Podías haberte ido tranquilo como pensabas, pero te anubla la visión la gente que de ti vive, la que te muestra una realidad disfrazada de apariencias. ¡Qué caro se paga después esa adulación interesada!
La democracia te catapultó al poder, pero te mareaste ahí arriba. Del campesino cocalero ya sólo queda el recuerdo. Dispones de la plata del Estado a tu arbitrio; te sientes rico y poderoso. A veces, eres insensible y cruel con quienes no son de tu lado. Pero el día que dejes de ser lo que eres, sabrás cuán efímero es el tiempo de la soberbia. Los que hoy se inclinan desde la vereda del frente para saludarte, pasarán por tu lado un día sin reconocerte.
El país quiere vivir en democracia. Por hoy está desorganizada pero no vencida. Con la trampa de las primarias lograste una meta intermedia; la última y definitiva aún está por verse. Entre tanto, a más andar, la gran apuesta de las urnas se aproxima. Como respuesta a tu desafío, al electorado nacional también le tocará jugar el "segundo tiempo", y obviamente no será para perder.
(*) Escritor, miembro del PEN Bolivia
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