En un post de las redes sociales leí lo siguiente: "El árbol, es un adorno. La cena, una costumbre. Santa Claus, es una leyenda. Cristo, es la razón de la Navidad. Así es, pero no es el nacimiento en sí lo que se debe recordar, sino para qué ocurrió ese acontecimiento, cuál es la verdadera trascendencia de ello.
Y pues, Dios amó tanto a la Humanidad que entregó a su único hijo, lo hizo hombre para que con su ejemplo aprendiéramos el más grande mandamiento que existe, el Amor, y con ese ejemplo del Cristo crucificado nos mostró que no existe amor más grande que el de aquel que es capaz de dar su vida misma por el bien de su prójimo.
Sobre el significado de la Navidad se ha conjeturado bastante y ante la arremetida comercial de los regalos y de la obligación que sentía cada persona de conseguir algo decente para toda la familia, parientes y amigos, se llegó a la conclusión que la Navidad no es una fiesta de regalos y cosas materiales, si no que es una fiesta de niños, ya que se hacía énfasis en el nacimiento del Niño Jesús, entonces proliferaron las chocolatadas en las que se entregan juguetes a los niños desfavorecidos para lograr "una sonrisa".
Pero ese tampoco es el verdadero significado de la Navidad. Entonces a alguien se le iluminó y pensó, "ah, pues es una fiesta para compartir en familia", pero de nada sirve que se reúna la familia en un domicilio o en un local, si al encuentro lleva todos sus odios y rencores.
Dice la Biblia que cuando uno va al altar a entregar su ofrenda a Dios debe despojarse de todo odio y rencor, y no solo eso, sino que también debe ir y disculparse con su prójimo, es decir, con cuanta persona crea haber ofendido. Luego recién la persona podrá volver al altar y entregar su ofrenda, porque de lo contrario no tendría ningún valor.
Es por eso que para reunirnos en Navidad, con nuestros seres amados, amigos, parientes, debemos dejar de lado los rencores, saber perdonar de corazón y no de dientes para afuera solamente, además de pedir perdón por las ofensas que podríamos haber infligido contra nuestros semejantes.
Y por último, debemos contemplar el máximo mandamiento de Dios, "amar", "amarnos unos a otros como a nosotros mismos", amar inclusive a nuestros enemigos. Y no olvidemos que no existe prueba más grande de amor, que el solazarse en dar la vida por los demás.
Ese, es el verdadero sentido de la Navidad. Está bien que la adornemos con árboles, pesebres, tarjetas, mensajes y regalitos, chocolatadas y juguetes, pero no olvidemos para nada el verdadero espíritu de esta fiesta, perdonemos y pidamos perdón, amemos de forma incondicional y sirvamos a nuestros semejantes, porque otra forma de mostrar el amor divino que Dios nos enseñó es a través del servicio, de gastar la vida por el otro, de dar la vida por los seres a quienes amamos. Por supuesto sin olvidar el amor a nosotros mismos, que de ahí se parte para amar a nuestro prójimo.
(*) Periodista
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