Siempre suelo ufanarme en la intimidad, de ser una persona que siempre ha esquivado a las drogas y ha tenido la fortuna de no haberlas probado y mucho menos, necesitar hacerlo. Sin embargo, justamente en esa reflexión personal, soy consciente de que no todo es mi hechura, sino que, para llegar a los 50 años sin haber entrado en contacto con los estupefacientes, muchos factores jugaron a mi favor.
Lo primero, y creo lo básico, fue no haberlas buscado nunca, lo segundo, que en todos los círculos de amigos de mi pubertad y adolescencia, absolutamente ninguno las buscaba tampoco, nuestra peor travesura fue aprender a fumar con una cajetilla de Big Ben hasta vomitar.
Lo tercero fue que la sola idea de cruzarme con algo tan prohibido y nocivo al instante me recordaba a mi madre, a sus consejos, a su cuidado, a su ternura y paciencia para enseñarme lo que era bueno y lo que era malo, y especialmente, la tormenta perfecta que podía desatar, si es que valientemente me atrevía a desobedecer sus órdenes.
Mi madre no tuvo tiempo para dedicarse exclusivamente a mí, tenía que estudiar, trabajar, lucharla y de paso, tratar de vivir alguna vez, pero pese a semejante agenda, sin necesidad de celulares, gps, ni los artilugios modernos que hoy lo tienen y hacen todo, ella sabía perfectamente lo que hacía, con quién y donde estaba, y mi hora de llegada a casa era más puntual que la hora del té en Buckingham, así de simple.
Mi madre sabía quienes eran mis amigos y a qué se dedicaban, los conocía a sus padres y a qué se dedicaban ellos, conocía la vida y milagros de mis líderes scouts y de cualquier adullto con el que yo tuviera alguna clase de relación, y sobre todo, me conocía a mí.
No fui un monje budista, disfruté durante mis años juveniles de tres o cuatro grupos de amigos fabulosos y con ellos también aprendí a divertirme al calor del alcohol clandestino de las plazas y recovecos de mi ciudad, pero como sus padres eran iguales o peores que mi madre, teníamos límites claros y los cumplíamos, y nos cuidábamos y si a alguno se le iba la mano, jamás lo abandonábamos, esperábamos que recupere para poder llegar bien al hogar, en resumen, entre amigos, era donde más seguros estábamos.
Al estar en un colegio de varones, mis experiencias en fiestas y algo más con chicas, fueron mucho después y, el cuidado y respeto eran iguales o incluso superiores y jamás excedimos de alguna travesura juvenil, de juegos de botellas y cosas por el estilo, y es que por donde me tocó deambular, el respeto y buenas costumbres en mi entorno social era el común denominador.
Pero no todo era color de rosa, muchas veces cuando todo sale bien, uno se descuida, suelta los detalles y comete el tan evitado error. Llegó la oportunidad en la que bebí más de la cuenta, y no hubo forma de recuperarme lo suficiente como para que mi mamá no se dé cuenta.
Mi madre, sabía como era, no hizo nada, solo preguntó algunas cosas, me hizo acostar y me dijo que hablaríamos al día siguiente. A las seis de la mañana, me hizo despertar con un baldazo de agua fría, me dijo báñese, vístase y agarre esa maleta, como yo no lo pude educar y usted sobrepasó mi autoridad, ahora me va a ayudar un sargento, lo voy a entregar al cuartel y lo espero de vuelta dentro de un año. Ahora va a aprender el valor de las cosas.
La experiencia fue traumática de verdad, lo que hizo el resto de la familia por salvarme de semejante castigo es de antología y, la férrea y casi insensible postura de mi madre ante los ruegos de todos fue algo que se me quedó grabado para siempre. En ese instante no podía comprender cómo una madre podía mostrarse tan desamorada por su hijo y no ablandarse ni un poco.
Cuando todo terminó, entendí la dimensión de mi error y que los grandes pecados se pagan con grandes penitencias, recién pude entender a mi madre y a su manera de corregirme, supe también que por dentro, su corazón estaba destrozado, pero primero estaba su misión como madre de hacerme una persona de bien y que no iba a escatimar en los recursos hasta conseguirlo, y hasta el día de hoy, le bendigo esa inmensa dulzura y esa tenaz dureza con que me formó.
Perdone usted que hable tanto de mi madre, que al final no fue ni la mejor ni la peor del mundo, fue solamente una madre que hizo lo que tenía que hacer, nada más, algo tan diferente a los padres de los cinco muchachos que cometieron semejante barbaridad y que hoy ven sus vidas destruidas antes de siquiera empezar a vivirlas.
Con la cabeza un poco más fría, después de digerir las primeras noticias y los espantosos relatos de lo acontecido, uno va cogiendo las piezas para armar un rompecabezas y poder entender la realidad, sin odios emergentes, sin apuntar los dardos a un solo lado y sin querer lincharlos sin darles el derecho a la defensa.
Lo que hicieron estos cinco mozalbetes, que probablemente aún no sepan ni sonarse la nariz, es un hecho aberrante, sin perdón y probablemente, las pericias reconstructivas nos den luego más luces de lo que pasó dentro de la pieza de aquel motel, yo no puedo hablar nada y no es mi intención especular, pero en lo que deseo afianzar mi análisis es en lo que les llevó esa noche a hacer semejante barbaridad e identificar a los verdaderos responsables.
Cinco muchachos y una señorita comparten bebidas en una discoteca, uno de ellos tiene 14 años, lo que ya es mucho. Los muchachos se prenden sus porros en la disco, y como el olor es inconfundible los sacan del boliche. Para seguir farra más tranquilos, no tuvieron mejor idea que irse a un motel para poder "seguir drogándose".
Como terminó el asunto ya es por demás conocido, pero un detalle que no es menor, es que en el cuerpo de la muchacha se halaron los restos de 6 drogas prohibidas diferentes, cuatro de ellas, altamente adictivas y muy peligrosas si son mezcladas entre sí.
Lo que se sabe hasta ahora es que consumieron cocaína, marihuana, metanfetamina y éxtasis en una versión muy peligrosa, además. Y uno se pone a analizar lo siguiente, un muchacho de 18 años que cuando sale de fiesta, carga consigo semejante cantidad de narcóticos, para ponerse en las nubes, es alguien que mínimamente, las lleva probando más de un año.
Los chicos son muy capos a la hora de ocultar sus vicios, pueden esconder su anorexia, su afición por el cutting, y lógicamente sus borracheras o un consumo esporádico de drogas. Pero si un muchacho de 16 o 17 años logra esconder su adicción de más de un año a por lo menos 4 tipos de droga, no es que sea muy bueno para ello, lo que pasa es que definitivamente no tiene padres y si los tiene, estos no ejercen.
Si lo saben (como da a entender la furibunda mamá que salió a dar la cara por su hijo) y encima, el viernes les dan plata (ninguno de ellos trabaja ni puede por sus medios comprar semejante dotación y tantas horas de motel) y encima le prestan el "carrazo de papá" con vidrios polarizados y todo, esos padres, si tuvieran una gota de dignidad, por un acto de nobleza, ante Dios, ante la sociedad y ante sus propios hijos a los que ellos les fallaron, deberían ir a cumplir la culpa con sus hijos, porque aunque no son los directos responsables del delito, claramente lo promovieron, lo consintieron y encima de todo, lo financiaron.
Los padres no están de adorno, hoy en día pareciera que quien está al mando de todo es el hijo y, como los padres ya lo les pueden gritar, ni corregir, mucho menos levantarles la mano, los críos toman el poder y hacen lo que les da la gana. Los valores se han invertido de tal manera que ahora ellos dicen y hacen lo que quieren y hay de quien ose mirarlos feo.
Ojalá las cosas vuelvan de nuevo al redil y tanto padres como hijos retomen su debido lugar en la familia y las responsabilidades sean debidamente asumidas.
(*) Paceño, stronguista y liberal
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