Las tres campanas retornaron este sábado a la Iglesia de San Lorenzo, fundada por los españoles en 1859, en esa pequeña ciudad de la isla de Samar, en el Este de Filipinas.
"El regreso de las campanas no sólo devuelve la gloria a la gente de Balangiga, sino que contribuye a la restauración de nuestra dignidad como filipinos", subrayó el presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte.
Tras besarlas, el mandatario fue el primero en hacer sonar las campanas, un repicar seguido de la fuerte ovación de los miles de filipinos que siguieron el acto solemne de entrega en esta localidad de14.000 habitantes.
Duterte exigió la devolución de las campanas en un contundente discurso del estado de la nación el año pasado e incluso llegó a condicionarlo a una posible visita oficial a Washington, una puerta que ahora queda abierta.
La entrega de las campanas ha sido interpretada por muchos analistas como un intento de limar asperezas por parte de EE.UU. con la Administración de Duterte, que ha mantenido una postura dura con su socio tradicional y ha elegido a China como su gran aliado.
Las campanas, que tocaron suelo filipino el pasado martes en la base área de Villamor de Manila, son fuente del orgullo nacional y el patriotismo por ser una muestra de la resistencia popular frente a la ocupación estadounidense en la guerra que libraron entre 1899 y 1902 tras la caÃda de la colonia española.
"Hoy rememoramos nuestro pasado para mirar al futuro y cumplir con nuestra responsabilidad con las próximas generaciones de mantener el respeto entre nuestros pueblos", subrayó durante el acto Joe Felter, subsecretario de Defensa de EE.UU.
Para EE.UU., "Filipinas es y será amigo y aliado con el que afrontar, hombro con hombro, los desafÃos de un futuro incierto", indicó Felter, que leyó un mensaje del secretario de Defensa, Jim Mattis.
Los estadounidenses respondieron masacrando y prendiendo fuego a la aldea, matando a todos los filipinos mayores de diez años, además de llevarse las campanas, en un amargo capÃtulo de la historia de Filipinas bautizado como "la jungla de alaridos".
"Es un acontecimiento para toda la ciudad. Todos hemos crecido escuchado lo que pasó en 1901, que afectó a nuestros antepasados" contó a Efe Christopher Zamora, un fotógrafo de 43 años cuyos tatarabuelos figuran en la lista de vÃctimas de la masacre.
Zamora contó que cuando las campanas llegaron a Balangiga la gente se congregó espontáneamente en la plaza de la iglesia, "felices de tenerlas aquà y muchos llorando de emoción".
"Era una deuda pendiente desde hace tiempo. Las campanas pertenecen a la iglesia de Balangiga", indicó a Efe Dennis Wright, un marÃn estadounidense retirado que desarrolló gran parte de su carrera militar en Filipinas, donde se casó y formó su familia.
Wright, hoy presidente de la Cámara de Comercio de EE.UU. en la región de Luzón Central, trabajó tras bambalinas durante años para lograr el regreso de las emblemáticas campanas a Filipinas, junto con otros dos veteranos de la Marina, Brian Brezzel y Dan McKinson.
"Las tropas de EE.UU. confiscaban las campanas de las iglesias durante la guerra porque los filipinos las utilizaban para fabricar armas", explicó Wright, que reconoce que deberÃan haberse entregado en 1902, cuando terminó la guerra estadounidense-filipina.
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