Durante su estadÃa en Bolivia en 1918 el poeta, escritor y periodista peruano Federico More Barrionuevo (1889-1995) publicó "Gregorio Reynolds y Leónidas Yerovi", obra de homenaje a dos vates, uno boliviano y otro compatriota suyo.
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Gregorio Reynolds
No es olvidable aquella fiesta. Si ritos tuviera el arte, fuera religiosa esa celebración de belleza. Todo lo hicimos nosotros. Mientras el uno vendÃa boletos, el otro distribuÃa las localidades.
¡Y aquella bohemia! El padre de Capriles habÃa sido Presidente de la República. El abuelo y el bisabuelo de Guerra, representaban el ápice del progreso republicano de Bolivia. Muñoz Ondarza refundÃa en su prosapia una serie de cepas vascongadas. Reynolds era descendiente de aquel gran pintor de caras bonitas. Y yoÂ?
El que está en tierra extranjera siempre es plebeyo. Y asà fue aquella fiesta. Conjunción extraordinaria de almas que despidieron su mayor cantidad de luz. Y al fin el público. Ahà no faltaba nada. Se notaba en los ojos el deseo de aplaudir. Se veÃa en los gestos una vasta alegrÃa nupcial.
Esa fue la hora en que los solteros anhelaron el noviazgo y los casados añoraban el tiempo de los requiebros palpitantes de fantasÃa.
Cuando pensábamos en la novia del Poeta, en la novia de Gregorio tarambana, despertábasenos una gratitud enorme hacia la mujer que habÃa querido con tan lÃrica ternura a uno de los nuestros, a un mideversos, como nos llaman los midecintas.
"Honrar la PoesÃa, alabando a una Poeta, es enaltecernos a nosotros mismos"
Con estas palabras empezó Alcides Arguedas, uno de los maestros de la juventud hispanoamericana, su excelente discurso de orden. ¡Y cuán enaltecidos nos sentÃamos! En el público pasaba lo mismo.
Heráldica repentina surgió en los corazones, y en aquel momento de solemnidad llena de gloria, el sistema nervioso más humilde se juraba prosesor de cuarenta cuarteles de nobleza.
Lima necesitó que el desdichado Leónidas muriera "por mano de extranjero y de malvado", que dijo Luis Fernán Cisneros, para entregarle la suma de gloria que le correspondÃa desde el momento en que su numen abrió las alas.
La Paz ungió a su Poeta ante la sensación de un amor apolÃneo.
Y nos consta que la novia de Gregorio Reynolds, por ser su novia, ya es laurel.
Jamás poeta vivo ha recibido de su pueblo tantas y tan claras glorias. Jamás los treinta y cinco años de un aeda se han sumergido en tan dulce pozo de gloria y amor. Como la verdad está oculta y desnuda en el fondo de una cisterna superior a la persistencia de las edades, los poetas solos tienen el privilegio de entrar a esa profundidad que guarda iluminaciones definitivas, y extraen de ella la parte que, por legados del Olimpo, les corresponde en verdad y desnudez clarividente.
Este Reynolds es un amoroso de su tierra, un nacionalista sentimental empedernido. Y su tierra que si no lo sabe lo adivina, porque para eso es madre, le dio su beso de salutación. Ese beso que es el óleo de la mayor edad. Aquella noche, Reynolds cumplió los veintiún años lÃricos.
Leyendo los versos de nuestro bardo, podrÃase creer que ha recorrido los treinta y dos ámbitos del planeta y que, acaso, alguna vez se escapó hacia mundos colocados fuera del radio que nuestra astronomÃa sin astros quiere calcular.
No dirÃan verdades quienes tal dijesen. Fuera de Charcas, la heroica ciudad de Sucre, la sabia villa de Chuquisaca, los pies humanos de Reynolds no han ido sino a La Paz. BÃpedamente considerado, Gregorio concluye en el Illimani. Parece poco.
Sin embargo, los que conocen el Illimani, convendrán conmigo en que es difÃcil ir más allá. OrografÃa aparte, el Illimani es el horizonte.
Y parece que un poeta no debe ir más allá del horizonte.
Pero es el caso que en Reynolds persiste el recuerdo sentimental, inteligente y productivo de su Chuquisaca maternal. De allà le viene la hidalguÃa y la frescura. No fuera Reynolds todo lo Caballero de la Triste Figura que es, si Sucre le negara su influencia plena de caballerosidades filtradas.
No convirtiera su pluma en lanza, o en adarga a las veces, si la influencia inacabable de la Universidad de los Charcas le escatimara su selecto sentido de belleza y de sabidurÃa.
Y es que las razas no pueden las unas con las otras.
Y tan sólo a los portaliras les está concedido sintetizarlas en comprimido eficaz y brillante.
Y asà Reynolds.
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