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Domingo 16 de diciembre de 2018

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Cultural El Duende

Herencias de la literatura boliviana

Un poeta no debe ir más allá del horizonte

16 dic 2018

Durante su estadía en Bolivia en 1918 el poeta, escritor y periodista peruano Federico More Barrionuevo (1889-1995) publicó "Gregorio Reynolds y Leónidas Yerovi", obra de homenaje a dos vates, uno boliviano y otro compatriota suyo.

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Gregorio Reynolds

No es olvidable aquella fiesta. Si ritos tuviera el arte, fuera religiosa esa celebración de belleza. Todo lo hicimos nosotros. Mientras el uno vendía boletos, el otro distribuía las localidades.

Jamás olvidaré a Néstor Muñoz Ondarza, polígrafo de varios siglos, que agitaba su silueta antigua y ulteriormente moderna mientras dirigía la colocación de asientos, la parte escenográfica, la marcha de la batuta en la orquesta, el acento rítmico en la declamación de algunos versos de Gregorio y el rumbo estético del cuestionario que yo llevaba para la conferencia oral.

Y jamás olvidaré a Arturo Borda, pintor genio, entrometido a sorprendentes negocios bursátiles, en los cuales perdió dinero que jamás poseyera. Mientras contemplaba con ojos enternecidos la pintura del decorado, empeñábase en no dar su brazo a torcer, jurando que aquellas locuras de arte son bagatelas si se las compara con una jugada sobre un punto en ganancia. Jugada que, por supuesto, Borda apunta en un plano de ideologías planetarias.

¡Y aquella bohemia! El padre de Capriles había sido Presidente de la República. El abuelo y el bisabuelo de Guerra, representaban el ápice del progreso republicano de Bolivia. Muñoz Ondarza refundía en su prosapia una serie de cepas vascongadas. Reynolds era descendiente de aquel gran pintor de caras bonitas. Y yo�

El que está en tierra extranjera siempre es plebeyo. Y así fue aquella fiesta. Conjunción extraordinaria de almas que despidieron su mayor cantidad de luz. Y al fin el público. Ahí no faltaba nada. Se notaba en los ojos el deseo de aplaudir. Se veía en los gestos una vasta alegría nupcial.

Esa fue la hora en que los solteros anhelaron el noviazgo y los casados añoraban el tiempo de los requiebros palpitantes de fantasía.

Cuando pensábamos en la novia del Poeta, en la novia de Gregorio tarambana, despertábasenos una gratitud enorme hacia la mujer que había querido con tan lírica ternura a uno de los nuestros, a un mideversos, como nos llaman los midecintas.

"Honrar la Poesía, alabando a una Poeta, es enaltecernos a nosotros mismos"

Con estas palabras empezó Alcides Arguedas, uno de los maestros de la juventud hispanoamericana, su excelente discurso de orden. ¡Y cuán enaltecidos nos sentíamos! En el público pasaba lo mismo.

Heráldica repentina surgió en los corazones, y en aquel momento de solemnidad llena de gloria, el sistema nervioso más humilde se juraba prosesor de cuarenta cuarteles de nobleza.

Recordé a Yerovi, a mi pobre hermano asesinado. Al pobre hermano que no vio su gloria. Recordé la noche de la velada fúnebre, cuando los jovenzuelos bailadores de one step tuvieron a orgullo formar en las comisiones de recibo y llamarnos de tú a los poetas.

Todo era igual en la noche de Reynolds. Todo. Pero no faltaba la presencia fraterna del consagrado que faltó en la apoteosis de Yerovi. Entonces comparé.

Lima necesitó que el desdichado Leónidas muriera "por mano de extranjero y de malvado", que dijo Luis Fernán Cisneros, para entregarle la suma de gloria que le correspondía desde el momento en que su numen abrió las alas.

La Paz ungió a su Poeta ante la sensación de un amor apolíneo.

Nos consta que cuando Apolo se enamoró de la esquiva ninfa dilecta y la convirtió en laurel, toda la Hélade originaria cantó himnos que eran epitalamios ardientes.

Y nos consta que la novia de Gregorio Reynolds, por ser su novia, ya es laurel.

Jamás poeta vivo ha recibido de su pueblo tantas y tan claras glorias. Jamás los treinta y cinco años de un aeda se han sumergido en tan dulce pozo de gloria y amor. Como la verdad está oculta y desnuda en el fondo de una cisterna superior a la persistencia de las edades, los poetas solos tienen el privilegio de entrar a esa profundidad que guarda iluminaciones definitivas, y extraen de ella la parte que, por legados del Olimpo, les corresponde en verdad y desnudez clarividente.

Este Reynolds es un amoroso de su tierra, un nacionalista sentimental empedernido. Y su tierra que si no lo sabe lo adivina, porque para eso es madre, le dio su beso de salutación. Ese beso que es el óleo de la mayor edad. Aquella noche, Reynolds cumplió los veintiún años líricos.

Leyendo los versos de nuestro bardo, podríase creer que ha recorrido los treinta y dos ámbitos del planeta y que, acaso, alguna vez se escapó hacia mundos colocados fuera del radio que nuestra astronomía sin astros quiere calcular.

No dirían verdades quienes tal dijesen. Fuera de Charcas, la heroica ciudad de Sucre, la sabia villa de Chuquisaca, los pies humanos de Reynolds no han ido sino a La Paz. Bípedamente considerado, Gregorio concluye en el Illimani. Parece poco.

Sin embargo, los que conocen el Illimani, convendrán conmigo en que es difícil ir más allá. Orografía aparte, el Illimani es el horizonte.

Y parece que un poeta no debe ir más allá del horizonte.

Pero es el caso que en Reynolds persiste el recuerdo sentimental, inteligente y productivo de su Chuquisaca maternal. De allí le viene la hidalguía y la frescura. No fuera Reynolds todo lo Caballero de la Triste Figura que es, si Sucre le negara su influencia plena de caballerosidades filtradas.

No convirtiera su pluma en lanza, o en adarga a las veces, si la influencia inacabable de la Universidad de los Charcas le escatimara su selecto sentido de belleza y de sabiduría.

Mas si Sucre es gracia, La Paz es fuerza.

El espíritu móvil y reglado por melódico movimiento de gavota, viene a La Paz, y en esta ciudad de trabajo infatigable, de lucha con el cerro que no quiere ser urbano, asume actitudes de centauro capaz de ser maestro de héroes y asesino de púgiles.

Todo lo que es reverencia entre los jardines chuquisaqueños, truécase en impulso ante las aristas poco menos que inexpugnables de La Paz.

Y es que las razas no pueden las unas con las otras.

Y tan sólo a los portaliras les está concedido sintetizarlas en comprimido eficaz y brillante.

Y así Reynolds.

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