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Domingo 02 de diciembre de 2018

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Cultural El Duende

Herencias de la literatura boliviana

Un recuerdo de Rómulo Gómez

02 dic 2018

Poeta y narrador cruceño (1902 - 1931)

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Santa Cruz, 23 de agosto de 1931. El salón estaba adornado de gran duelo y repleto de gente selecta. Una artística orquesta hacía escuchar sonatas lúgubres. Cuando me tocó turno, hondamente conmovido por la desaparición del malogrado vate Rómulo Gómez, hijo, hablé así:

Señores:

Permitidme algunas frases improvisadas.

Vengo por impulso propio. Nadie me ha reclamado que represente a grupo o institución alguna; pero he creído que debía hacer este tributo, por tratarse de una muy sensible baja en la escasa línea de los verdaderos intelectuales de este querido suelo.

Gómez era uno de los mejores poetas de la última generación literaria boliviana. Era no una esperanza más, sino una realidad en el campo de los triunfos de la gaya ciencia la que se ha perdido al irse para siempre.

Tuve con él un acercamiento intelectual. Cuando en los Juegos Florales de 1929, tuvo su más brillante actuación poética, alcanzando la Flor Natural, ese ambicionado emblema de los que suben a la cumbre del simbólico Parnaso, a coronarse consagrando sus laureles a esa deidad llamada Inspiración, me cupo el honor de servir de Mantenedor.

He ahí el vínculo que entonces me ligó al joven victorioso: le presenté al concurso de quienes acudieron a celebrarle, y entre ellos fui el portavoz del Jury que le proclamara Poeta Laureado.

Cuán dolorosa es la muerte trágica y temprana, cuando se hacen ágiles ascensos en los repechos de que están llenos los caminos de la alegre vida juvenil. Cuando en son de conquista se toman los baluartes que la adversa suerte opone a todo viandante para probar su valentía, su fuerza y carácter.

Qué pesar para su madre y hermanos, para sus amigos y para todos sus conciudadanos, ya que un hombre de sus condiciones, siempre es un abanderado de las luchas del civismo y las conquista del Derecho, pues por fuerza el poeta es un idealista, un simpático líder en las luchas sociales.

Morir en la fuerza de la vida es troncharse el árbol fibroso y resistente, al impulso de un vendaval violento y maléfico. Es cerrarse prematuramente el libro misterioso de la idea. Es romperse el bloque de piedra en que se esculpían las imágenes geniales de un vidente. Es, en fin, un eclipse que transforma en noche la mañana de un día que comenzaba primaveral y espléndido�

Mas, ¿para qué traer mayor tristeza que la pena que de suyo causa la muerte de un joven poeta? ¿Para qué agitar las cuerdas de nuestra sensibilidad? ¿Qué ganaremos protestando contra los arcanos que presiden el desarrollo de la fabulosa madeja, si la hoz de la Fatalidad corta tempranamente el hilo precioso de una existencia, sin consultar nuestros sentimientos, ni hacer caso de nuestra voluntad?

La protesta es inútil�

Reflexionemos por otra parte que la vida larga o corta, no vale sino por la herencia de verdad, de bien o de belleza que legamos a la familia patria de la que somos sus miembros, a la gran cadena humana de la que somos un anillo.

Felices de nosotros si en ese instante que es "nuestro tiempo", podemos singularizar nuestra actuación, para no ser inadvertidos, sino por el contrario una personalidad de acción vibrante, un corazón noble y beneficiente, una celebración o un carácter digno de ser inscrito en las menciones del libro de la vida y guardado entre los recuerdos acariciados de sus contemporáneos.

Ese es el triunfo máximo del artista y del sabio y ese es el premio que la Ninfa de los ensueños dorados que se llama Inmortalidad reserva para sus predestinados, la supervivencia de nuestro nombre venciendo a la muerte del olvido y a las sombras del desengaño�

No creo necesario, para realzar su recuerdo, el buscar rasgos biográficos, pues sólo estuvo de paso en los campos del vivir. Era aún tan joven que no había empezado la carrera de las luchas serias por los problemas del hogar. A un soñador como él, le cumpliría autobiografiarse con la frase de César: "Veni, vidi, vici". Vine a la vida de la idea, vi en ella todo el encanto que a las luchas de la existencia puede traer esa maga misteriosa de la Inspiración y vencí porque llegué a la meta y me gané en justa lid la corona de laurel. ¿Qué más queréis? ¿No es suficiente esto para ganarse un cariño intenso y perdurable en las memorias terruñeras, que se mantenga luciente como una estrella en el cielo de la patria, como un grato emblema en los recuerdos populares?

Poeta, adiós. Las flores de la Terra Nostra que cantasteis, darán sus perfumes a vuestra tumba.

Las aves os dirigirá sus trinos, las auras os traerán las perlas de rocío, símbolo de las lágrimas que arranca vuestra partida prematura.

Dormid en paz allá en las fronteras de la patria, adonde fuisteis como centinela de su soberanía.

Al bajar de la tribuna, sentí como una ráfaga de viento que refrescó mi mente, y con ello volví en mí y empecé a recordar.

En la mañana estuve en los oficios religiosos en sufragio del joven amigo y pensé hablar, pero no hubo oportunidad, porque los concurrentes que no esperaban mi tributo, se dispersaron por las distintas puertas de la Basílica.

Recordé completamente. No era cierto que haya estado en la velada fúnebre en honor del poeta. Como fue una ovación de sus contemporáneos, no me invitaron a tomar parte en ella, y como era noche estuve fuera de la ciudad, ni siquiera concurrí al homenaje.

Mi oración era la que pensé pronunciar en el atrio de la Catedral, tras de la Misa, y mi deseo insatisfecho me hizo imaginar un público tributo. Es decir que había sido actor en la fúnebre conmemoración dedicada en justicia al poeta desaparecido.

"Valga la intención", dije al despertar.

Plácido Molina Mostajo

Santa Cruz, 1875-1970. Poeta, escritor, historiador y abogado.

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